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El éxito del berlusconismo (incluso cuando Berlusconi ya no está)

Silvio Berlusconi se reúne con los periodistas durante las consultas tras la dimisión del gobierno de Conte en el Palacio del Quirinal

Fabien Escalona (Mediapart)

La ultrapersonalización payasesca de la política, la conquista y el ejercicio del poder mediante métodos empresariales, la normalización de la extrema derecha y el revisionismo histórico... En muchos sentidos, el historiador David Broder tiene razón al señalar que, incluso después de su muerte, seguimos viviendo "en el mundo [de Berlusconi]" (véase nuestro artículo).

Es interesante preguntarse qué mundo hizo posible el fenómeno Berlusconi y, sobre todo, por qué surgió tan pronto y con tanta fuerza en ese país. Esta es precisamente la tarea que se propuso el historiador Giovanni Orsina a principios de la década de 2010. Académico de renombre y colaborador habitual del debate público italiano, este profesor de la Universidad LUISS de Roma ha optado por alejarse del Berlusconi individual, para comprender mejor las expectativas y los estados de ánimo que ha captado y suscitado en el cuerpo social de la península italiana.

Publicado por primera vez en 2013, y luego traducido al francés en 2018 por Les Belles Lettres, El berlusconismo en la historia de Italia mira más allá de los aspectos más triviales de la carrera del ex primer ministro, desde el dinero hasta los métodos de comunicación. No se trata de negar su importancia, sino de admitir que no bastan para explicar la intensidad y durabilidad del apoyo que se le brinda.

"Este libro parte de la premisa de que la política de Berlusconi no ha sido una sustancia política delgada, que su 'espesor' no ha sido la razón última de su éxito y que, por tanto, merece ser tomada en serio y analizada con detenimiento", escribe Orsina. También por esta razón hace la elección particularmente esclarecedora de situar el gobierno de Berlusconi a largo plazo, mucho antes de la famosa crisis de la Primera República entre 1992 y 1994.

Esta fase de realineación de la vida política italiana abrió sin duda una ventana de oportunidades para los nuevos partidos. Sin embargo, el particular discurso transmitido por Forza Italia y la resonancia que ha encontrado nos animan a explorar una genealogía más profunda del berlusconismo. Giovanni Orsina nos lleva hasta la unificación italiana en el siglo XIX, un periodo conocido como el Risorgimento. 

En el centro de su argumento está el hecho de que desde la construcción del Estado-nación, que llegó más tarde que muchos otros en Europa, la clase dirigente italiana ha intentado constantemente compensar el retraso que se percibía en el país. El retraso material, cultural e incluso moral de Italia tenía que corregirse mediante métodos proactivos para igualarla a las "grandes naciones del norte de Europa" en términos de poder y riqueza.

Una reacción a la tradición "ortopédica y pedagógica

Este "forzamiento", dice Orsina, ha sido el credo modernizador de diferentes regímenes (liberal, fascista, republicano), todos los cuales han tenido en común el objetivo de "construir, reconstruir, defender y reparar un aparato político ortopédico, es decir, que rectifique, y pedagógico, es decir, que reeduque al país a muy corto plazo, haciéndolo así capaz de una (cierta forma de) modernidad".

Sin embargo, el proyecto adolecía de una contradicción fundamental. Los medios utilizados por las élites para separarse del pueblo a fin de "ponerlo a la altura" del ideal que se habían fijado contradecían el objetivo, que era un intercambio racional y reflexivo entre los gobernados y los que los gobernaban. Esta contradicción, unida a las insuficiencias de la clase dirigente y a las circunstancias históricas, conducía al estancamiento, a la frustración y a la resistencia. Como es de suponer, Orsina cree que Berlusconi supo expresarlas.

En cualquier caso, señala la ruptura de Il Cavaliere con la larga sucesión de líderes italianos desde el Risorgimento: "Ningún líder político destacado [...] se había atrevido a decir tan abiertamente, tan explícitamente, tan descaradamente, tan impúdicamente que los italianos están bien como están". El berlusconismo, resume el historiador, "nació sobre todo del fracaso del enfoque jacobino de la modernidad, presentándose consciente y orgullosamente como su opuesto exacto".

Orsina se detiene en una de las débiles señales de esta corriente de descontento, que permaneció soterrada durante mucho tiempo durante la Primera República: el qualunquismo, "la forma más pura de populismo liberal de la historia italiana". En aquella época, los partidos victoriosos del régimen de Mussolini querían asegurar su dominio, para erradicar mejor los ingredientes que habían hecho posible el fascismo. El fascismo, como dijo el famoso intelectual liberal Piero Gobetti, se resumía a veces como "la autobiografía de la nación".  

