Los recortes en sanidad pasan factura a Johnson en el tramo final de una campaña que degenera en una auténtica guerra sucia

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La crisis del sistema sanitario ha estallado en el trance más incómodo para la campaña de reelección del primer ministro británico, acentuando los dos elementos más comprometidos para sus aspiraciones de mayoría absoluta este jueves: los apuros del Servicio Nacional de Salud (NHS, en sus siglas en inglés), la institución de mayor voltaje electoral en Reino Unido tras una década de recortes tories, y la credibilidad de Boris Johnson.

La prueba de la trascendencia de la sanidad aparece en la guerra sucia desencadenada a menos de 48 horas de la apertura de los colegios, con maniobras de desinformación y la filtración de dañinas conversaciones privadas que confirman a las de 2019 como las generales más abyectas en la historia reciente.

En el arranque de la última y definitiva semana, la reacción de Johnson ante el intento de un periodista de mostrarle la imagen de un niño de cuatro años en el suelo de un hospital en Leeds, en el norte de Inglaterra, ha quedado ya como la falta más grave de su carrera por el número 10 de Downing Street, que hasta ahora había transcurrido sin sobresaltos excesivos. Puede que el clip del primer ministro introduciendo el móvil del reportero en el bolsillo para zanjar el tema semeje una anécdota, pero indudablemente refuerza el mensaje del laborismo de que, con los conservadores, el NHS está en peligro.

Los lances de campaña son impredecibles, pero el protagonizado por el premier a apenas días de las generales, evidenciando una clara incapacidad de mostrar empatía y aparcar el discurso político para dimensionar un drama humano, afecta a la médula de su misión para legitimar su mandato en las urnas. Pese a la corroborada campaña de descrédito para presentar como falsa la fotografía, publicada primero en un periódico regional y este lunes en el Daily Mirror, un tabloide de corte de izquierdas, el daño estaba hecho.

Funesta grabación laborista

El único consuelo para Johnson es que la ofensiva planeada por su rival para elevar la munición en materia de NHS se ha visto empañada por la funesta filtración de una grabación privada del portavoz de Sanidad laborista, Jonathan Ashworth. Integrante de la cúpula de la oposición, Ashworth sostiene que este jueves el partido va a perder y cuestiona tanto la percepción que hay de Jeremy Corbyn en la calle, como en la propia maquinaria del Número 10.

El audio, difundido en un plataforma vinculada al Partido Conservador, ha desdibujado la operación diseñada por el laborismo para las decisivas horas previas a la votación, pero no elimina la amenaza que, desde el inicio de la cuenta atrás para el 12-D, la bomba de la sanidad había supuesto para la hegemonía de Johnson.

De hecho, Ashworth, quien intentó defender el tono como "de broma", ha considerado la difusión de su conversación como un intento de desviar la atención de la crisis sanitaria. No en vano, convocar a las urnas en pleno invierno, exponiendo los anhelos electorales a los aprietos de un sistema a punto del "colapso", según los profesionales del sector, era uno de los grandes riesgos para unos comicios planteados en clave de Brexit.

Como consecuencia, el laborismo intentó desde el principio trasladar la atención del divorcio, para centrarla en sanidad y asistencia social, dos áreas profundamente tocadas tras una década de austeridad con el sello tory. Sus promesas de inversión en la materia, como en casi todos los ámbitos, superan ampliamente a las de los conservadores y, crucialmente, capitalizan la reputación que la izquierda ha disfrutado tradicionalmente como buque insignia político del NHS.

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Pero más allá de la dialéctica puramente electoral, la realidad estadística se ha encargado de justificar por qué Johnson tiene mucho que temer, con cifras políticamente tóxicas como las que confirmaron en plena campaña los peores tiempos de espera en las urgencias hospitalarias desde que existen los registros, con uno de cada seis pacientes aguardando más de cuatro horas para ser atendido.

Un dato que más allá de la frialdad numérica y, como el premier debería haber aprendido en el referéndum de 2016, resuena en el imaginario de un votante dispuesto a volcar su frustración en las urnas. Un trance en el sacrosanto NHS, la más inviolable de las instituciones al norte del Canal de la Mancha, tiene el potencial de horadar la más robusta ventaja, si cala el mensaje de que los recortes de los conservadores están detrás de un drama que supera la barrera de las estadísticas y afecta al grueso general de la población.

La influencia de la sanidad en la mentalidad colectiva británica es tal que, en 2016, los cerebros tras la campaña pro-Brexit la habían explotado para decantar el plebiscito a su favor. La promesa infundada de dedicar al NHS los 350 millones que, según ellos, Londres remitía semanalmente a Bruselas cristalizó en un electorado que, irónicamente, podría reclamar a Johnson, el padrino moral del divorcio, la devolución de la deuda.

La crisis del sistema sanitario ha estallado en el trance más incómodo para la campaña de reelección del primer ministro británico, acentuando los dos elementos más comprometidos para sus aspiraciones de mayoría absoluta este jueves: los apuros del Servicio Nacional de Salud (NHS, en sus siglas en inglés), la institución de mayor voltaje electoral en Reino Unido tras una década de recortes tories, y la credibilidad de Boris Johnson.

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