IGUALDAD Cultura

Laura Freixas: "La literatura para mujeres es un prejuicio"

Imagen de la escritora Laura Freixas.

Las primeras páginas del libro ¿Qué hacemos con Lolita? Argumentos y batallas en torno a las mujeres y la cultura (Ediciones Huso, 2022), describen el despertar de su autora ante la ausencia de mujeres en un mundo que no reservaba espacio para ellas. Laura Freixas (Barcelona, 1958), relata su llegada a la capital, su decidida intención de convertirse en escritora y la decepción que siguió a sus primeros pasos en la élite cultural. Pasaría un tiempo hasta que la escritora fuera capaz de poner nombre a lo que ya empezaba a atisbar como una discriminación flagrante contra la mitad de la población. 

Hoy, Laura Freixas se toma un café con leche en una cafetería del centro de la ciudad a la que llegó hace ya más de tres décadas. Cuenta que acaba de ser invitada a participar en la Noche de la Literatura Europea, en Ámsterdam, junto a otras tantas escritoras que hace treinta años soñaban con ver sus nombres en la programación cultural.

A diferencia de lo que cuenta en el libro sobre aquellos eventos literarios de los noventa, ¿esta vez sí hay mujeres en el acto al que le han invitado?

Esta vez sí. Creo que en esta Noche de la Literatura Europea, a la que me ha invitado el Instituto Cervantes de Utrecht, y que se celebra en Ámsterdam el 17 de junio, somos mujeres y hombres en la misma proporción. La petición de igualdad en el mundo de la cultura ha calado de forma muy irregular. Se han creado una serie de asociaciones, como CIMA, MAV o Clásicas y Modernas [fundada por la propia Freixas] y con la presión que hemos hecho todas nosotras sí que se ha avanzado, pero de forma muy irregular: sigue habiendo periódicos, espacios de opinión, tertulias con una proporción de 80% hombres y 20% mujeres.

Separar la obra del autor. ¿Qué le sugiere?

Por un lado es correcto hacerlo así: no nos importa quién fue Shakespeare, de quien se sabe muy poco, y nos importa muchísimo su obra. Pero quienes defienden esa separación muchas veces la desmienten con sus propios actos. Yo pongo el ejemplo de Pablo Neruda. Cuando se propone que se ponga al aeropuerto de Santiago de Chile el nombre de Pablo Neruda, no se está separando a la obra del autor, no se está diciendo que bauticemos este aeropuerto con el nombre Veinte Poemas de Amor y una Canción Desesperada. Por otro lado, hay que analizar con perspectiva de género a las personas que se nos pone como modelo, para ver si realmente son un modelo digno de los valores de una sociedad democrática o no, pero en cuanto a la obra también hay que ver que nos dice esa obra sobre desigualdad y relaciones de poder. 

¿Qué riesgos entraña ignorar la violación que describe Neruda en sus memorias?

Naturalmente el riesgo de normalizar la violación y en general el abuso de los poderosos sobre los débiles. No solo es un hombre violando a una mujer, es un hombre blanco, culto, occidental, de clase media violando a una mujer racializada, pobre y analfabeta. Es el abuso de poder más descarnado. Normalizar eso es rebajar nuestros valores éticos como sociedad. 

En el libro menciona a "los simpáticos violadores de Almodóvar" y sobre 'Lolita' dice que la novela está "escrita de tal modo que consigue hacernos olvidar que está mal violar niñas". ¿Se ha dulcificado la violencia contra las mujeres en la cultura?

Se ha dulcificado la violencia contra las mujeres en cuanto a una violencia explícita, pero por otra parte se ha introducido mediante la cosificación y sexualización de las mujeres, es decir, mediante la pornificación de la cultura: exhibir a mujeres sexualizadas, ligeras de ropa. Se ha confundido la sexualidad con una sexualidad centrada en el deseo masculino y de ejercicio de violencia contra las mujeres. La prueba de que en la cultura hay una indulgencia a la violencia contra las mujeres es la ovación que esta semana se ha hecho de los violadores en manada de Burjassot. La violencia contra las mujeres se introduce en la cultura de manera insidiosa y a través de formas que van cambiando y son nuevas. No creo que alguien como Neruda que escribiera hoy sus memorias incluyera con naturalidad, como una especie de travesura, un pecadillo de poca monta, una violación. En cambio, sí se introduce a través de una cierta visión de la sexualidad.

