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Trump sufre todos los síntomas de una virtual debacle electoral

Manifestantes se concentran en las inmediaciones del campo de golf de Virginia donde Trump juega.

Antoine Perraud (Mediapart)

No se trata de la primera “semana horrible” de Donald Trump en la Casa Blanca. Hace casi tres años, a finales de julio de 2017, el semanario francés Le Point se refería ya a la “septimana horribilis” del presidente de Estados Unidos, en graves apuros en los sondeos apenas seis meses después de acceder al cargo. “Cinco meses es mucho tiempo”, no dejaba de tuitear, a finales de esta primavera de 2020, Gerard Araud, el exembajador de Francia en Washington, para subrayar la inconsciencia de los internautas que quisieran vender la piel del oso Trump oso Trumpantes de que los estadounidenses –o más precisamente, algunos estadounidenses– voten el 3 de noviembre.

Lo que no es óbice para que en estos primeros días del verano 2020, sin prejuicio de una nueva glaciación política al otro lado del Atlántico, los crujidos en el glacial Trump se escuchen por todos lados. Y no será la escarcha artificial del mitin electoral de Tulsa (Oklahoma), celebrado en la tarde del sábado 20 de junio, la que solde la fractura.

Efectivamente, dicho mitin fue un semifracaso; lo fue por las dificultades que Camelot tuvo para vender su bazofia, por el disco que parecía rayado ante una audiencia escasa; por la magia del Donald que parecía haber dejado de funcionar (incluso frente a los que todavía quieren creer en ella).

Hacía falta una dosis de cinismo a prueba de bombas para poner punto y final de este modo, desde el punto de vista trumpista, a la secuencia de la muerte de George Floyd el 25 de mayo en Mineápolis. Se trataba de volver a movilizar a un electorado, permeable al racismo, en el mismo lugar donde, a finales de junio de 1921, estallaron los “disturbios raciales” (race riots en el idiolecto yanqui), es decir, una masacre cometida por norteamericanos blancos contra norteamericanos negros –entre 100 y 300, según el recuento realizado 75 años más tarde, después de un largo, culpable y doloroso silencio–.

Y para coronar la violencia simbólica del mitin electoral así querido para reconquistar a la opinión pública –la de los ciudadanos blancos que traducen en malestar identitario su precariedad social–, Trump había anunciado inicialmente el mitin para el 19 de junio, día de la celebración de la emancipación de los esclavos (19 de junio de 1865, tras acabar la Guerra de Secesión), llamado Juneteenth.

Finalmente, el mitin de Tulsa se retrasó al día siguiente, el 20 de junio, con una sombra en el panorama: la pandemia del covid-19, todavía activa, a pesar del negacionismo de Trump. De ahí que no se llenase un recinto con capacidad para 20.000 personas. Además, según informaban los medios de comunicación no afines, en vísperas de un encuentro con graves riesgos sanitarios, seis miembros del equipo de campaña estaban contagiado. Y todo ello, mientras el famoso epidemiólogo que supuestamente asesora al versátil inquilino de la Casa Blanca, el doctor Anthony Fauci, calificaba de absurda semejante afluencia de público en Tulsa. Del mismo modo que criticó la reanudación de la temporada de fútbol en septiembre, como si no hubiera pasado nada, con las consiguientes críticas del presidente Trump.

La Liga Nacional de Fútbol Americano (NFL); quizás esa sea la puntilla. Donald Trump hizo saber que no vería los partidos en los que los jugadores se arrodillasen en el suelo durante el himno nacional, pidiendo el mismo boicot a sus seguidores. De modo que éstos van a verse en un conflicto de lealtad lamentable. Porque si bien les puede resultar fácil alinearse con las salidas de tono de “su” presidente en contra de China, de Europa, o de los periódicos de la costa Oeste que no leen, renunciar a los encuentros deportivos porque uno de sus participantes, quizás idolatrado por sus cualidades, se arrodille, supone un dramático problema de conciencia en el fuero interno yanqui…

A veces resulta más fácil poner el foco en un detalle para que cese la ceguera voluntaria; mientras la confianza se hace añicos a medida que se abren los ojos. Y hay que admitir que no han faltado oportunidades, incluso para los más proclives a pasar por alto los excesos de Trump, de decir hasta aquí, durante estos últimos 15 días en los que el furioso Don Quijote de la Casa Blanca ha estado abalanzándose contra todos los molinos posibles.

