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Por qué ómicron no detendrá la proliferación de variantes pero puede ser el fin de las formas graves de covid-19

Los escolares retomaron esta semana en España las clases de manera presencial tras a las vacaciones navideñas.

Lisa Barnéoud (Mediapart)

La Organización Mundial de la Salud (OMS), al optar por denominar las variantes preocupantes del Sars-CoV-2 con las letras del alfabeto griego, ¿se confió en exceso? Ómicron es la decimoquinta letra de las veinticuatro existentes, por lo que solo hay nueve nombres todavía disponibles. ¿Omega cerrará el baile de las variantes? Probablemente no. Pero cuando surja esta enésima variante, el mundo puede estar pendiente de otra cosa, según muchos expertos. Mediapart, socio editorial de infoLibre, desentraña las razones.

La imperfección está en el centro de esta historia. Y más concretamente, la imperfección en los procesos de réplica de los organismos vivos. Más que cualquier otro organismo, los virus tienen un papel importante en esta imperfección. En cuanto entran en nuestro cuerpo, por la nariz o la boca, se agarran a nuestras células con sus ganchos, la ya famosa proteína Spike.

Una vez dentro de nuestras células, se adueñan de los ribosomas, las fábricas de producción de proteínas, en beneficio propio. Resultado: en lugar de “traducir” los elementos genéticos de la célula, estas fábricas hackeadas no tendrán más remedio que hacerse con el genoma del virus y producir en masa sus distintos componentes, que se ensamblarán para dar lugar a millones de nuevas partículas virales en pocas horas.

Los investigadores han hecho estimaciones del número de partículas virales que se producen durante una infección y las cifras son de vértigo: en un periodo de entre dos y cuatro días, nuestras células pueden producir entre 1.000 y 100.000 millones de partículas virales. Más que humanos hay en la Tierra. Y eso sólo en las células de nuestras vías respiratorias, intestinos, ganglios, etc. Lo que representaría un peso de 1 a 100 microgramos.

Sin embargo, no todas estas copias son clones perfectos del primer o de los primeros virus llegados. Aquí es donde reside la imperfección. Cuando los ribosomas copian el material genético de los virus, se producen errores. Imaginemos que debes copiar este artículo lo más rápido posible. En la copia aparecerían diferentes tipos de errores; se omitirán letras (“diferentes” se convertirá en “difrentes”, por ejemplo), se cambiarían unas letras por otras (“diferentos”), se añadirán nuevas letras (“difirientes”). Con un corrector ortográfico, incluso encontraríamos palabras próximas en lugar de la palabra original (“diferente”). O fragmentos de frases que han pasado de estar en un párrafo a otro.

El genoma de Sars-CoV-2 es un mensaje de 30.000 letras, unas tres veces más largo que este artículo. Sin querer parecer presuntuosa, también es menos agradable de leer: su alfabeto sólo contiene cuatro letras, que simbolizan la inicial de una molécula química (a de adenina, c de citosina, g de guanina y u de uracilo). Para hacerse una idea, su texto empieza así: “auuaaagguu uauaccuucc” y termina con una misteriosa sucesión de unas treinta aes.

Como cualquier copista, nuestros ribosomas cometen errores al copiar esta extraña misiva viral, que ya ha matado a 5,5 millones de personas en todo el mundo. “Por término medio, sea cual sea el organismo, observamos una mutación por genoma y por ciclo de replicación”, explica Bruno Canard, especialista en replicación viral en el laboratorio de Arquitectura y Función de las Macromoléculas Biológicas de Luminy (CNRS).

Sorprendentemente, este número de errores se mantiene más o menos igual, sea cual sea el tamaño del genoma. “Nuestros estudios han demostrado que en genomas grandes, como los de los coronavirus, han aparecido mecanismos de reparación de errores durante la evolución, evitando así una acumulación demasiado grande de mutaciones que podrían ser perjudiciales para el virus”, explica el investigador.

Esta es una de las razones por el que algunos afirmaron al principio de la pandemia que el Sars-CoV-2 no mutaría. “Llevamos seis meses de retraso por culpa de esta falsa idea”, apunta molesto Bruno Canard.

Los mismos investigadores israelíes-estadounidenses que contaron el número de partículas víricas durante una infección trataron de evaluar el número de mutaciones que puede producir un organismo infectado: ¡hasta 100 millones! Con unas 300.000 infecciones diarias en Francia, podemos estimar en 30.000 billones, un 30 con 12 ceros detrás, el número de mutaciones que se producen actualmente de incógnito en todos nuestros organismos franceses.

Afortunadamente, no todas estas mutaciones darán lugar a Pi, la siguiente “variante preocupante” de la lista de la OMS. En primer lugar, si el individuo infectado se aísla y no infecta a nadie más, estas copias mutadas terminarán su vida en este único organismo, sin dar lugar a una nueva línea. En segundo lugar, una mutación en un gen no conduce sistemáticamente a un cambio en la proteína codificada por ese gen, ni mucho menos.

Por último, si estas mutaciones afectan a proteínas esenciales para el correcto desarrollo del virus, hay pocas posibilidades de que estos mutantes sobrevivan. Serán más lentos o menos eficientes que los demás y perderán el juego de la selección natural.

“Para que una variante surja y se propague, sus mutaciones deben darle una ventaja selectiva sobre otros virus”, explica Antoine Flahault, director del Instituto de Salud Global de la Universidad de Ginebra. El epidemiólogo distingue dos tipos de ventajas: una mejor transmisibilidad o una forma de escapar al sistema inmunitario.

