La economía de Japón, víctima de su propia pasividad

El metro de Tokio –por la pulcritud de sus instalaciones, la puntualidad, las continuas ampliaciones y por el número de pasajeros que transporta a diario y el comportamiento de éstos–, poco tiene que ver con el de Londres o el de París (sobre todo con éste último). Recorrer un trayecto en el suburbano de la capital japonesa continúa siempre una aventura postindustrial. Especialmente desde que entramos en la era universal de la telefonía móvil. Porque en el metro nadie usa el teléfono... para llamar. La prohibición se respeta escrupulosamente. Pero también supone toda una lección de economía ya que, aunque la mayor parte de los pasajeros no levanta la vista del smartphone el tiempo que dura el trayecto, los terminales que llevan casi todos son de origen extranjero. Todo un cambio sistémico.

Retrotraigámonos una década. El mercado japonés del teléfono móvil es uno de los más desarrollados del mundo y, sin duda, el más avanzado. Está dominado por los fabricantes nipones gracias a un norma independiente de los estándares mundiales (el GSM europeo, sobre todo) y de su competidor (KDDI). Desde NEC a Panasonic, pasando por Fujitsu y Sony, estamos ante la élite de la electrónica nipona. Asistimos al reinado de los terminales de tapa, a menudo bloqueados por los operadores. “Actualmente, aparte de Sony Ericssson, que está perdiendo fuelle, sólo queda un fabricante japonés de móviles, Kyocera”, explica el gestor de uno de los mayores fondos de inversión en acciones japonesas. ¿Por qué la emblemática empresa de Kioto se aferra a su papel, marginal en este mercado? “Porque son idiotas”.

Esta derrota es todavía más significativa si tenemos en cuenta que Japón fue el primero en llegar a la era de internet móvil. Con I-mode, Ntt Docomo se adelantaba a la aparición del universo de las aplicaciones, mientras que los terminales ofrecían múltiples funcionalidades que no harán acto de aparición hasta más tarde en los otros mercados: correo electrónico, cámara integrada, música online, pago electrónico, televisión, etc. Pero para el mercado japonés y sólo él. El viejo síndrome de la insularidad, de la ilusión del proteccionismo tecnológico y normativo. ¿Qué ha pasado?

Lo que los japoneses han perdido por el camino no es tanto, como sucede con Nokia, el paso al teléfono inteligente, como la globalización del mercado. Una parte de la explicación radica en la dificultad de las industria a la hora de controlar el software, que ha pasado a ser decisivo para crear un ecosistema como el que rodea al iPhone de Apple. Un desafío, eso sí, al que el surcoreano Samsung ha sabido hacer frente. El mismo gestor de fondos, cuya cartera se ha beneficiado de líneas en compañías nacidas del antiguo monopolio Ntt (Docomo y también NTT Data), explica que los dirigentes de NTT Docomo le dieron dos años a NEC para sacar un producto que le hicera la competencia al iPhone. Esfuerzo inútil. Hoy, cuenta, “NEC ya no fabrica teléfonos y se está transformando progresivamente en una empresa de servicios”.

Cuando se entra en una tienda del distribuidor Bic Camera cerca de Ginza, la posición dominante la ocupa Softbank. Fundado por el outsider más controvertido de Japón, Masayoshi Son, de origen coreano, este holding atípico (tecnológico y globalizado) se impuso en el mercado de las telecomunicaciones móviles (dónde se posicionó con la compra de Vodafone) introduciendo ya en 2008 productos Apple. A día de hoy se ha hecho con prácticamente un cuarto del mercado y presenta el mayor crecimiento. Una demostración de destrucción creadora al estilo de Schumpeter.

