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"No soy lo suficientemente buena": la culpa como mecanismo de sumisión de las mujeres

Manifestación del 8M en Murcia.

“El odio a mí misma no es una disposición genética: eso me lo enseñó la sociedad”. María del Mar Ramón recuerda con rabia a la dependienta del supermercado que a los 10 años le dijo: “Estás muy gorda para comer bollos, niña, no deberías comerlos”. Era la primera vez que su cuerpo era juzgado y visto como algo que no estaba bien, algo que debía cambiar. Pero este solo fue el comienzo de una infinidad de comentarios fuera de lugar sobre su imagen, que venían de personas desconocidas o muy conocidas enmascarados de consejos que solo buscaban “lo mejor para ella”. Sin embargo, todas esas opiniones y miradas despectivas no hicieron ningún bien en esa niña, como tampoco lo hicieron los halagos hacia el cuerpo delgado de la misma joven que creció con bulimia.

Anuncios, revistas, libros, poemas, series y películas, programas de televisión o cuadros del mundo. A través de todos ellos, la sociedad ha mostrado y perpetuado el ideal de mujer perfecta, según la autora colombiana María del Mar Ramón. Resulta muy sencillo amarse a una misma cuando “todo el mundo está de acuerdo contigo, cuando representas todo lo que nos dijeron que estaba bien amar”. Pero, ¿qué ocurre con aquellas que no encajan?

No siempre las mujeres consiguen alcanzar todo lo que se espera de ellas (que no es poco), adaptándose a las pautas marcadas por una abstracta “identidad femenina”. Feministas enmarcan el proceso de construcción de esta identidad femenina en la sociedad patriarcal, que se encarga de fijar una serie de comportamientos “propios” de las mujeres (los roles femeninos tradicionales: madre y esposa y, en definitiva, cuidadora) así como una serie de características de la personalidad y actitudes que acompañan y guían esos roles. Así lo explica Victoria A. Ferrer Pérez, investigadora y profesora de Psicología de la Universidad de las Islas Baleares, que señala algunos ejemplos como “anteponer las necesidades de otros a las propias, la sumisión, la pasividad o la falta de iniciativa”. 

Mantenerse dentro de estos marcos de referencia y seguir estas pautas a menudo es recompensado por la sociedad, pero no hacerlo puede ser sancionado. No acatar estas normas puede ser un acto de rebeldía o político satisfactorio, pero también puede despertar culpa

La culpa como instrumento

Sentimientos como la culpa, el temor, el enfado o el deseo “los compartimos los dos sexos”, explica la doctora en Periodismo Lola Bañón Castellón. De hecho, la culpa puede ser un buen instrumento para “aprender de nuestros errores” o “desarrollar prevenciones y protecciones”. Sin embargo, Bañón Castellón señala una diferencia entre la culpa que pueden sentir los hombres y las mujeres; describe la culpa como “un objeto de control social para la mujer en determinadas situaciones, personalidades o culturas”. Describe la culpa como un “instrumento facilitador de la sumisión”, pues la sienten las mujeres que se apartan del sistema o “hacen algo no previsto en el esquema social”. La “angustia resultante” a menudo es suficiente “para que vuelvan al redil” y se reajusten de nuevo en el modelo que se espera de ellas. 

En Las mujeres y la culpa: herederas de una moral inquisidora, Liliana Mizrahi escribe: “La culpa no es un sentimiento ‘natural’. Es un instrumento cultural para neutralizarnos como sujetos autónomos. Es un arma de domesticación y sometimiento a una cultura que nos acusa falsamente”. Mizrahi ve la culpa, no tanto como un motor que obliga a las mujeres a volver al redil, sino como algo que “nos confunde y paraliza”: “En muchas oportunidades las mujeres quedamos inhibidas para luchar por nuestros derechos, o defender nuestras ideas, percepciones y sentimientos”. 

Por su parte, Marianela Linares Antequera denuncia en un estudio con perspectiva de género cómo se ha inculcado a las mujeres una culpa innata que las hace sentir no ser "suficiente": “suficientemente buenas, suficientemente adecuadas para, suficientemente dotadas de, suficientemente hombres. Porque el pecado de la mujer es, por sí, no ser hombres: la mujer ha sido leída como sujeto dependiente del hombre, quien se ha definido como ente autónomo por decisión propia”. 

El estigma de la culpabilidad femenina lo arrastran las sociedades judeocristianas desde hace siglos, según analiza Linares Antequera. Habla del relato bíblico del pecado original que sitúa a Eva como “origen del sufrimiento humano, del saber y del pecado” como parte de este “dispositivo de poder patriarcal” que fomenta la culpabilidad femenina. 

Sin embargo, aunque haya signos o indicios de esta culpa siglos atrás, Linares Antequera señala cómo “los medios audiovisuales y las redes sociales, canalizadores de la cultura popular en la actualidad” han contribuido a “potenciar ese rol dentro del imaginario colectivo”. 

Crecer dentro de la norma

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Virginia Fusco, profesora e investigadora en estudios de género y subjetividades en la Universidad Carlos III, prefiere hablar de “inadecuación” en vez de culpa. Inadecuación “en relación a estructuras normativas que regulan el estar en el mundo como mujeres”. Este sentimiento puede darse en varios ámbitos, como la sexualidad o la corporalidad, ya que las mujeres no siempre se adecúan a lo que se espera de sus cuerpos, pero tampoco cumplen con la sexualidad que se ha establecido como normativa (relaciones heterosexuales dominadas por la penetración en la que la mujer tiene un papel sumiso). Todo lo que “no resuena con la norma o no se sitúa cerca de la norma”, puede provocar este sentimiento de inadecuación. 

Además, Virginia Fusco señala la ambigüedad que rodea a todos estos debates; explica cómo se suele pensar que la norma viene de fuera, es algo que se nos impone cuando somos sujetos ya construidos. Sin embargo, se pregunta si acaso existe algún sujeto que pueda estar fuera de esta norma; se pregunta si “existe un sujeto ya definido naturalmente que luego más tarde entra en relación con esta norma”. Según comenta a infoLIbre, la filosofía ha reflexionado sobre esta definición del sujeto en términos naturales, y ha explicado que “el sujeto se construye dentro de esta relación con la norma”, “no es que haya un sujeto previo al acontecimiento de entrar en el mundo, no hay una naturalidad previa, sino que el sujeto se va construyendo en relación con la norma”. De ahí la dificultad de romper con ella, porque “la norma no es un elemento externo al sujeto, sino co-constitutivo”. 

Esta cuestión también se puede debatir y pensar de la mano de Foucault y del biopoder. En esta línea, Fusco habla del sujeto contemporáneo como aquel que vive con un “ojo normativo”, y asegura que “no hay subjetividad que no esté en alguna medida en pelea con esta norma”. Y sin llegar a definir lo que es esta norma —porque para cada persona tiene maneras distintas de vivirla—, la filósofa asegura que “es inevitable ser inadecuada” y no estar en un “cuerpo a cuerpo” continuo con ella.

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