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Arabia Saudí: el juego de tronos del príncipe heredero

Arabia Saudí: el juego de tronos del príncipe heredero

Los recientes acontecimientos políticos ocurridos en Arabia Saudí dejan perplejo por el rumbo que ha tomado el país y a la elección de las metáforas para describir lo que sucede: ¿asistimos a un episodio de Juego de Tronos (El trono de hierro) o a un remake de la Noche de los cuchillos largos? Apenas unas horas después de la constitución de una comisión, encargada de luchar contra la corrupción, el rey ordenaba, el 5 de noviembre de 2017, la detención de medio centenar de figuras clave de la familia reinante y del mundo de los negocios saudíes. Al mismo tiempo, el primer ministro libanés anunciaba su dimisión desde Riad y se lanzaba un misil desde Yemen, en dirección a la capital saudí.

En una región en que se acostumbra a decir que nadie cree en las explicaciones oficiales si estas no van envueltas en una espesa capa de teoría de la conspiración, todos estos acontecimientos aparecen conectados y giran en torno al hombre fuerte del reino saudí, el príncipe heredero Mohammed bin Salman, que parece decidido a sacudir al país, la región y quizás incluso al resto del mundo.

Hace varias décadas que se ha tomado por costumbre considerar Arabia Saudí como un gigante dormido sobre sus reservas petroleras, dirigido por patriarcas septuagenarios u octogenarios, más preocupados por mantener su tren de vida fastuoso y el de su extensa familia que en pensar en el futuro de la nación, contentos de jugar a ser Sancho Panza tras el Don Quijote estadounidense. Pero desde que el actual rey Salman ben Abdelaziz al Saud accedió al poder en enero de 2015, y sobre todo desde que dejó las riendas del país a su hijo de 32 años y (probable) futuro monarca Mohammed bin Salman, Riad ya no dormita. Las consecuencias de este despertar se dejan notar ahora, en círculos concéntricos, a nivel nacional, regional e internacional.

El príncipe heredero, al ordenar el confinamiento dorado, en el Ritz Carlton de Riad, de una cincuentena de personalidades saudíes –entre ellas uno de los hombres más ricos del mundo, Al Walid ben Talal (inversor en Twitter, Apple, el hotel George V o Disneyland París); el exministro de Finanzas en el cargo durante 20 años Ibrahim al Assaf; el actual ministro de Economía, Adel Faqih; el jefe de la Guardia Nacional Mitad ben Abdallá, o Bakr bin Laden, que ha hecho fortuna en el mundo de la construcción y hermano de Osama bin Laden– no pretendía sólo apartar a sus rivales, sino que trataba de enviar un mensaje a toda la sociedad saudí. Y, después de esta primera detención de personalidades, llegaron nuevos arrestos, que afectaron a varios cientos de personas.

“Se puede hacer una doble lectura a raíz de esta decisión de apartar a varias personalidades”, explica un buen conocedor del reino saudí que trabaja ocasionalmente para ministros saudíes en Francia. “La primera es que Mohammed bin Salman consolida el poder en torno a su persona y acaba con los sectores más o menos autónomos que habrían podido poner en tela de juicio sus decisiones. La segunda está dirigida a los saudíes, en concreto a los más jóvenes, para hacerles llegar el mensaje de que el antiguo orden ya no es inmutable y  ahora las cosas van a cambiar”. Esta nueva purga, que se produce poco después de la de septiembre (que afectó a religiosos y a intelectuales) y de la de junio de 2017 (que apartó a miembros de la familia real de la línea de sucesión), muestra claramente que Mohammed bin Salman pretende afirmar que está al mando.

En este reino de los rumores, se murmuraba que facciones rivales empezaban a organizarse, descontentos con la gestión del joven príncipe ambicioso. El arresto del jefe de la Guardia Nacional, un cuerpo de élite inicialmente encargado de proteger a la familia real, pero que se ha convertido en un verdadero ejército bis de casi 100.000 hombres con el paso de los años, es una manera muy poco discreta de protegerse contra un intento de derrocamiento. Mohammed bin Salman, que todavía no reina, se garantiza con ello que su ascenso al trono, cuando su padre desaparezca o abdique, será más fácil.

