Por dieciocho votos, el jueves 16 de octubre, la Asamblea Nacional francesa no censuró al Gobierno de Sébastien Lecornu, que por el momento prolonga su mandato. La moción de censura, presentada por La Francia Insumisa (LFI) con el apoyo de Los Ecologistas y los comunistas, y también votada por la extrema derecha, solo obtuvo 271 votos de los 289 necesarios para derrocar al primer ministro y a su equipo. Como era de esperar, la moción presentada por la Agrupación Nacional (RN) también fue rechazada, con solo 144 votos a favor.
No había mucho suspense, ya que el Partido Socialista (PS) había apoyado oficialmente al Gobierno de Lecornu, tras obtener de éste, el martes 14 de octubre, el abandono del uso del art. 49.3 de la Constitución y la promesa de suspender la reforma de las pensiones. Eso no impidió que la diputada insumisa Aurélie Trouvé intentara convencer in extremis a los últimos socialistas indecisos.
“La suspensión anunciada no es más que una ilusión, un engaño, un subterfugio”, advirtió Trouvé desde la tribuna, dirigiéndose a los escaños socialistas, desiertos en ese momento, pasando a enumerar todas las razones que hacen que el proyecto de presupuesto del ejecutivo —que se debatirá y enmendará a partir de la próxima semana— sea “una devastación” que, según ella, tiene como objetivo recortar “todos los presupuestos que hacen la unidad” del país.
A su llegada a la Asamblea Nacional el jueves por la mañana, el líder de los diputados socialistas, Boris Vallaud, advirtió: “Todo el mundo debe atenerse a la posición común”, dijo, en referencia a la no censura aprobada dos días antes. Desde la tribuna, el diputado socialista Laurent Baumel intentó defender la línea de su grupo, argumentando que “la no censura de hoy no es, evidentemente, en ningún caso un pacto de no censura”. Todo ello bajo los gritos de “¡Vendidos!” lanzados desde los escaños de la RN y la cautela mezclada con rabia de los pocos insumisos que se quedaron para escucharlo.
Un pequeño puñado de disidentes
En el momento de la votación, organizada en los salones contiguos al hemiciclo, siete diputados socialistas se despegaron finalmente de la consigna. Entre ellos, varios representantes de ultramar, pero también Paul Christophle y Fatiha Keloua Hachi, que ya habían censurado al Gobierno de Bayrou en enero. En Los Ecologistas, Delphine Batho, Dominique Voynet y Catherine Hervieu no votaron a favor de la moción de censura, al igual que Yannick Monnet y la diputada polinesia Mereana Reid Arbelot del grupo comunista.
Aunque Boris Vallaud se felicitó el martes por haber provocado “una fisura en el dogma macronista” al arrancar la promesa de una suspensión de la reforma de las pensiones, el PS también ha creado numerosas fisuras en su propio bando. Como forma de hacer las paces con los antiguos socios del Nuevo Frente Popular (NFP), Laurent Baumel dedicó el “preámbulo” de su discurso a sus colegas de izquierda favorables a la moción de censura, asegurándoles que los comprendía “íntima y perfectamente”.
Una precaución que no ha calmado el enfado del resto de la izquierda ante la escapada en solitario del partido de Olivier Faure. “Toda esta secuencia da argumentos a quienes quieren que las dos izquierdas sean irreconciliables y acusan de traición al PS, que, de hecho, se aísla de sus socios de izquierda y ecologistas”, dice irritada Clémentine Autain, que, sin embargo, sigue convencida de que la necesidad de derrotar a la extrema derecha en 2027 acabará con estas disensiones.
La moción de censura ha puesto de manifiesto las fracturas internas de las formaciones políticas
Mientras tanto, se ve cada vez más comprometida la celebración de unas primarias que reúnan bajo una misma bandera a los socialistas que votaron en contra y a los no socialistas que votaron a favor. El martes por la mañana, durante una reunión telemática entre diferentes figuras favorables a la celebración de dicho proceso de designación, entre ellas Lucie Castets, solo Marine Tondelier seguía creyendo en ellas.
La moción de censura, además de dividir a los miembros del antiguo NFP, ha puesto de manifiesto las fracturas internas de las formaciones políticas. En primer lugar, en el PS, donde las últimas veinticuatro horas han sido tormentosas. Como muestra del malestar entre sus filas, Laurent Baumel tomó la palabra el jueves por la mañana ante unos escaños prácticamente vacíos, ya que solo estaban presentes dos diputados socialistas, entre ellos el presidente del grupo, Boris Vallaud. “Estamos entrando en el túnel presupuestario, todo el mundo estaba en su circunscripción”, intentó justificar este último.
En Los Ecologistas, que a principios de semana habían anunciado que censurarían “en bloque” al Gobierno, las disensiones también han aumentado en los últimos días. “Los diputados están en manos de LFI y saben que la censura nunca se aprobará, por eso han decidido pulsar el botón, pero en el fondo saben muy bien que es una estupidez”, lamentaba el miércoles por la noche un dirigente del partido, remitiéndose a la página de Facebook de los ecologistas, inundada de críticas de los votantes.
