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El nuevo "soft power" de EEUU que ataca la democracia del Capitolio a Brasilia

Ilustración de Simon Toupet

Maya Kandel (Mediapart)

Del miércoles 29 al viernes 31 de marzo tuvo lugar la segunda edición de la Cumbre de la Democracia, el proyecto emblemático de Joe Biden lanzado en diciembre de 2021. Sin embargo, lo que Estados Unidos está difundiendo con mayor eficacia desde la presidencia de Trump parece ser precisamente la tendencia opuesta, la promoción de una protesta antidemocrática, "iliberal", que ataca los fundamentos mismos de la democracia, en particular el respeto de los resultados electorales, la transferencia pacífica del poder y la garantía de esos fundamentos por los tribunales de justicia.

Lo vimos de forma espectacular en Brasilia en enero de 2023, haciéndose eco del asalto al Capitolio en enero de 2021, con los mismos eslóganes, métodos, efectos visuales y, sobre todo, los mismos actores entre bastidores. Son estas conexiones las que hay que revisar cuando algunos confunden la cuestión. Así, el miércoles 22 de marzo, el presidente Emmanuel Macron equiparó en una misma frase esos dos asaltos antidemocráticos, organizados por políticos que rechazan su derrota electoral, con las manifestaciones actuales en Francia.

El asalto a las instituciones federales el 8 de enero de 2023 en Brasilia ilustró la propagación internacional de un "método" trumpista de desafío a la democracia, y más ampliamente la consolidación y amplificación de una extrema derecha global que ciertamente se adapta a los contextos locales, pero que mantiene numerosos vínculos, debate constantemente y comparte métodos, consignas y modos de acción. Estas interconexiones contribuyen a la regresión democrática global.

Ian Bassin, director de la ONG Protect Democracy, afirmaba recientemente en Politico que Estados Unidos es ahora un "exportador de influencias antidemocráticas". Recordaba que las relaciones internacionales se han caracterizado durante un siglo por oleadas de democratización, seguidas de oleadas inversas de aparición de regímenes autoritarios: "Cuando un país derroca a un dictador en nombre de la democracia, otros le siguen en oleadas; pero lo contrario también ocurre".

Si bien Joe Biden ha situado la defensa de la democracia en el centro de su presidencia, y la Cumbre de la Democracia pretende insuflar nueva vida al liderazgo positivo del país en el campo de la democratización, es otro poder blando americano, otro soft power, el que está ahora en auge, cuya traducción concreta se vio en Brasil, dos años después del asalto al Capitolio en Washington.

De Washington a Brasilia, una estrategia y unos actores comunes

En Brasilia, el 8 de enero de 2023, una semana después de la toma de posesión de Lula, el nuevo presidente electo, miles de partidarios de Jair Bolsonaro asaltaron las instituciones federales en la Plaza de los Tres Poderes, que alberga el Tribunal Supremo, la presidencia y el Congreso. Las imágenes, la preparación y los eslóganes recuerdan directamente al asalto al Capitolio, organizado por Trump, algunos asesores y congresistas, y activistas de la alt-right (derecha alternativa o nueva extrema derecha, ndt) estadounidense.

Natalia Viana, periodista brasileña que ha investigado los vínculos entre Trump y Bolsonaro, y más concretamente entre la extrema derecha americana y brasileña, escribió en noviembre de 2022 un artículo sobre la "globalización" de la mentira trumpiana y su "método" de movilización y protesta antidemocrática. Mostraba la exportación activa por parte de actores clave del trumpismo (Steve Bannon, Ali Alexander, Jason Miller) del modus operandi trumpista para infundir dudas sobre las elecciones e instrumentalizar los miedos y la ira de sus partidarios repitiendo las mismas manipulaciones que en Estados Unidos, dos años antes.

Una estrategia que el presidente Jair Bolsonaro había comenzado a desplegar, al igual que Trump, en los meses previos a la elección presidencial en Brasil, denunciando de antemano como ilegítima cualquier victoria de Lula y difundiendo mentiras sobre las modalidades de votación y el sistema electoral, incluso durante una surrealista sesión con embajadores extranjeros convocada para la ocasión. Al mismo tiempo, esos esfuerzos encontraron el favor de la alt-right americana y sus publicaciones.

Esa colaboración incluyó a Steve Bannon, que ya en octubre de 2022 escribió en la web Gettr que Bolsonaro no debía reconocer su derrota porque "la elección fue robada". Esta red social de extrema derecha, fundada por Jason Miller, adalid de la Inmigración y Prohibición Musulmana de Trump, desempeñó un papel activo en la difusión con antelación de manipulaciones que ponían en duda los resultados. Otro actor común fue Ali Alexander, líder del movimiento Stop the Steal, uno de los impulsores de la movilización del asalto al Capitolio, que pidió un golpe militar tras la derrota de Bolsonaro.

