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La división provocada por Cristina Kirchner conduce al peronismo a una crisis histórica

La expresidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner.

Desde hace unos meses, los autocríticas llueven en las filas peronistas: “Estamos en pleno caos”, “esto es un circo”, “vivimos la peor crisis desde el restablecimiento de la democracia”... “Si Perón levantara la cabeza, se revolvería en su tumba”, llegó incluso a decir en junio el expresidente Eduardo Duhalde. El movimiento político más importante de Argentina, que se mantuvo en el poder durante 24 de los 34 primeros años de la democracia, atraviesa una crisis política: no logró la unidad antes de las elecciones legislativas de mitad de mandato, celebradas en octubre, para hacer frente a la coalición de centro derechas Cambiemos, en el poder. La derrota resultó humillante y tuvo el efecto de un electroshock.

La coalición en el Gobierno logró imponerse en 15 de las 23 provincias argentinas y los peronistas perdieron feudos históricos como Santa Cruz, provincia natal de la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner o La Rioja, la provincia del expresidente Carlos Ménem. Pero la derrota más simbólica sufrida por este movimiento “que defiende un único interés: el del pueblo” –como lo definía su fundador Juan Domingo Perón– es la que registró Cristina Fernández de Kirchner en la provincia de Buenos Aires, que cuenta con más de 12 millones de habitantes, más de un tercio de los cuales viven por debajo del umbral de la pobreza.

Y es precisamente la expresidenta quien divide al movimiento y puede impedir la victoria en las presidenciales de 2019. Cristina Fernández de Kirchner ha escindido al histórico partido peronista, el Partido Justicialista, y, en junio, lanzó su propio movimiento político, Unidad Ciudadana. Su posición es ambigua ya que, aunque no ha conseguido la provincia de Buenos Aires, ha conseguido el 30% de los votos, el mejor resultado de la oposición en las legislativas.

Para la politóloga María Esperanza Casullo, la figura de Cristina Fernández de Kirchner es el principal motivo de división del movimiento. “El peronismo se ve confrontado a un nudo gordiano, cuenta con una dirigente (Cristina Fernández de Kirchner), que es la que tiene mayor peso electoral. Sin embargo, mientras, por un lado, se ve que ha alcanzado su techo electoral, por otro, se advierte el rechazo del conjunto de los dirigentes peronistas. El problema es que, de momento, ninguno de estos dirigentes ha demostrado su capacidad electoral”, dice en el diario La Capital.

“Cristina ocupa todo el espacio”

Pese a todo, Cristina Fernández ha conseguido un escaño como senadora, por lo que tiene una tribuna política hasta 2019 y podrá oponerse frontalmente al Gobierno. “Hoy por hoy, Kirchner no tiene nada que perder. Puede estar en la oposición pura y dura al Gobierno sin riesgos. Kirchner piensa en 2019. Por el contrario, los gobernadores peronistas tienen interés en negociar con el Gobierno porque su presupuesto actual depende del Ejecutivo central. Los intereses de Cristina Fernández de Kirchner y del resto de los peronistas difieren enormemente”, explica el politólogo Julio Burdman.

En un contexto así, todo apunta a que los peronistas no lo tendrán fácil para unificarse de aquí a las presidenciales de 2019 y que pueden pasar un periodo prolongado en la oposición. Se trata de una situación inédita desde el comienzo de la democracia en 1983, pero que no es nueva en la historia del movimiento.

El peronismo, fundado en 1945 por el general Juan Domingo Perón para defender a los trabajadores, ya ha vivido crisis profundas, sobre todo cuando Perón fue destituido por un golpe de Estado militar en 1955 o, más recientemente, en 1983, con la derrota del Partido Justicialista, al término de la dictadura militar. Entonces, el movimiento se vio forzado a someterse a una renovación en profundidad que le permitió ganar las elecciones dos años después.

Para la historiadora Sabrina Ajmechet, la reciente derrota de los peronistas en las legislativas debería abocar al movimiento a un proceso similar, aunque la situación sea diferente. “De momento, la figura de Cristina ocupa demasiado espacio e impide la renovación”, comenta. En las legislativas, todos los dirigentes con capacidad de encarnar potencialmente el futuro del peronismo han sido eliminados: el gobernador de Salta, Juan Manuel Urtubey –que pretendía encarnar el nuevo rostro del peronismo de cara a las presidenciales de 2019–, Florencio Randazzo –exministro del Interior de Cristina Fernández de Kirchner– o Juan Schiaretti, gobernador de Córdoba, la segunda provincia más poblada del país.