Por ello, la mayoría de las mutaciones no se producen en las proteínas internas de los virus, esenciales para su funcionamiento básico y su replicación, sino en las que recubren su envoltura. Son las proteínas que permiten al virus adherirse a las células y entrar en ellas. También son estas proteínas las que el sistema inmunitario aprende a reconocer. Por decirlo de otro modo, las mutaciones que cambian completamente la apariencia del virus son el equivalente a las capas de invisibilidad de Harry Potter.

Por ejemplo, Ómicron. De sus aproximadamente sesenta mutaciones, la mitad se localizan en una sola proteína, que representa apenas el 10% del total del genoma: Spike, el gancho que permite tanto a nuestros anticuerpos reconocer al intruso como al virus adherirse a nuestras células. Como resultado, esta variante puede superar la línea de defensa de nuestros anticuerpos sin demasiados problemas. Pero también se une más fácilmente a nuestras células, especialmente a las del tracto respiratorio superior.

Por otro lado, otras mutaciones dificultarían su fusión directa con la membrana de ciertas células, lo que podría explicar que esta variante penetre menos en nuestros pulmones, dando lugar a formas menos graves.

Estas mutaciones son claramente la jugada ganadora de la selección natural. Permiten que los virus se reproduzcan mejor dentro del tracto respiratorio superior, que es el lugar más conveniente para salir y encontrar otra nariz o boca, tan pronto como se presente la oportunidad. Como resume Bruno Canard, “bastan unas pocas mutaciones para cambiar drásticamente la naturaleza de una epidemia”.

Una de las (muchas) preguntas sobre Ómicron es: ¿dónde y cómo encontró su jugada ganadora? Descubrir repentinamente más de sesenta mutaciones en una variante, mutaciones que son completamente diferentes de las observadas anteriormente, es realmente inquietante.

Actualmente se barajan tres hipótesis. La primera hipótesis es que las mutaciones se acumularon lentamente a lo largo de los meses en una región donde pocas cepas circulantes son objeto de análisis genético.

La segunda hipótesis es que surgieron en el seno de un único organismo que sufría una infección crónica (por ejemplo, el VIH), lo que proporcionó al virus decenas de ciclos de replicación y, por tanto, una posibilidad de mutaciones muy superior. Esta hipótesis parece atrevida, pero es plausible; en un estadounidense de 45 años inmunodeprimido que murió tras 150 días de infección por Sars-CoV-2, se descubrieron varias variantes en sus órganos. Contenían decenas de mutaciones, incluidas las presentes en las variantes Alfa, Beta, Gamma y Delta. Además, estos pacientes inmunodeprimidos pueden estar infectados por varias variantes al mismo tiempo, lo que ofrece una posibilidad de recombinación genética entre ellas.

Finalmente, la última hipótesis es que estas mutaciones aparecieran de incógnito en un reservorio animal antes de infectar a los humanos. Esto explicaría por qué pasaron desapercibidas en las pruebas genéticas y por qué son tan diferentes de lo que se había observado hasta ahora.

De hecho, se han notificado infecciones en varias especies animales (enumeradas en el sitio web de la Organización Mundial de Sanidad Animal): felinos, perros, visones y ciervos. Además, según un estudio reciente, Ómicron parece unirse más fácilmente a los receptores de las células animales (ratones, aves, murciélagos) que otras variantes.

“A los humanos nos gusta poner las cosas en cajones separados, pero en realidad, es posible que las tres hipótesis hayan influido”, comenta Bruno Canard.

¿Y el quid de la historia? Si Ómicron realmente infecta a 3.000 millones de seres humanos (y sin duda a un buen número de animales) en los próximos tres meses, según el modelo del Instituto de Métrica y Evaluación de la Salud de la Universidad de Washington, ¿debemos temer una explosión de nuevas variantes en un futuro próximo?

Buenas noticias en el frente de la inmunidad celular

“El Sars-CoV-2 seguirá produciendo nuevas variantes indefinidamente”, afirma Paul Hunter, profesor de medicina de la Universidad de East Anglia en Norwich (Inglaterra). Pero para este especialista en enfermedades infecciosas emergentes, como para otros especialistas, todavía hay un rayo de esperanza. Y esto se basa en los actores poco conocidos de nuestro sistema inmunitario: los linfocitos T, también conocidos como células asesinas.

En lugar de atacar a los virus circulantes, como hacen los anticuerpos, los linfocitos T son capaces de detectar y luego destruir las células que están siendo infectadas por virus. Esta llamada inmunidad celular se basa en el reconocimiento de varias proteínas del virus que la célula expone en su envoltura externa cuando está infectada. Sin embargo, los genes de estas proteínas prácticamente no están mutados en Ómicron, ni en ninguna otra variante, según una reciente publicación que aún está siendo revisada por otros investigadores.

El Sars-CoV-2 no ha desarrollado mutaciones significativas de escape de los linfocitos T en esta etapa”, dicen los autores del estudio. Evidentemente, esto es una buena noticia para las personas infectadas por Ómicron y ya expuestas a una variante anterior o vacunadas: sus linfocitos T deberían ser capaces de reconocer al intruso y eliminarlo antes de que infecte a demasiadas células, limitando así la gravedad de la infección. Esto es probablemente lo que explica la actual disociación entre el número de infecciones y los ingresos en cuidados intensivos.

También es una buena noticia para el futuro de esta pandemia. Salvo una variante en la que se acumulen mutaciones en los distintos fragmentos del virus que sirven de elementos de reconocimiento para los linfocitos T, podríamos empezar a ver el final del túnel tras la ola de Ómicron. “Dado lo contagiosa que es, Ómicron creará una inmunidad celular en toda la población, lo que debería protegernos contra las formas graves en el futuro”, afirma Bruno Canard.

De Alfa a Omega, el baile de variantes no ha terminado. Pero quizás ya no se trate de una danza mórbida como hasta ahora.

Traducción: Mariola Moreno

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