Como estamos en Arabia Saudí y no se puede meter en la cárcel a las personalidades detenidas, algunas de las cuales son de sangre real, a los detenidos se les ha confinado en el Ritz Carlton de Riad, el mismo hotel que acogía la semana pasada una conferencia internacional dirigida a lanzar una metrópoli tecnológica en el noroeste del país, por importe de 500.000 millones de dólares. También en el mismo edificio se alojaron los asesores extranjeros de Deloitte o de McKinsey, muy bien remunerados, encargados de reformar la economía saudí, para orientarla hacia el post-petróleo. El simbolismo de esta cohabitación no se le ha escapado a nadie.

El reformador Bin Salman pretende transmitir el mensaje, a la práctica mayoría de la población saudí –y también a los inversores internacionales– que la corrupción, los privilegios, los clientelismos familiares y la confusión de fondos públicos y cuentas en bancos privados forman parte del pasado. Aunque, de momento, nadie sabe si esta operación “manos limpias” es sincera o si sólo tiene como objetivo apartar a algunos rivales. Porque los miembros de la familia Saud que no se han visto afectados por la purga están igual de implicados que los detenidos. Y como ha publicado The Wall Street Journal, los hombres de negocios extranjeros dudan sobre la interpretación que hay que dar a esta purga: ¿Significa que el tiempo de los acuerdos obligatorios con las personalidades reales para hacer negocios ha terminado? O al contrario, ¿hay que temer que se puedan hacer o deshacer contratos y acuerdos cerrados por decisión del regente?

“Mohammed quiere provocar un shock”, advierten fuentes conocedoras del Reino. “Otros dirigentes antes que él habían tenido ambiciones reformadores, pero a menudo eran demasiado viejos para querer lanzarse en batallas así. Él no tiene ese problema”. A sus 32 años, quiere ir rápido para crear una fuerza irreversible. En los últimos meses, anunció que las mujeres podrían conducir y acudir a estadios de fútbol con los hombres. También ha autorizado la apertura de salas de concierto y de baile (y quizás, pronto, de cine) y la policía religiosa ya no podrá detener a quien le parezca.

Recomposición de los enfrentamientos

La juventud reclama esta liberalización (los dos tercios de la población tiene menos de 30 años) y, de momento, los religiosos no la discuten con demasiada vehemencia. La alianza histórica entre el clero wahabita y la familia real pervive, sobre todo porque Mohammed bin Salman se ha cuidado de acallar las voces más contestatarias, pero también porque ha reclutado a los religiosos en nombre de la lucha anticorrupción. El Consejo de los Ulemas, la mayor autoridad religiosa del reino, por ejemplo, aprobó el 5 de noviembre los arrestos, justificando que “la ley islámica debe combatir la corrupción y lo exige el interés nacional”.

Además de su vuelta de tuerca nacional, el príncipe heredero también ha seguido reforzando el papel de su país en el plano regional. El primer ministro libanés Saad Hariri anunciaba su dimisión sorpresa desde Riad, suscitando una ola de especulaciones sobre el papel de Arabia Saudí, que era su principal padrino. Al justificar su retirada en las amenazas que supuestamente recibe (su padre Rafic fue asesinado en 2005) y la “discordia” sembrada por Teherán en el país del cedro, Hariri apuntaba directamente al Hizbollá libanés y a sus apoyos iraníes. Sin embargo, esta información no es una sorpresa para nadie y desde luego no para el interesado, que gobernaba hasta ahora al lado de Hizbollá. La cuestión es: ¿por qué esta dimisión ahora?