Gestionar es tomar decisiones

“En materia de restructuración, las grandes empresas japoneses están haciendo actualmente el trabajo que deberían haber hecho hace años”, explica el mismo gestor, que pese a no tener ni 40 años, gestiona más de 25.000 millones de dólares, sólo en acciones japonesas. “La falta de inversión durante estos años de inmovilismo les ha hecho perder posiciones tecnológicas para siempre”. Sucede así con el antaño líder mundial de las televisiones de pantalla plana Sharp, que acaba de pasar a manos del taiwanés Foxconn, el principal fabricante de productos Apple, empezando por el iPhone. Sony ya no es la sombra de lo que era, con “un sólo dominio de excelencia, los sensores de luz”, dice. Eso sí, en su opinión, el caso de libro, “es Toshiba, porque el grupo es muy representativo de Japón”.

Miembro de uno de los principales keiretsu, estas “familias” de empresas unidas en torno a un banco principal (Mitsui, en este caso), Toshiba es el caso típico de holding nipónholding que, durante mucho tiempo, se dedicó a numerosas actividades, desde las centrales nucleares a los portátiles pasando por los trenes, los semiconductores y los electrodomésticos. En 2015, el grupo se vio salpicado por un enorme escándalo financiero, que sacó a la luz que los beneficios se habían hinchado de forma fraudulenta unos dos mil millones de dólares en los siete últimos ejercicios. Obligados por las circunstancias, se ha puesto en marcha un proceso de reestructuración y de venta de actividades consideradas no estratégicas. El chino Midea se va a hacer con la marca blanca. Y Canon, con los equipos médicos. Y sólo es el principio. Hitachi, un rival histórico de Toshiba, ya sólo está presente en dos sectores, incluido el extenso sector de las “infraestructuras sociales” (agua, energía, transporte, seguridad). En el año fiscal 2015, que termina el 31 de marzo, el grupo debería anunciar beneficios récords, por segundo año consecutivo.

La hoja de ruta existe, también en Japón. El renacimiento de Japan Airlines (JAL) no tiene parangón en el mundo. Este símbolo del “viejo Japón”, compañía nacional que permaneció durante demasiado tiempo bajo la tutela del Estado, quebró, es cierto, protagonizando la bancarrota más importante de una empresa no financiera en Japón. Actualmente, tiene uno de los mayores márgenes del transporte aéreo mundial, sin haber sucumbido al modelo del low cost, sino apostando por la calidad del servicio. Se ha recortado en un tercio el personal, los bancos han condonado buena parte de la deuda, se ha reducido la flota y se ha renovado. Pero lo más importante ha sido, según Geoffrey Tudor, extrabajador de JAL, que colabora en el medio Orient Aviation, la nueva movilización del personal desmoralizado. JAL está dirigida por un expiloto, pero el principal autor del vuelco es la persona a la que el Gobierno del Partido Demócrata de Japón recurrió para salir al auxilio, pese a su edad. Se trata de Kazuo Inamori, fundador de ... Kyocera. “Él eligió a los hombres, definió el modelo de negocio, impuso las nuevas reglas”, explica Geoffrey Tudor. Tres años después de volver a llevar a cabo una privatización, la receta parece seguir funcionando, La compañía ha revisado al alza un 20% su previsión de beneficios para 2015 (ejercicio cerrado el 31 de marzo), hasta los 170.000 millones de yenes.

Pese a los redobles de tambores que acompañaron el lanzamiento de Abenomics, la procrastinación siguió imperando en las políticas públicas japonesas, lo que explica en buena parte el estancamiento de la economía de los últimos 20 años. Sin embargo, también en ese sentido se advierte cierto deshielo; eso sí, aún insuficiente y tardío. El 1 de abril, con la liberalización del mercado de la electricidad, se franqueaba la última etapa al permitir, a las pequeñas empresas y a los hogares, la libre elección del proveedor.

Para medir las consecuencias de un mercado en manos de los monopolios regionales integrados verticalmente, bajo la tutela complaciente de una burocracia estatal en pleno conflicto de intereses, basta con observar el caso de Tepco, operador de la central nuclear de Fukushima Daiichi. Un centenar de empresas anunció su entrada en los diferentes segmentos del mercado. Y administraciones locales también entraron en juego. A largo plazo, esta nueva estructura de mercado debería beneficiar a las energías renovables (descentralizables por naturaleza), incluido el hidrógeno y las pilas de combustible sector en el que Japón dispone de avances tecnológicos. El asesor gubernamental de Tokio para asuntos internacionales destaca que la capital quiere hacer de los Juegos Olímpicos de 2020 un escaparate para estas energías limpias.

