Cambio climático

El consumo de carne: la última gran frontera de la lucha contra el cambio climático

Ganadería extensiva en Andalucía.

"Todo el mundo está muy concienciado de que si coge el coche está contaminando. Pero no todo el mundo sabe que, si come carne, también". Cristina Rodrigo, portavoz de la asociación ProVeg, explica así la próxima gran frontera de la acción climática: la ganadería y sus productos, que según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO)representan el 14,5% de los Gases de Efecto Invernadero (GEI) que se emiten a la atmósfera en todo el mundo. El ex economista jefe del Banco Mundial, Nicholas Stern, aseguró en 2009: "Si todo sigue como hasta ahora, las temperaturas subirán hasta cinco grados en un siglo y el sur de Europa será un desierto. Ser carnívoro se volverá inaceptable, como ahora lo es conducir ebrio". Pese a que el transporte y la industria sean los dos grandes señalados cuando hablamos de calentamiento global, la producción de carne, leche y huevos, entre otros alimentos, también influyen y mucho. No solo porque emitan, también porque consumen unos recursos de los que –como indican todos los estudios– vamos a disponer cada vez menos.

Cada español come, de media al año, 51 kilos de carne. Y no sale gratis, ni para nuestros bolsillos ni para el planeta. Según datos de la FAO, ese 14,5%, 7,1 gigatoneladas de CO2 equivalente por año en todo el mundo, tiene sus causas en la producción y elaboración de piensos (45%) y la fermentación de lo que consumen los animales rumiantes en el estómago, que genera metano expulsado a la atmósfera por sus flatulencias. La vaca es la más señalada: el 41% del CO2 de la ganadería es emitido por la producción de su carne y el 29% por la leche. La carne de cerdo y la carne y los huevos de aves de corral contribuyen con el 9% y el 8% respectivamente de las emisiones del sector.

La producción ganadera, además, requiere miles y miles de hectáreas para alimentar a los animales y hasta 15.000 litros de agua por cada kilo de carne de vacuno, según datos de la misma FAO. Teniendo en cuenta que el terreno fértil será cada vez más escaso debido a la desertificación y que el propio aumento de la temperatura que nos espera en los próximos años secará los ríos y dejará los recursos hídricos al mínimo, es razonable que la ganadería se ponga en el centro del debate: sin embargo, no está. Ni se la espera. "La ganadería es tabú en la acción climática. No se focaliza en eso. Ahora mismo ni se plantea el debate", explica Rodrigo. Su organización, ProVeg, tiene un objetivo marcado: reducir el consumo de productos de origen animal a nivel mundial en un 50% para el año 2040. No solo por razones éticas, en defensa de los derechos de los animales: también por nuestra propia supervivencia como especie.

A pesar de ser la causante de casi el 15% de las emisiones que provocan el cambio climático en el planeta, la ganadería no estuvo ni de lejos sobre la mesa en la última gran cumbre sobre el clima, en Bonn (Alemania). Como parte de los llamados sectores difusos, sí que está sujeta a una reducción vinculante de sus emisiones, que en el caso de España debe ser del 10% con respecto a los niveles de 2005. Pero ni se duda socialmente de su consumo, al menos de manera mayoritaria, ni está en las discusiones a nivel político, más centradas en las innegables prioridades: el fin del carbón como fuente de energía, el mercado de emisiones o el transporte en las ciudades.

La cuarta industria más potente

"Seguramente influye que, al menos en España, la industria cárnica es la cuarta más potente", cifra Rodrigo, que pone sobre la mesa otro dato: los 840 millones de animales cada año que son utilizados para el consumo humano en el país. Dado el tamaño tanto de la industria como del consumo, las soluciones para abordar el impacto ambiental de la ganadería no son fáciles. Según Proveg, todo pasa por la reducción en la carne, los huevos y la leche que comemos. Los ecologistas suelen poner el foco en la ganadería intensiva, de grandes granjas donde los animales, hacinados, producen sin pausa y consumen recursos sin parar, en contraposición a la ganadería extensiva, en la que las cabezas de ganado cuentan con hectáreas y hectáreas para pastar a sus anchas. Sin embargo, en palabras de Rodrigo, "no podemos pensar que esta segunda opción sea ecológica o respetuosa con el medio ambiente". Solo por el metano que emiten las vacas, y que según el experto en Biotecnología José Miguel Mulet es menos controlable con la ganadería extensiva, sería imposible mantener el ritmo actual de consumo aun evitando las granjas, señaladas por el polémico programa de Salvados.

El eurodiputado de Los Verdes Florent Marcellesi sí apuesta explícitamente por la ganadería extensiva en detrimento de la intensiva: "La industria de ese tipo es un peligro. Son macrogranjas que producen mucho y que dañan a los animales, al medioambiente y a nuestra salud", denuncia. Sin embargo, admite el matiz: la extensiva solo es planteable si comemos menos carne, básicamente porque no hay tanto pasto en España para mantener nuestros niveles carnívoros. Y para lograrlo, Marcellesi apuesta por "medidas a nivel municipal", sin esperar a una gran legislación transnacional. "Hay que llevar a cabo iniciativas para una dieta más sostenible. Promoviendo lunes sin carne, por ejemplo. Implantando menús vegetarianos en los colegios y facilitando que se instauren en los restaurantes", defiende.