El 11 de junio, el presidente daba la imagen de un hombre furioso que busca camorra al atacar en Twitter a los representantes electos de Seattle, la ciudad de la que dijo que se había entregado a los canallas anarquistas. Y he aquí un nuevo viejo-nuevo hilo, que consiste en describir, amplificándolo, el caos de las manifestaciones antirracistas como la prefiguración del pandemónium que reinaría en todo el país si Joe Biden resultase elegido...

Ese mismo día, Trump amenazaba a la Corte Penal Internacional (CPI) con sanciones económicas dirigidas directamente a los responsables de esta institución, con el fin de disuadirla de procesar al personal militar estadounidense por su participación en el conflicto de Afganistán.

El 13 de junio, se producía el fiasco de West Point. El presidente se dirigía a los militares, que le habían adelantado 10 días antes que entre las instituciones y él, se quedarían con las instituciones. De hecho, el 3 de junio, el hombre de confianza de Trump en el Pentágono, Mark Esper, declaraba en una asombrosa conferencia de prensa: “Como secretario de Defensa, pero también como exsoldado y exmiembro de la Guardia Nacional, creo que la opción de utilizar el Ejército activo para mantener el orden debe utilizarse sólo como último recurso y sólo en las situaciones más urgentes y graves. No estamos en una de esas situaciones en este momento. No soy partidario de que se recurra a la Insurrection ActInsurrection Act”.

Ahora bien, en West Point, la táctica de centrarse en los detalles para borrar lo esencial, tan a menudo practicada por Donald, se vuelve en su contra. Le cuesta llevarse un vaso de agua a la boca, camina con cautela al bajar del estrado. El periódico mensual de izquierdas de Boston, The Atlantic, por más que ha puesto el incidente en una perspectiva política al recordar que la poliomelitis de Roosevelt le hacía tener menos movilidad que Trump hoy y que si hay que subrayar una enfermedad en el presidente actual, es esta enfermedad mental que hace de él un mentiroso patológico incapaz de construir pero capaz de destruirlo todo, el mal está hecho. El supuesto coloso ha demostrado tener pies de barro.

Twitter e incluso Facebook han decidido limitar los delirios

El 18 de junio de 2020, la Corte Suprema, decantándose por la ley a pesar de los nombramientos políticos y de las presiones de Donald Trump, tomaba una decisión dirigida, una vez más, a mantener el equilibrio de poder al limitar las ambiciones desmesuradas del Ejecutivo. En efecto, el principal tribunal del país fallaba a favor de las protecciones otorgadas a los dreamers, jóvenes inmigrantes llegados ilegalmente al país. El presidente quería poner fin a un estatus, instituido por Barack Obama en 2012, en el marco del programa Daca (Deferred Action for Childhood Arrivals), que permite a sus beneficiarios vivir, estudiar y trabajar en los Estados Unidos de América sin temor a ser deportados.

El fallo del 18 de junio era el cuarto revés que sufría Trump en cuatro días. La Corte Suprema había rechazado previamente juzgar las denuncias presentadas por los defensores de las armas, y acto seguido mantuvo la condición de “ciudad refugio” a los municipios que se niegan a ayudar a la Policía de inmigración en su lucha contra los migrantes indocumentados. Seis jueces, entre ellos John Roberts y Neil Gorsuch, nombrados por Donald Trump, también habían ampliado las protecciones legales contra la discriminación en la contratación de homosexuales y transexuales, para gran disgusto de la derecha religiosa.

Y una bofetada todavía más intolerable, según los criterios y desafíos en juego en la Casa Blanca: Twitter e incluso Facebook han decidido restringir los delirios y divagaciones del presidente en las redes sociales. En el primer caso, un tuit fue señalado como engañoso. Se trata de un video con el logo de la CNN y titulado “Niño aterrorizado por un bebé racista” (Terrified toddler runs away from racist baby ), que en Twitter se difundió con el aviso de: “Medio de comunicación manipulado”.

Facebook, por su parte, y esto es toda una novedad, ya que esta red social se ha puesto de perfil hasta la fecha, ha eliminado los anuncios de la campaña electoral de Donald Trump, en los que se atacaba a la llamada extrema izquierda americana y donde se veía un triángulo rojo invertido, el símbolo utilizado por los nazis para designar a los prisioneros políticos en los campos de concentración...