Otro activista habitual es Matthew Tyrmand, miembro de Project Veritas, una organización de extrema derecha especializada en información falsa y caracterizada por sus demandas judiciales, una de ellas perdida recientemente, su financiación opaca (donde aparece, entre otros, Peter Thiel) y sus métodos fraudulentos. Tyrmand también hizo numerosas acusaciones de fraude electoral y pidió la intervención del ejército brasileño. Y, por supuesto, Tucker Carlson, en Fox News, que dedicó un programa entero al "fraude" y a los "millones de votos desaparecidos" en Brasil.

Cabe recordar que las elecciones brasileñas fueron validadas por todas las organizaciones y observadores internacionales allí presentes, y calificadas de transparentes y bien gestionadas por la Organización de Estados Americanos.

¿Por qué los mismos actores con el mismo escenario?

Esos actores, que funcionan en red para alimentarse y propagarse mejor, se conocen desde la presidencia de Trump, caracterizada por la proliferación de los vínculos entre la extrema derecha americana y la brasileña. Sus apoyos en Estados Unidos están financiados por los mismos multimillonarios próximos a los círculos libertarios (la familia Mercer, los hermanos Koch, Peter Thiel – este artículo sobre otro tema da una buena visión de conjunto). Eduardo Bolsonaro, uno de los hijos del expresidente brasileño, fue el impulsor del desarrollo de estos vínculos tras reunirse con Bannon en agosto de 2018, quien lo nombró representante sudamericano del 'Movimiento', su intento de internacionalizar el movimiento populista nacionalista.

Natalia Viana demostró que Bolsonaro hijo se reunió más de 70 veces con personas cercanas a Trump. Fundó su propio instituto, siguiendo el modelo del CPAC, la conferencia anual pro-Trump de las bases republicanas, organizando una sesión en Brasil en 2019 para que todo ese pequeño mundo pudiera conocerse en persona. Esas conferencias son un elemento más de los encuentros y ayudan a establecer vínculos y compartir métodos y lenguaje entre todos los activistas.

También hay una parte de la galaxia de la nueva derecha americana reunida, entre otros, en el movimiento nacional-conservador o natcon, con actores comunes, como otro exfuncionario de la Casa Blanca de Trump, Darren Beattie, también conferenciante del natcon. Entre los partidarios de Bolsonaro y promotores del trumpismo exportado están, como es lógico, el propio Donald Trump, su hijo Donald Jr. pero también congresistas, igualmente miembros de la galaxia natcon, como el senador Ted Cruz.

Entrevistado por Viana, el representante demócrata Jamie Raskin, miembro de la Comisión de Investigación del asalto al Capitolio, insistió en la "dimensión global" de estas amenazas directas al proceso democrático.

Exportar influencias antidemocráticas

Si bien Biden ha puesto la defensa de la democracia en el centro de su agenda doméstica e internacional, y Washington es el hogar de muchas ONG y think tanks dedicados a la promoción de la democracia en todo el mundo, la exportación americana más efectiva desde los años de Trump es más bien el ataque a la democracia, que antes del 8 de enero en Brasilia también había tomado la forma de otras movilizaciones y campañas de desinformación, por no mencionar las teorías conspirativas como QAnon.

The Soufan Center, que identifica y analiza las amenazas extremistas, trataba en un reciente informe de la propagación internacional del radicalismo de derechas americano: "Muchos analistas del terrorismo internacional creen que Estados Unidos desempeña ahora un papel clave en la exportación de un nuevo extremismo que inspira y motiva a simpatizantes en todo el mundo." El informe subraya el importante papel del asalto al Capitolio y su simbolismo visual retransmitido en directo por los medios de comunicación de todo el mundo, un imágenes preocupantemente reproducidas en Brasilia.

No se trata de negar la autonomía de los actores brasileños o la realidad de la ira y la polarización en la sociedad brasileña. Pero los vínculos están ahí y las similitudes en la preparación, el lenguaje y los métodos son imposibles de ignorar. Del mismo modo que los spin doctors americanos exportaron sus estrategias electorales bajo la dirección de agencias de relaciones públicas en los años ochenta, asistimos ahora a una globalización de las guerras culturales americanas, transpuestas y adaptadas a los contextos locales.

Esta globalización es una estrategia activa, y el impulso también viene de arriba, incluso de Trump, que recibió a Eduardo Bolsonaro en su residencia de Mar-a-Lago, en Florida, el día de la segunda vuelta brasileña el hijo de Bolsonaro, que también estuvo presente en Washington el día del asalto al Capitolio, el 6 de enero de 2021. Este carácter deliberado e interactivo explica también las etiquetas en inglés, concebidas para facilitar la amplificación en las redes sociales. Otros elementos, como los ataques al Tribunal Supremo, garante del voto y de los derechos políticos fundamentales, aquí por Darren Beattie, recuerdan también a otras ofensivas iliberales actuales.