Un movimiento invencible

Entonces, el peronismo, el movimiento político más estudiado de Argentina, ¿podrá verse anulado por la coalición de centroderecha, ahora en el Gobierno? Al término de este periodo prolongado de alternancia política, ¿podría convertirse en un outsider de la política argentina o, incluso, desaparecer? Imposible, responden al unísono los politólogos. “Actualmente, la mayoría de los gobernadores, intendentes, diputados, sindicatos son peronistas. El peronismo es en realidad la fuerza política más importante y la que cosecha más votos. El fracaso del movimiento está relacionado con su división”, explica Julio Burdman.

Los peronistas ya se han visto en situaciones similares. Durante la dictadura, los militares prohibieron a la población que pronunciase el nombre de Perón o que tuviese un retrato del líder. El movimiento salió reforzado. “Se hizo invencible”, explica Sabrina Ajmechet. “En América latina, en los 40, existían numerosos movimientos políticos personalistas similares al peronismo: el cardenismo [México], el varguismo [en Brasil]... el único que existe aún es el peronismo. No va a desaparecer”, explica la historiadora.

El peronismo ha sabido adaptarse a cualquier prueba. Y eso mismo define su identidad, según explica el historiador Juan Luis Romero en una crónica publicada en Infobae. “El peronismo es un movimiento gaseoso y líquido [...] es flexible y se adapta a los usos más diversos, funciona tanto en la derecha como en la izquierda”, ironiza.

Las políticas llevadas a cabo por los líderes peronistas pueden ser diametralmente opuestas, efectivamente. De 1989 a 1999, el presidente Carlos Menem llevó a cabo políticas de privatización y de recortes públicos drásticos propios del capitalismo más salvaje; en cambio, años después, los Kirchner llevaron a cabo unas políticas económicas proteccionistas de fuerte componente social. Unos y otros son de la misma formación, el Partido Justicialista.

Padres protectores

Sobre todo, el movimiento se encuentra profundamente enraizado en la cultura popular y en la sociedad argentina, donde los eslóganes y símbolos peronistas llenan las paredes de las ciudades. En los hogares argentinos, es habitual tener un retrato de Evita en el salón. La primera mujer de Perón, que falleció de cáncer a los 33 años, tuvo un papel político y social considerable a comienzos del movimiento, en los 50. Las mujeres le deben la obtención del derecho al voto en 1947. Incluso hay expresiones populares que no son sino un homenaje a Perón, como el famoso “hace un día peronista”, empleado cuando el cielo está azul intenso y no se ve ni una nube en el horizonte.

Resulta difícil imaginar una Argentina sin peronismo. Para Sabrina Ajmechet, la relación de los argentinos con este movimiento es, ante todo, sentimental; es lo que lo hace indestructible. “La mayor parte de los argentinos, lo adoren o lo odien, guardan un vínculo afectivo con el peronismo diferente al que tienen la mayoría de los ciudadanos del planeta con sus partidos políticos. Se ve a Perón y Evita como el padre y la madre que salvaron a Argentina. No son sólo dirigentes políticos, sino que protegen y cuidan de los argentinos”, dice la historiadora.

La dificultad que encuentra hoy el movimiento estriba en poder ofrecer un nuevo proyecto y superar las divisiones internas. “El peronismo debe convertirse en autorreferente. No puede construirse en función de lo que hace o deja de hacer Cristina Kirchner”, declaraba Juan Manuel Urtubey, candidato a las presidenciales de 2019, un día después de las legislativas. Para el antropólogo Pablo Semán, la defensa de las clases populares depende del futuro del peronismo.

“El debilitamiento actual del movimiento es muy grave para las clases más pobres. No existe ninguna otra fuerza política capaz, actualmente, de representarlos”, se preocupa el antropólogo. A tenor de los resultados de las recientes legislativas, cabe decir que, si bien la coalición de Mauricio Macri, efectivamente, consiguió arrancar votos a los peronistas entre el electorado perteneciente a las clases populares, lo hizo entre aquellos menos marginados. Entre los habitantes de las villas, como denominan los argentinos a los numerosos barrios marginales existentes en Buenos Aires y su importante área de influencia (donde viven tres millones de personas según la ONG Techo), el peronismo sigue siendo ampliamente mayoritario.

Un día, Perón pronunció una frase mítica: “Nosotros, los peronistas, somos como gatos: cuando parece que nos peleamos, en realidad estamos reproduciéndonos”. Los próximos años dirán si la crisis por la que atraviesa el movimiento llevará a un renacimiento peronista. Mientras, para muchos, la figura de Cristina Fernández de Kirchner impide, de momento, cualquier reproducción.

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Traducción: Mariola Moreno

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