La violencia contra las mujeres se introduce en la cultura de manera insidiosa y a través de formas que van cambiando y son nuevas.

Hay quien reivindica, dentro del feminismo, que las mujeres puedan alardear de su sexualidad de forma consciente.

Tenemos un problema y es que no tenemos otro modelo de sexualidad generalizado que no sea el centrado en el deseo masculino. La única forma para las mujeres de sexualidad es agradar a los hombres. Me gustaría que tuviéramos un modelo de sexualidad más recíproco, pero no sé exactamente cuál sería. Yo por ejemplo no tengo ningún deseo de ver imágenes de hombres desnudos, no me dice absolutamente nada y soy heterosexual. No hemos encontrado otro modelo y la sexualidad es vivida de esta manera, que para las mujeres se llama empoderante pero no lo es: es sumisión al deseo del otro. Las mujeres tendrían que poder encontrar unas formulas de sexualidad para expresar su deseo, distinto al deseo de agradar a los hombres.

En el libro critica que nadie, o casi nadie, se haya preguntado en voz alta por qué las mujeres no están presentes. En los últimos años empieza a surgir esa pregunta. ¿Y ahora qué?

No hay mujeres, en parte, porque quienes tienen el poder no lo quieren compartir. Pero también porque estamos acostumbradas a ver una representación del mundo en la cual no hay mujeres. Hemos naturalizado que no haya mujeres. Hay otros motivos, por ejemplo el tema de la conciliación, las mujeres realmente tienen dificultades para atender a su carrera y a la maternidad; está la falta de colaboración de los hombres en las tareas domésticas… Aunque la institución quiera invitarlas, esas mujeres están atrapadas en casa porque asumen los deberes de cuidados. También está la falta de autoestima de las mujeres, que se sienten descalificadas a priori por el nulo poder del conjunto, como dice Amelia Valcárcel. Tenemos que demostrar más, nos sentimos impostoras, es más fácil decirnos que no y no tenemos redes. La sociedad está estructurada en torno a hombres que son aliados entre sí y enemigos de otros hombres, frente a mujeres aisladas, cada una en su casa, que no crean esas redes de intercambio de poder. Es un problema muy profundo, lo he descubierto con cierta decepción. Pensaba que cuando hubiera una conciencia del problema, sería fácil de resolver, pero no.

Las mujeres tenemos que demostrar más, nos sentimos impostoras, es más fácil decirnos que 'no' y no tenemos redes.

Octubre de 2021. Premio Planeta: tres hombres con nombre de mujer. ¿Qué lectura hizo de aquello?

Paso.

¿Por qué?

Ya tengo suficientes enemigos.

En el libro cuenta que algo muy extendido hace años era decir que, sencillamente, las mujeres no existían o escribían mal. ¿Esta afirmación no llamaba la atención a nadie?

No llamaba la atención a nadie. Ahora no lo dicen, pero sigue sin haber un verdadero cuestionamiento. Hay una reflexión que hemos hecho las mujeres, pero los hombres no nos leen. Ellos llevan años diciendo lo mismo, nosotras hemos aportado datos, argumentos, pero no nos leen. Quizá lo dejan de decir pero lo siguen pensando y actuando en consecuencia. Ese machismo ingenuo lo disimulan porque estaría mal visto, pero actúan igual.

¿Cuáles son las trampas de la excelencia?

Consisten en no darse cuenta de que cuando se habla de excelencia se identifica con características que se atribuyen a los hombres. Por ejemplo, se considera que los personajes masculinos y sus experiencias son universales y todo el mundo debe poder entenderlas e identificarse con ellas, mientras que las experiencias femeninas se considera a priori que son específicas, no les interesan a nadie, nadie se identifica con ellas y son de poca envergadura. Un ejemplo es el de la guerra y la maternidad.