Este intercambio de experiencias y de tácticas también evidencia la internacionalización de las reuniones del CPAC, donde Marion Maréchal (ex política del Frente Nacional francés, ndt) intervino en 2018, por ejemplo; se han celebrado ediciones internacionales en Israel, Japón, Australia y Hungría, y pronto se celebrarán en México. Al igual que las conferencias natcons, que también se celebran en Europa, estos encuentros permiten el intercambio de ideas y métodos, así como la creación de vínculos personales que pueden tener peso una vez en el poder. El proceso ya está en marcha.

El auge de una extrema derecha globalizada

La revista académica Social Science examinó este fenómeno en un número especial sobre "el ascenso global de la extrema derecha". Los diversos artículos muestran tanto la circulación de temas y tácticas como la adaptación a los contextos políticos, culturales e históricos locales. En la introducción, los autores se preguntan: ¿nos encontramos en un momento comparable al ascenso de la extrema derecha en los años 1920 y 1930 y a la proliferación de los regímenes autoritarios fascistas que siguieron en Italia, Alemania y España?

No toda Europa se vio afectada de la misma manera, especialmente en términos de gobiernos, pero esos movimientos estuvieron presentes en todos los países. Sus principales marcadores eran similares a lo que vemos hoy: populismo, rechazo de las élites y los intelectuales que permite cuestionar cualquier palabra no conforme, acusaciones de traición a la patria hacia los oponentes políticos.

En Estados Unidos, la victoria de Trump en 2016 y sus cuatro años de presidencia han transformado profundamente la derecha americana y el Partido Republicano en un partido de extrema derecha iliberal. Hay excepciones, sobre todo entre los congresistas, pero cuentan poco cuando esos mismos congresistas toleran las declaraciones extremistas de sus líderes. La especificidad americana está también en su sistema electoral, que ha permitido a un sector radical, hasta entonces marginal y todavía minoritaria a nivel nacional, hacerse con el Partido Republicano y luego con el poder.

Lo que ocurre en Estados Unidos suele extenderse, y cada vez con mayor rapidez. La periodista Anne Applebaum se alarmaba poco después de los sucesos de Brasilia por este nuevo liderazgo americano a través del ejemplo, esta vez iliberal. Conocemos su resonancia en Europa, en el poder en Hungría y Polonia, y en auge en otros lugares.

A veces se habla de "guerras culturales", signo de otra globalización americana, de otra capacidad de influencia y atracción, en definitiva de un nuevo soft power americano. Los mismos eslóganes y métodos pueden encontrarse, por ejemplo, en Georgia, donde las manifestaciones frenaron recientemente la deriva hacia el autoritarismo político del partido gobernante, dirigido por un oligarca cercano a Putin, que se inspiró directamente en la ley rusa de 2011 sobre las ONG para intentar amordazar a la oposición política. Rusia también financia directamente a muchos de estos partidos, que atacan los fundamentos de la democracia.

La corrupción, tara de las democracias

La corrupción es la principal tara en la defensa de la democracia contra los ataques iliberales. Una corrupción que también florece en el corazón de los regímenes democráticos, legalizada y amplificada por cuatro décadas de liberalización de los mercados financieros y desregulación de los flujos de capital. La corrupción vincula el debilitamiento de las democracias, el descrédito de los partidos infectados por "negocios" y lo que dejan de ingresar los Estados, cuyos déficits presupuestarios se utilizan para reducir los servicios que prestan a sus propias poblaciones, déficits que se incrementan con la evasión fiscal y los ingresos ocultos en paraísos fiscales, mientras se invita a los ciudadanos a "comprender" que los gobernantes "no tienen otra opción".

Algunos autores incluso se refieren a la "corrupción estratégica" como un arma de desestabilización masiva. Las investigaciones sobre los Pandora Papers han demostrado cómo los países democráticos, empezando por Estados Unidos, facilitan y desatan la corrupción, y luego permiten que los fondos obtenidos por unos pocos individuos y empresas se utilicen con fines estratégicos. Los flujos financieros ocultos se han disparado en los últimos años, propiciados por la desregulación, dogma de la ortodoxia neoliberal.

Estos flujos contribuyen a socavar los regímenes democráticos al debilitar la capacidad del Estado para "ofrecer mejores resultados a sus ciudadanos que los autócratas", mantra de Biden y lema de la Cumbre de la Democracia, al tiempo que enriquecen a autócratas como Putin, a oligarcas de todo el mundo y a actores "independientes" como Peter Thiel, que ha forjado su fortuna a base de tramas financieras turbias y legales, para luego financiar movimientos, publicaciones y organizaciones que atacan los fundamentos de la democracia.

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La segunda Cumbre de la Democracia de Biden ha situado justamente la lucha contra la corrupción como tema principal. Pero el fin de los paraísos fiscales y del sistema financiero mundial no figura en el orden del día, y los compromisos asumidos se limitan a palabras y algunos incentivos, sin ninguna sanción. En términos de soft power, esta reunión telemática de tres días ha sido sobre todo un ejercicio de relaciones públicas que no va a tener ninguna eficacia frente a las redes interconectadas, organizadas y, sobre todo, bien financiadas de la alt-right global.

 

Traducción de Miguel López

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