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Por el camino verde (IV): El lío de la España vacía, o cuando unos territorios son puestos al servicio de otros

Cristina Monge nueva.

El debate sobre los desequilibrios territoriales y cómo se viven, que mi paisano y colega Sergio del Molino ha retratado en La España Vacía (Turner, 2016) y Contra la España Vacía (Turner, 2021), puede abordarse desde múltiples ángulos: el económico, el sociológico, el demográfico, y por supuesto el que tiene que ver con la sostenibilidad. No en vano el Ministerio para la Transición Ecológica –MITECO- se convirtió hace ya unos meses en el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico –MITERD-.

Una de las perspectivas menos estudiadas de la despoblación de buena parte de esa España vacía tiene que ver con cómo unos territorios han sido puestos históricamente al servicio de otros. Se ha podido intuir este fenómeno, en medio de la pandemia, cuando el cierre de las comunicaciones llevó a plantearse cuánto tiempo podrían resistir nuestras ciudades sin que les llegaran alimentos del exterior. ¿Qué hubiera pasado si Madrid, Barcelona, Zaragoza, Sevilla, Bilbao o tantas otras hubieran tenido que cerrar todas las vías de transporte? Hay estudios que afirman que Madrid tendría reservas de alimento para una semana. Pero claro, una semana en situación de “mercado perfecto”, ese que sólo existe en los manuales académicos. Lo previsible sería que en dos o tres días, el pillaje, saqueo de supermercados y mercado negro hubieran acabado con todo.

Las ciudades, grandes consumidoras de energía y alimentos, apenas producen ninguno de ellos. Según datos de la Agencia Internacional de la Energía, las ciudades ocupan el 3% de la superficie del planeta, siendo responsables del 67 % del consumo energético global. A quien quiera saber más sobre balances energéticos urbanos le recomiendo este artículo de los profesores Javier Pérez y Julio Lumbreras, de la Universidad Politécnica de Madrid.

No sólo eso: es que además las ciudades necesitan que amplios territorios se pongan a su servicio para producir alimentos. En muchos casos, cada vez más, mediante grandes superficies de agricultura poco sostenible, manejadas por multinacionales que ofrecen condiciones de trabajo y de vida ajenas a la dignidad, fundamentalmente a base de mano de obra migrante con apenas derechos. En otros, acumulando purines en el freático del medio rural donde se instalan gigantescas granjas y plantas de transformación de cerdos que luego suministran productos envasados a ciudades de todo el mundo.

Si esto está ocurriendo con la alimentación, no es menos preocupante lo referente a la energía. Entre las primeras causas de despoblación en las montañas, como se demuestra en varios estudios sobre evolución demográfica del Pirineo, se encuentra la construcción de embalses que anegaron valles, en ocasiones inundando pueblos y haciendo salir de su casa a familias a punta de pistola (ahí está la historia de Jánovas como dramático ejemplo, que puede conocerse aquí), arruinaron las tierras de cultivo e impulsaron a la emigración a comarcas enteras para beneficio de otros: de empresas –eléctricas fundamentalmente–, o de otras poblaciones –las dedicadas a la agricultura, industria, etc. Buena parte de lo que hoy se llama la España vacía sigue sangrando por esa herida.

Es interesante escarbar en la intrahistoria de cada pueblo y sus gentes para comprobar cómo los que en su día especularon y atesoraron grandes fortunas con el negocio del agua, décadas después lo hicieron con el ladrillo y las obras públicas, y ahora están encontrando un nuevo cado en la instalación de grandes parques de energías renovables, generalmente eólicas, con gran ocupación del territorio, pero de espaldas al mismo. Ya están empezando a surgir voces tanto de pueblos afectados como de colectivos ecologistas que claman por que el imprescindible avance de las renovables no reproduzca la especulación, la opacidad y en algunos casos las malas prácticas, corruptelas o corrupción que se han dado en otras épocas.

El debate sobre la necesidad de nuevos equilibrios territoriales va a tomar protagonismo en los próximos tiempos, aunque sólo sea por las repercusiones políticas electorales en algunos casos, que las plataformas que lo han puesto sobre la mesa van a ir adquiriendo, fruto, entre otras cosas, de la desconexión de “Madrid” del resto de España.

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Una transición ecológica coherente y ambiciosa necesita hacer suyo este vector, entendiendo que el debate sobre el equilibrio territorial supone, sobre todo, acabar con la subordinación de unos territorios a otros. Las ciudades necesitan producir, al menos, parte de la energía que consumen mediante sistemas de autoconsumo y comunidades energéticas, al igual que necesitan poder producir una parte de los alimentos dentro de sí mismas –ojo a los cultivos hidropónicos que se están instalando en las grandes urbes del sureste asiático o en los territorios más próximos, reduciendo así también la huella de carbono que produce el transporte.

La implantación de renovables se quedará a medio camino si no se hace con acuerdos justos con el territorio, al igual que la necesaria transición verde no llegará a ver la luz si no se inocula en el ADN de la PAC y de las políticas agrícolas y ganaderas de cada Estado.

En definitiva, en el camino verde que la transición ecológica dibuja hay una curva que hay que trazar con cuidado para no seguir poniendo unos territorios al servicio de otros y poder empezar a avanzar hacia el equilibrio.

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