Ahora, precisamente, hay un estallido de obras sobre la maternidad.

La maternidad es un iceberg enorme del que ahora está empezando a aparecer la punta. Hay muchísimo que decir sobre todos y cada uno de los aspectos de la maternidad: el deseo de quedarse embarazada y no poder, el aborto espontáneo, el aborto voluntario, la maternidad en solitario, cómo cambia la pareja, los primeros estadios, no querer tener hijos… me alegra mucho ver que salen novelas, poesía, ensayos, testimonios y reflexiones sobre la maternidad. Me parece una gran noticia.

Sobre el aborto, parecía un debate zanjado. ¿Cómo asiste a esta nueva cruzada contra los derechos reproductivos?

La frase que más hemos recordado las feministas estos últimos años es esa de Simone de Beauvoir que dice "bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados". Es desesperante. Yo creo que el voto no nos lo van a quitar, pero todo lo demás sí. Parece mentira. Como decía Beatriz Gimeno, la mayor violencia que se puede concebir es obligar a alguien a pasar un embarazo y dar a luz cuando no lo desea.

¿Qué significado tiene para usted el concepto literatura para mujeres?

Es un error. Hay literatura que las mujeres leen y aprecian más, pero el hecho de que se considere que es para mujeres y solo para mujeres es un prejuicio según el cual lo de las mujeres no puede ser universal. Hay literatura que es más afín a los valores, deseos, mentalidad y experiencias de los hombres, por ejemplo la de [Ernest] Hemingway y sin embargo no consideramos que sea literatura para hombres. No cuestionamos el potencial de universalidad del arte hecho por hombres, ni siquiera aunque sea un arte que encarna valores especialmente masculinos. Lo hacemos con las mujeres por el androcentrismo, que es general en la cultura y que consiste en creer que media humanidad puede hablar para toda y la otra media solo puede hablar para sí misma y representarse a sí misma.

En el libro ofrece muchos datos sobre la escasa participación de la mujer en la cultura. ¿Cree que esos datos, que muestran una realidad objetiva, tienen suficiente impacto sobre la población y las instituciones?

Los datos llamativos tienen impacto, pero no bastan. Al principio yo misma y la asociación Clásicas y Modernas nos dedicábamos mucho a la crítica cuantitativa, luego empezamos a virar hacia las propuestas cualitativas. Yo creía ingenuamente que cuando señaláramos esa desproporción sería inmediatamente corregida, que sería cuestión de voluntad política. Pero me equivoqué, he visto que hay mucho más. Por una parte hay que afrontar las dificultades materiales para que las mujeres accedan a la autoría y la autoridad, pero también hay que hacer una reflexión sobre los contenidos de la cultura que tienen por efecto apartar a las mujeres, minorizarlas y devaluar lo que hacen.

¿Señalar el machismo es sinónimo de censura? Mario Vargas Llosa hablaba de algo así como las "nuevas inquisiciones" refiriéndose precisamente a un artículo suyo sobre 'Lolita'.

Es un malentendido creer que solamente existe o bien cancelación, o bien adoración acrítica. No debemos cancelar, eso implica impedir que otros piensen, hablen, escriban libros o los presenten. Pero tampoco estoy de acuerdo con arrodillarse ante la tradición, la autoridad, el canon y no podamos cuestionarlo. Hay que hablar, argumentar y criticar. Respeto y ejerzo la crítica estética, pero al mismo tiempo quiero añadir una crítica ética y política porque creo que el arte y la cultura tienen un enorme impacto ético y político. Influyen socialmente y queremos que esa influencia vaya en sentido de la justicia y la igualdad. 

Respeto y ejerzo la crítica estética, pero al mismo tiempo quiero añadir una crítica ética y política porque creo que el arte y la cultura tienen un enorme impacto ético y político.

También se habla de censura e inquisición dentro del propio feminismo. ¿Cómo se ha llegado hasta ese punto?