Al fundar el movimiento político Uomo qualunque ("hombre de la calle" o "italiano medio"), Guglielmo Giannini pretendía acabar con la política como arte para transformar la sociedad. Para él, el pueblo podía ocuparse de sí mismo, en lugar de dejarse manipular y abusar por los que él llamaba "HPP", "Políticos Profesionales".

En su monumental Historia de Italia (Fayard, 2005), Pierre Milza menciona también l'Uomo qualunque, señalando que el semanario de Giannini tenía una tirada de cientos de miles de ejemplares en 1945, "en lo más alto de la prensa periódica italiana". Su partido obtuvo más del 5% de los votos en las elecciones constituyentes de 1946, antes de realizar importantes incursiones locales en el sur del país. Luego se hundió, debido a tensiones internas y a la retirada de sus financiadores en favor de la poderosa Democracia Cristiana.

Este movimiento, escribe Orsina, "tuvo sin embargo tiempo de señalar a la opinión pública italiana la presencia de un fuerte componente que podemos, en aras de la brevedad, llamar 'antiantifascista'". El objeto de su resentimiento era doble: por un lado, "las pretensiones ortopédicas y pedagógicas" de los partidos que redactaron la Constitución de 1946; por otro, el comunismo, encarnado por un partido en el que estas pretensiones estaban precisamente en su punto más alto.

La mezcla ideológica del berlusconismo superponía anticomunismo, liberalismo y denigración de una clase política "profesional"

En términos culturales e ideológicos", prosigue el historiador, "el antiantifascismo fue efectivamente expulsado del campo de la legitimidad republicana [...]. En cambio, en términos electorales y políticos, los votos antiantifascistas se acercaron progresivamente a la mayoría gubernamental y, en particular, a la Democracia Cristiana". Salvo que, con la crisis de principios de los 90, toda la "partitocracia" antifascista implosionó.

Esto allanó el camino al discurso de Berlusconi, que tenía la ventaja de ser pronunciado por un hombre procedente del sector privado, lo que hacía creíbles sus llamamientos a reducir y suavizar el Estado, así como a devolver a la sociedad el "sentido común" que imperaría en ella. También se atreve a hacer valer sus credenciales de derechista y a atraerse el favor de culturas políticas hasta entonces relegadas a los márgenes, a las que reúne en una alianza inestable pero duradera.

Il Cavaliere", analiza Orsina, "intentó retroceder en el tiempo desde 1994 hasta los años 50: rescató a la derecha ideológicamente estratificada [conservadora, liberal, qualunquista...] que la llegada al poder del centro-izquierda había excluido culturalmente de la República [...]. [...] Por último, al "limpiar" el neofascismo del Movimiento Social, y luego el posfascismo de la Alianza Nacional, a los que la evidente ausencia de alternativa había convencido de aceptar la democracia liberal, Berlusconi retrocedió en el tiempo hasta los años treinta".

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La mezcla ideológica del berlusconismo superponía, pues, anticomunismo, liberalismo y denigración de una clase política "profesional", con la promesa de una acción pública rápida, eficaz y discreta. Evidentemente, las cosas no eran tan sencillas. En primer lugar, porque el proyecto "ortopédico y educativo" no carecía de base social ni de relevos institucionales, de ahí las fuertes resistencias al berlusconismo. En segundo lugar, porque la transición del capitalismo italiano hacia un modelo neoliberal ha perjudicado a las clases medias y ha impedido la consolidación de un "bloque burgués", en palabras del economista Stefano Palombarini.

La gota que colmó el vaso, señala Orsina, fue el prolongado dominio de Berlusconi sobre su partido personalista, Forza Italia: "El líder populista acabó siguiendo los muy despreciados pasos de aquellos a los que el fundador de Uomo qualunque había llamado 'políticos profesionales': alimentó el mito de la insustituibilidad de sí mismo y de su propio clan". No es de extrañar, por tanto, que otros empresarios políticos hayan tratado de retomar partes de su discurso, entre ellos Matteo Renzi, líder durante un tiempo del Partido Democrático. 

El panorama político italiano actual tiene una configuración diferente a la de principios de los años noventa, con una inversión del equilibrio de poder dentro de los partidos de derechas. El libro de Giovanni Orsina demuestra, analizando tanto el discurso como el electorado, la "extraordinaria capacidad del berlusconismo para politizar la antipolítica".

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