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Zawahiri, de vivir en las montañas del Hindú Kush a morir en un elegante barrio de Kabul

El hasta ahora líder de Al Qaeda, Ayman al Zawahiri, junto a su predecesor, Osama Bin Laden.

Jean-Pierre Perrin (Mediapart)

El barrio de Sherpur es un enclave residencial elegante y moderno, cercano al centro de Kabul, donde tienen su sede varias representaciones diplomáticas, entre ellas la embajada de Francia, y donde el dinero de la droga ha propiciado el crecimiento de los "poppy palaces" (palacios de la adormidera), esas monstruosas villas destartaladas que imitan los estilos más kitsch

También viven en ese barrio varios altos cargos talibanes desde la toma de Kabul el 15 de agosto de 2021, cuando ocuparon el lugar de los miembros del gobierno depuesto. Y también es donde vivía Ayman al-Zawahiri, el líder número uno de Al Qaeda desde la muerte de Osama bin Laden, cuando fue asesinado el domingo por la mañana por un dron americano. 

La detención en marzo de 2003, en un barrio obrero de Rawalpindi, de Jaled Sheikh Mohammed, el "cerebro" pakistaní de los atentados del 11-S, el asesinato en mayo de 2011 de Bin Laden, que se escondía en la ciudad guarnición pakistaní de Abottabad, y el asesinato en agosto de 2020 del egipcio Abu Mohammed al-Masri, el número 2 de Al Qaeda, en las calles de Teherán por agentes israelíes durante una misión secreta encargada por el gobierno de Tel Aviv, del egipcio Abu Mohammed al-Masri, número 2 de Al Qaeda, en las calles de Teherán por agentes israelíes en moto durante una misión secreta, según el New York Times, por Washington, son muestra de que los líderes de Al Qaeda hace tiempo que abandonaron las montañas del Hindū Kush. 

Sin embargo, estas montañas ofrecen infinidad de refugios. Fue en esta zona de difícil acceso, en la misma frontera entre Afganistán y Pakistán, donde fue creada la organización yihadista en agosto de 1988 por Bin Laden y Zawahiri.

Gran chalet con balcón 

La red de seguridad es especialmente estrecha en este barrio de Sherpur desde la llegada de los nuevos amos del país. Se han instalado controles en las calles. Los talibanes han ido incluso de puerta en puerta para comprobar la identidad de los habitantes del distrito y han registrado sus casas. 

Además, los servicios de inteligencia del Emirato Islámico son conocidos por su eficacia. Por lo tanto, parece imposible que la estancia de Zawahiri con su mujer, su hija y sus nietos en el barrio más rico de Kabul haya sido ignorada por los dirigentes talibanes, al menos por el componente más radical del movimiento, la facción Haqqani. Incluso es muy probable que esta facción, cuyo cabecilla es Sirajuddin Haqqani, actual ministro del Interior, le haya regalado esta gran chalet, con balcón, en el que fue asesinado. 

Su presencia en Kabul recuerda también que el propio Bin Laden, cuando estaba en Kandahar, vivía cerca del complejo del mulá Omar, el fundador de los talibanes, cuando estaban en el poder en Afganistán de 1996 a 2001. 

Los talibanes han sido pues sorprendidos en flagrante delito de violación de los acuerdos de Doha, firmados el año pasado, que les prohibía dar refugio a los líderes de Al Qaeda, la única concesión real que habían obtenido los negociadores americanos. Curiosamente, aunque han condenado enérgicamente el ataque estadounidense, se han abstenido de confirmar la muerte de Al-Zawahiri. Su reacción oficial es, en realidad, bastante moderada, ya que no piden venganza: "Repetir tales acciones socavará las oportunidades (de cooperar) que surjan", dice su declaración.

Juramento de lealtad 

Al igual que Bin Laden, Zawahiri había ofrecido su juramento de lealtad al mulá Omar tras la muerte del saudí. Renovó esta "bay'ah" en 2014, para contrarrestar el ascenso del califato del Estado Islámico, lo que le puso en una situación difícil porque el líder talibán llevaba ya dos años muerto -su muerte se había mantenido en secreto-. Curiosamente, este juramento se dirigió también al nuevo guía supremo de los talibanes, Haibatullah Akhundzada, pero éste ni lo aceptó ni lo rechazó, lo que subraya la ambigüedad de la relación entre los talibanes del sur y Al Qaeda.

Desde la caída del primer régimen talibán en 2001, Zawahiri ha estado bajo la protección de las redes Haqqani, que, en comparación con otras facciones talibanes, siempre han sido el componente del movimiento más cercano ideológicamente a su organización. Esto fue así en la época del difunto Jalaluddin Haqqani, fundador de esas redes, quien, bajo la influencia de Al Qaeda, introdujo en 2001 la práctica de los atentados suicidas, hasta entonces desconocida en Afganistán. Lo mismo ocurre con su hijo y sucesor, Sirajuddin. 