El miércoles, en el Senado, el grupo ecologista, muy “dividido”, se mostró mucho menos ofensivo que en la Asamblea tras la declaración de política general de Lecornu. El senador Guillaume Gontard reconoció que era “lógico” que sus colegas diputados censuraran, pero se guardó mucho de apoyarlos en el fondo, dejando un amplio margen para un llamamiento al “compromiso”.
En cuanto al Partido Comunista Francés (PCF), esta vez fue su secretario nacional, Fabien Roussel, quien se opuso a sus propia gente, felicitándose ruidosamente por la suspensión de la reforma, “una primera victoria para 500.000 trabajadores”. El jueves, en el hemiciclo de la Asamblea, la comunista Émeline K/Bidi no tuvo empacho alguno en concluir que la única solución posible a la crisis actual era la salida del presidente de la República.
La conversión de la Agrupación Nacional
Tal y como había anunciado, la extrema derecha votó a favor de la moción de censura presentada por LFI, que sin embargo tenía como objetivo “cuestionar la asistencia médica del Estado”. El cambio estratégico es importante para las filas de Marine Le Pen, quien llevaba dos años repitiendo que nunca censuraba a priori a un Gobierno, prefiriendo intentar obtener, mediante la negociación con Michel Barnier y luego con François Bayrou, pequeñas victorias políticas para reforzar su imagen de respetabilidad. “¡Nueve veces! ¡Nueve veces!”, lanzó burlándose el insumiso Manuel Bompard, en referencia a las nueve mociones de censura anteriores que la RN había rechazado.
“Yo censuro todo, basta. La broma ya ha durado bastante”, había advertido la líder del grupo de extrema derecha el 8 de octubre, mientras Emmanuel Macron aún buscaba un primer ministro para sustituir a Sébastien Lecornu, que había dimitido. Desde la tribuna de la Asamblea, Marine Le Pen continuó con su objetivo de distanciarse del “sistema”, tras haber escenificado sus recientes desplazamientos a la cumbre ganadera o al congreso de bomberos, mientras los demás partidos políticos debatían con Macron y Lecornu.
Denunciando un “espectáculo patético”, un “veneno para nuestra democracia”, Le Pen se centró el jueves en el proyecto de presupuesto del primer ministro, para ella un “acto último de un sistema político sin aliento y sin ideas”. Luego se centró en los socialistas y en Los Republicanos (LR), cuyas voces no serían suficientes para derrocar al Gobierno. “La insondable tontería de las posturas de unos y otros podría salvaros”, lamentó dirigiéndose a Sébastien Lecornu.
¡Censurad! ¡No os comprometáis! ¡No os traguéis esas humillaciones, ese sapo, atreveos a ser valientes!
En los últimos días, los dirigentes del partido de extrema derecha se regocijaban, ante la actitud de los dos partidos que han gobernado el país durante décadas, de poder sacar del armario los carteles del Frente Nacional (FN, ex RN) que denunciaban a la “UMPS” y que “no han envejecido ni un ápice”.
Su aliado, Éric Ciotti, también intentó convencer a sus antiguos colegas de LR, denunciando desde la tribuna “un gobierno rehén del Partido Socialista” y llamando a la disidencia con respecto a las instrucciones del líder del grupo parlamentario Derecha Republicana (DR), Laurent Wauquiez. “¡Censurad! ¡No os comprometáis! ¡No os traguéis esas humillaciones, ese sapo, atreveos a ser valientes!”, les pidió.
Tras la declaración de política general de Lecornu, numerosos dirigentes —no diputados— del partido dirigido por Bruno Retailleau habían pedido censurar al Gobierno. Finalmente, solo Alexandra Martin, diputada por Alpes Marítimos, votó a favor de la moción presentada por LFI. Otros tres miembros de LR prefirieron votar a favor de la presentada por la RN, que no tenía ninguna posibilidad de ser aprobada, ya que la izquierda ya había anunciado que no la apoyaría.
Ver másLecornu no se atreve a tocar a los ultrarricos en los nuevos presupuestos, pero sí a aplicar la tijera social
Tras el rechazo de esas dos mociones, ha llegado el momento de examinar el presupuesto, lo que podría llevarse a cabo sin recurrir al artículo 49.3, algo que no ocurre desde 2022. La situación actual parece aún más incierta que la de los últimos meses. Tras los resultados del jueves, la presidenta del grupo LFI, Mathilde Panot, pidió a los militantes y votantes socialistas que “rompan filas” para crear un polo de “resistencia” ante una disolución de la Asamblea que, en su opinión, “ahora ya es inevitable”.
Traducción de Miguel López
Por dieciocho votos, el jueves 16 de octubre, la Asamblea Nacional francesa no censuró al Gobierno de Sébastien Lecornu, que por el momento prolonga su mandato. La moción de censura, presentada por La Francia Insumisa (LFI) con el apoyo de Los Ecologistas y los comunistas, y también votada por la extrema derecha, solo obtuvo 271 votos de los 289 necesarios para derrocar al primer ministro y a su equipo. Como era de esperar, la moción presentada por la Agrupación Nacional (RN) también fue rechazada, con solo 144 votos a favor.