Hay un problema en general, yo lo vivo más dentro del feminismo, pero lo hay en nuestra sociedad en general: un problema de dogmatismo e intolerancia. Necesitamos hablar, dialogar, que cada uno pueda exponer sus argumentos y convencer al otro sin lanzar anatemas de acusar de odio, fobia, identificar tu propia causa con los derechos humanos o usar el victimismo.

Se refiere usted a la polémica en torno al colectivo y la ley trans. Parece que no es posible un debate, especialmente en redes sociales.

Yo lo he intentado hasta la extenuación. He argumentado, escrito, hablado, y no me han contestado con argumentos, sino con descalificaciones, me han atribuido fobias y odio. A mí y a todo el feminismo radical. Yo voy a seguir haciéndolo porque me lo pide el cuerpo y porque tengo un estatus privilegiado. Muchas mujeres me dicen que están de acuerdo pero no se atreven a hacerlo público por miedo a acoso y represalias. Yo tengo mi carrera hecha, soy independiente, puedo resistir el acoso y tengo 63 años. Yo me atrevo y entiendo que otras no se atrevan, aunque me gustaría que alzaran más la voz.

¿Percibe un agotamiento en torno a este tema?

Es un tema muy complejo. Yo misma me he pasado años leyendo antes de atreverme a pronunciarme. Tiene muchas facetas, cada cual interminable: los efectos de los bloqueadores hormonales, el significado filosófico y político de que el sexo sea elegible, etc. Es complejo, la gente no se aclara y por eso lo han identificado con el matrimonio gay cuando no se parece en nada. Ha sido muy inteligente por su parte.

¿Por qué es diferente?

La homosexualidad no implica negar una evidencia material como es el sexo biológico ni agredir al propio cuerpo mediante cirugías irreversibles o procesos farmacológicos con consecuencias muy graves. Y porque los estándares morales y las conductas y deseos y orientaciones son algo históricamente variable, mientras que el sexo biológico es ahistórico e inmutable. Negarlo es negar la ciencia, la realidad y vivir en un mundo de subjetividades fantaseadas.

Algunas personas trans denuncian ser también víctimas de acoso.

Las víctimas de acoso, discriminación y violencia lo son por parte de hombres machistas.

Entiendo que se refiere a la violencia física, pero hay también otras formas de violencia. Por ejemplo, el acoso en las redes sociales.

El nivel de acoso en redes que sufre J. K. Rowling no veo a nadie del otro bando que lo sufra. Lo que le ha pasado a Kathleen Stock, que después de 17 años de profesora en la universidad ha abandonado porque no resistía el acoso; gente despedida de su trabajo como Maya Forstater o alguien amenazado con una sanción gravísima como Carola López Moya… si hay casos parecidos del otro bando me gustaría conocerlos.

Volviendo al libro, ¿qué es la ceguera al violeta?

La capacidad inconsciente que desarrollamos, sobre todo los hombres, a través de la socialización, de no ver a las mujeres aunque estén. Nos enseñan eso a todos y a todas. Pero las mujeres contrarrestamos esto con nuestra propia experiencia, los hombres no. Yo veo que en diarios íntimos de escritores que he analizado hablan constantemente de sus lecturas y solo leen a hombres. ¿Qué pasa con las autoras? Están ahí, en el entorno, en las mesas de novedades, pero no las ven.

¿Uno de los problemas está en la ausencia de autoras en el sistema educativo?

Siempre se ha hablado de la educación como remedio al machismo y yo creo que es un poco ingenuo, hay que preguntarse por el contenido de esa educación. Una educación en la cual las mujeres son invisibles y en la que se nos presenta el mundo de la cultura y del pensamiento como algo donde solamente hay hombres, donde solamente se habla de las experiencias de los hombres, donde la historia no nos cuenta lo que han hecho nuestras antepasadas y cómo hemos llegado a la igualdad, eso nos priva de los instrumento para pensar críticamente nuestro propio lugar en la sociedad. Eso lo dice Gerda Lerner en un libro fundamental, La creación de la conciencia feminista, que explica cómo la aportación cultural de las mujeres es borrada una y otra vez, de manera que cada generación empieza desde cero y no puede utilizar las experiencias de las antepasadas. 

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