Así, el 18 de octubre de 2021, en los salones del Serena, el hotel más lujoso de la capital afgana, el mismo lugar donde, tres años antes, sus hombres habían matado a cuarenta personas, entre ellas catorce extranjeros, y tomado decenas de rehenes tras asaltarlo, el actual ministro del Interior había elogiado a los terroristas suicidas y prometido a sus familias dinero y tierras. "El advenimiento del sistema islámico es el resultado de la sangre de nuestros mártires [...]. Ahora debemos abstenernos de traicionar sus aspiraciones", dijo entonces. Estas palabras se acercan a la ideología de Al Qaeda, pero no a la de la corriente fundamentalista suní de la escuela Deobandi, de la que proceden los talibanes.

Obsesión por la seguridad 

Hasta la victoria de los insurgentes, era difícil saber dónde se escondía Zawahiri. Probablemente estaría refugiado en Waziristán del Norte, una de las zonas tribales más montañosas de Pakistán, donde el clan Haqqani tiene sus bases de retaguardia y su cuartel general, y que sigue estando en gran medida fuera del control del ejército pakistaní. 

Sus biógrafos, que coinciden en la obsesión de Zawahiri por su seguridad, lo que le había permitido mantenerse con vida hasta entonces, y su gusto enfermizo por el secreto, se preguntan ahora por qué se instaló de forma casi abierta en el distrito de Sherpur. 

En Kabul, que hace veinte años sólo tenía unos cientos de miles de habitantes y que ahora se ha convertido en una megalópolis de seis millones de almas, con barrios variopintos y de difícil acceso, no faltaban escondites. ¿Podía sentirse seguro sabiendo que seguía en pie una recompensa por su cabeza por parte del FBI, que ofrecía 25 millones de dólares por cualquier información que condujera a su captura, y a sabiendas también de que Estados Unidos no había dudado en violar la soberanía pakistaní para matar a Bin Laden? 

“Hay que tener en cuenta la situación en la que se encuentra actualmente Afganistán", dice el investigador Karim Pakzad, especialista en Afganistán y el movimiento talibán en el Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas (Iris). “Políticamente, los talibanes no han conseguido ampliar su base. Desde el punto de vista diplomático, no han conseguido el reconocimiento de su régimen, y China y Pakistán, los países con los que contaban en gran medida, no parecen dispuestos a hacerlo. Económicamente, el país está sumido en la más absoluta pobreza. Militarmente, tienen armas, pero son las que dejaron los americanos y no tendrán otras, aunque hay focos de resistencia aquí y allá. Por lo tanto, los talibanes están desesperados. Su ministro de Defensa, el mulá Yacub, hijo del mulá Omar, incluso acudió al emir de Qatar a pedirle dinero para comprar uniformes para los soldados del nuevo ejército. Por eso creo que ‘entregaron’ a Zawahiri a los americanos". 

"Los Haqqani no son capaces de gobernar, pero no les falta razón. Zawahiri es una ficha entregada a Washington para mostrar su buena voluntad y con la esperanza de que se inicien conversaciones para beneficiarse de la ayuda internacional", añade el mismo investigador. 

Con la muerte de Zawahiri, Al Qaeda ha perdido a su figura más ideológica. En el tándem que dirigía la organización, Bin Laden aportaba la financiación y Zawahiri la garantía religiosa por sus brillantes estudios. Aunque no tenía el carisma de aquél y se mostraba distante, sólo dando mensajes de vez en cuando, lo que fue muy criticado en los círculos yihadistas, sí fue capaz de mantener la organización a flote frente al auge del Estado Islámico, que finalmente colapsó, y permitió su descentralización, tanto en África como en Asia y Oriente Medio. 

La sucesión de Zawahiri debería recaer, en principio, en el egipcio Saif al-Adl, por su condición de número 2 desde la muerte de Abu Mohammed al-Masri, con muchas heridas en su haber, y por su fuerte imagen de líder militar de los comandos descentralizados, las famosas "franquicias", de la organización. 

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También se cree que está implicado en los atentados de Nairobi y Dar-es-Salaam de agosto de 1988, en los que murieron 224 personas, por lo que el FBI ofrece una recompensa de 10 millones de dólares por su cabeza. Actualmente se encuentra en Irán, a veces bajo arresto domiciliario, a veces en prisión y a veces en libertad. Si se confirma su nombramiento, tendrá que negociar su salida de la República Islámica. 

También está en la carrera por la sucesión el marroquí Abd al-Rahman al-Maghribi, informático, que se casó con una de las hijas de Zawahiri y dirigió los medios de comunicación del grupo. A menos que la elección de la Shura de Al Qaeda apueste por la nueva generación.

Aquí puedes leer el texto en francés:

Mort de Zawahiri _ Des Montagnes de l’Hindū Kush à Un Quartier Chic... _ Mediapart by infoLibre on Scribd

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