Política monetaria

No es por casualidad si Japón, donde el inmovilismo político se ha convertido en todo un arte, ha sido el pionero en poner en marcha políticas monetarias no convencionales, mucho antes de que los bancos centrales del resto de países desarrollados cedan a los cantos de sirena de este mecanismo. La justificación de esta huida a adelante sería dar a los políticos “tiempo” para actuar sobre las causas profundas de la crisis, tiempo que aprovecharán... para no hacer nada. Con los tipos de interés negativos, el tiempo ha quedado en nada y el riesgo de crédito con él, ya que es el acreedor quien remunera al deudor. Cuando la deuda asciende al 250% del PIB, como le sucede al Gobierno nipón, se comprende el interés de la maniobra.

“Los kuradanomics [en relación al nombre del gobernador del Banco de Japón, Haruhiko Kuroda] tienen en mente que van a gestionar esta situación durante un periodo de 30 años”, explica el gestor de fondos. Con la primera subida del IVA del 5% al 8% (la segunda para llevarla al 10%, quedo congelada sine die por Abe), la reforma del impuesto sociedades, el cierre de algunos nichos fiscales y la muy alta presión sobre los ingresos medios y altos (multiplicación de los controles), “los ingresos fiscales aumentan”, dice. Para el año 2016 (que empezó el 1 de abril), la necesidad de financiación, a través de préstamos, por parte del Estado cayó al 35,6% de los gastos, su nivel más bajo desde 2008.

En el mejor de los escenarios, los bancos se sacrifican (tipos negativos destruyen sus márgenes), los ahorradores también pagan las consecuencias (aunque la deflación japonesa ayuda), los exportadores se ven favorecidos en teoría por la depreciación del yen (la realidad es algo diferente) y la Bolsa como el mercado inmobiliario (en el origen de la burbuja que estalló en 1990 y desencadenó la crisis de duración indeterminada) mandan.

Salvo catástrofe. A finales de julio –bastante más tarde de lo habitual, pero sobre todo después de las elecciones anticipadas, en principio previstas para el 10 de julio, coincidiendo con la renovación de la mitad del Senado–, el fondo de inversión de pensiones del Gobierno, la hucha más importante del mundo con 1,3 billones de dólares de activos en gestión puede anunciar pérdidas históricas, de entre 5,5 y 6 billones de yenes (más de 50.000 millones de euros), para el ejercicio cerrado el 31 de marzo. ¿Por qué? Porque el Gobierno Abe ha instado a los gestores, funcionarios, a invertir más en acciones japonesas y extranjeras en detrimento de las inversiones tradicionales en obligaciones. Inversiones que parece que han funcionado mal con la caída del 24% del Topics (índice ampliado de la Bolsa de Tokio) después del pico alcanzado en agosto de 2015.

Sin embargo, Shinzo Abe, cuyo fracaso económico comienza a afectar a su popularidad, va a recurrir al arma de los gobernantes nipones (que explica el deterioro de las finanzas públicas): un fondo presupuestario con la mirada puesta en el electorado. Neil Newman, de Gavekal Resarch, prevé que se destinen entre 6 y 7 millones de yenes, dos veces más que el año pasado a bonos de compra para sostener el consumo corriente de las personas de edad avanzada y de los desfavorecidos, un esfuerzo presupuestario en favor de las guarderías y las imprescindibles obras de infraestructura en zonas rurales. Todo ello para calmar a un lobby agrícolalobby que digiere mal la firma por parte de Japón del Acuerdo Transpacífico. Cambiarlo todo, para que nada cambie.

Traducción: Mariola Moreno

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