El efecto acumulativo se completaba el pasado sábado 20 de junio por boca del secretario de Estado Mike Pompeo, quien criticó la “hipocresía” del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas por haber votado el día anterior en Ginebra una resolución que condenaba el racismo sistémico y la violencia policial. “El Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, que incluye a Venezuela, y recientemente a Cuba y China, siempre ha sido y sigue siendo un refugio para los dictadores y las democracias que los toleran”, dijo Pompeo, recordando algunos de los desafortunados matices de la Guerra Fría.

Sin embargo, el 19 de junio se abría otro frente, con la maniobra de otro ministro, el de Justicia, William Barr, comparado por The New Republic con un gran inquisidor al servicio de Donald Trump. Se trata del caso Geoffrey Berman, fiscal desde 2018 en el poderoso Distrito Sur de Nueva York. En concreto, supervisó la acusación de Michael Cohen, exabogado de Donald Trump, que fue condenado a tres años de prisión en diciembre de 2018 por mentir al Congreso, defraudar en el pago de impuestos y comprar el silencio de dos de las presuntas examantes de Trump durante la campaña presidencial de 2016, violando con ello la leye electoral. Berman también hizo que se investigaran los esfuerzos de Rudy Giuliani, el actual abogado personal del presidente, y de dos de sus socios para desacreditar a Joe Biden, que se convirtió en el oponente demócrata de Trump en las elecciones presidenciales del 3 de noviembre.

El fiscal, que es republicano, se enteró por un comunicado del ministro de Justicia que había dimitido. Tras anunciar su intención de permanecer en el cargo, al día siguiente, 20 de junio, el presidente Trump anunciaba su destitución.

Finalmente, una emocionante paradoja de naturaleza mediológica: el mundo Trump, que sólo se encuentra en la galaxia virtual y en la galaxia McLuhan, corre el riesgo de venirse abajo por dos viejos objetos de la galaxia Gutenberg, dos libros. Como el libro de John Bolton, que se publicará este 23 de junio a pesar de la demanda, presentada en vano por la Casa Blanca, para prohibirlo. En ella, John Bolton presenta a un presidente ignorante, enérgico y manipulado por Putin, mendigando soja a los chinos para asegurar buenos resultados entre los agricultores americanos en las próximas elecciones presidenciales; un Trump ridículo burlado a sus espaldas por aquellos que se supone que están a su servicio. Un presidente que se sirve a sí mismo y a su país. La cadena ABC emitía la primera entrevista a Bolton el domingo 21 de junio; en dicha entrevista se pretende jugar con su aura de halcón republicano –difícil de hacerlo pasar por izquierdista o por un mequetrefe– para pulverizar las últimas certezas del electorado de Trump.

Habrá otro libro, en forma de misil capaz de perforar el muro privado del sistema Trump: un ajuste de cuentas firmado por su sobrina, Mary Trump, que debería llegarle directo al corazón, a la cartera y debajo del cinturón. Su publicación está prevista para el 28 de julio y se titula Too Much and Never Enough : How My Family Created the World’s Most Dangerous Man [Demasiado y nunca suficiente: cómo mi familia ha creado al hombre más peligroso del mundo].

“Es la única que puede contar esta saga fascinante y perturbadora, no sólo por su cercanía, sino también porque es la única Trump que está dispuesta a decir la verdad sobre una de las familias más poderosas y disfuncionales del mundo”, dice su editor, Simon & Schuster, el mismo de John Bolton.

Los tiempos han cambiado mucho desde junio de 2019, fecha de la visita de estado de Donald Trump al Reino Unido, donde la reina ofreció un banquete a un monstruo que parecía que sería reelegido sin lugar a dudas por sus logros económicos. Hace sólo un año, parecía que el pueblo estadounidense iba a apoyarlo, sin importar las provocaciones, errores o delitos , tapados o cometidos. Hoy, aunque ponga las cartas sobre la mesa la CNN, que nunca ha ocultado su alergia a los excesos del actual presidente, la pregunta que se plantea cada vez más no es si es probable que el Donald pierda el 3 de noviembre, sino cómo podría reaccionar una vez que se anuncie su derrota...

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Traducción: Mariola Moreno

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