Por lo tanto, dejar de comer tantos productos de origen animal está de las primeras en la lista de recetas, algo incluso recomendable en términos de salud, como ya ha advertido la OMS. Pero hay más.

En su informe de 2013, base de todas las teorías sobre ganadería e impacto ambiental, la FAO apunta a una mejora de las técnicas que se utilizan, además de dejar en evidencia a los Gobiernos y las instituciones ante ya ya por entonces evidente inacción. "Según se estima, se podría reducir hasta un tercio de las emisiones del sector ganadero a corto o medio plazo recurriendo en mayor medida a prácticas y tecnologías eficaces y rápidamente disponibles", afirma el organismo. Mulet concreta, aunque algunas medidas, como reconoce, no serían demasiado populares. "Se puede tratar de minimizar la emisión de metano seleccionando la raza o con la dieta, optimizando al producción de soja y maíz que se utiliza como pienso, por ejemplo, utilizando transgénicos, algo que ya estamos haciendo desde hace casi 10 años".

El experto va más allá: cita el uso de hormonas en los animales para adelantar su crecimiento y usar menos pienso y agua, y el de animales transgénicos: modificados genéticamente. En el caso del cerdo, explica, está en desarrollo uno transgénico que permitiría un impacto ambiental mucho menor aprovechando el fosfato que consume. "Uno de los principales problemas de la ganadería porcina es que el maíz impide la absorción del fosfato y se elimina con las heces. Eso obliga a añadir suplementos de fosfato, pero el problema es que cuando las heces entran en contacto con acuíferos, por filtración o porque las tiran directamente, el fosfato hace que crezcan muy rápido las algas y las bacterias, creando una capa que impide que pase la luz al interior y mata todo el ecosistema", explica a infoLibre. No muchos animalistas estarían de acuerdo con este tipo de soluciones al problema.

El papel de la PAC

En el caso de la Unión Europea, tiene mucho que decir la Política Agraria Común (PAC), cuyas bases hasta 2020 están ahora mismo en un proceso de revisión. La PAC es uno de los principales instrumentos presupuestarios del club comunitario, que reparte recursos y posibilidades a agricultores y ganaderos de todo el continente. La Comisión Europea ha propuesto que, a partir de ahora, los Estados miembro asuman más responsabilidades en el diseño de la estrategia, proponiendo sus propios planes de gestión, adaptados a la realidad de cada territorio pero siguiendo siempre las líneas de la UE.

Está por ver qué sale de unas negociaciones aún por empezar, pero para ecologistas y animalistas sería una buena noticia que se abordara de manera decidida el melón sin abrir de la ganadería y el cambio climático. "La anterior reforma de la PAC 2014-2020 fue un fracaso", aseguraba en su blog Marcellesi, que en declaraciones a infoLibre defiende que la PAC "apueste por los pequeños agricultores y por la sostenibilidad", en vez de por las grandes explotaciones, a las que subvenciona generosamente, defiende. "Si se hace una reforma estética, no va a ir por buen camino", aunque aún es optimista. Por su parte, Rodrigo apuesta por una reforma fiscal que se plantee impuestos "en función de la carne no solo que más contamina, sino que más recursos consume", para alertar a los consumidores y desincentivar su consumo.

"Hay sectores económicos que están funcionando con lógicas realmente destructivas"

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Justicia climática

Todos los actores, sin embargo, coinciden en que cuando se habla de reducir el consumo de carne, nos referimos al mundo etiquetado como desarrollado. Con Estados Unidos como indiscutible líder, la mayoría de países que lideran el top ten de consumidores de carne son del primer mundo. No se pueden obviar las connotaciones de la llamada justicia climática: que no paguen quienes no son tan culpables del desastre. En países menos desarrollados, que afrontan severos problemas de pobreza y malnutrición, es terriblemente pretencioso querer que consuman menos productos de origen animal. "Las comunidades infectadas por el VIH/sida, las mujeres y los niños tienen especial necesidad de alimentos altamente nutritivos como la carne. Para combatir de manera eficaz la malnutrición y la subnutrición, deben suministrarse 20 gramos de proteína animal per cápita al día", explica la FAO. También hay que abordar qué hacer con la cantidad de empleos que se perderían en el sector, y que se debe tener en cuenta en cualquier transición en el consumo. 

La solución no es, por tanto, un mundo vegano, sino que Occidente deje de abusar: para que todo el planeta pudiera consumir la misma proteína animal que la que consume la minoría privilegiada de los países ricos se necesitarían tres planetas, según un informe del Instituto de Derechos Humanos de la Universitat de València. Y el fin del abuso, desgraciadamente, no es negociable, porque o se ponen todos los esfuerzos en la mitigación del cambio climático o vendrá con más fiereza de la prevista, reduciendo los recursos al mínimo y haciendo desaparecer de nuestra dieta en décadas el filete de ternera. O comemos menos ahora o no comeremos nunca más, advierten los expertos.

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