La respuesta no es sencilla. Algunos hablan de los desafíos económicos: el grupo inmobiliario de la familia Hariri, Saudi Oger, cuyo principal cliente es Riad, no pasa por su mejor momento económico y está en el punto de mira por malversación. También se dice que Arabia Saudí puede estar descontenta por la recepción ofrecida a comienzos de noviembre al asesor diplomático del Guía supremo iraní, que se había felicitado de la colaboración libanesa sobre la guerra en Siria. Pero lo más probable, como han dicho numerosos analistas, es que Mohamed bin Salman haya querido enseñarle los colmillos a Irán. “Sumir de nuevo a Beirut en la crisis política es una manera de poner a Hizbollá frente a sus responsabilidades y de hacerle pagar el pato, cuando el país se encuentra desestabilizado por la crisis siria, en la que Hizbollá e Irán desempeñan un papel fundamental”, dice un diplomático europeo en Líbano. En este escenario, el país del cedro sería, como se dice demasiado a menudo, un peón en el panorama regional.

Al mismo tiempo, el ministro de Asuntos Extranjero saudí ha visto, sin aportar pruebas, “un misil iraní lanzado por Hizbollá” en el proyectil caído no lejos de Riad el sábado 4 de noviembre y el ministro de Asuntos del Golfo recalcaba que el Gobierno libanés sería tratado en lo sucesivo “como un Gobierno que ha declarado la guerra a Arabia Saudí”. Estos ruidos de botas marcan efectivamente una escalada verbal entre Riad y Teherán, que no vaticinan que se apacigüen las tensiones. Como ha sugerido el exembajador americano en Tel Aviv, “Arabia Saudí puede verse tentada de desplazar su enfrentamiento con el Irán de las tierras sirias y yemenitas hacia suelo libanés” y, de paso, implicar a Israel en una nueva guerra con Hizbolá.

Con la guerra contra el Estado Islámico en Siria y en Irak que quema sus últimos cartuchos, la recomposición de los enfrentamientos empieza a dibujarse. Hizbollá, que había enviado a sus milicias a luchar con Bashar Al Assad, va a repatriar sus tropas a suelo libanés y a mirar hacia el enemigo histórico que representa Israel, en su opinión. En cuanto a los iraníes, salen reforzados de este conflicto, al haber apoyado a Damasco de manera decisiva, lo que por supuesto no gusta ni a israelíes ni a saudíes.

Esta dinámica regional se inscribe en el marco más amplio de un mundo posguerra fría y post Obama. El anterior presidente norteamericano hizo de la salida de Oriente Medio una de las grandes ambiciones de su doble mandato y, aunque se puede estimar que Estados Unidos se implica todavía demasiado en esta región, su huella y su influencia se ha reducido en Egipto, Arabia Saudí, Turquía e, incluso, en Israel. La voluntad del Gobierno Obama de reanudar las relaciones con Irán y el acuerdo sobre lo nuclear también han contribuido a potenciar a Arabia Saudí.

La irrupción de Donald Trump en este nuevo panorama ha vuelto a reordenar el tablero político, ya que el presidente norteamericano parece hacer lo contrario que su predecesor, pero esto ha contribuido sobre todo a añadir una dosis de incertidumbre a una situación ya frágil. Esto ha permitido a Vladimir Putin recuperar el contacto con la región: primero con su implicación en Siria, pero también recibiendo con fasto al rey de Arabia Saudí a principios de octubre de 2017 para la primera visita de un soberano saudí en Moscú. El tiempo de la guerra fría en la que no se podía tener “amistades contradictorias” ha pasado. Riad es ahora capaz de mantener relaciones tanto con Estados Unidos como con Moscú. Y eso empieza a convertirse en un secreto a voces: Arabia Saudí habría comenzado a hablar con Israel, algo impensable hace unos años.

El príncipe heredero Mohammed bin Salman evidentemente no es el único actor, ni el único responsable, de estos acontecimientos regionales, pero está claro que pretende subirse a esta ola afirmando su poder y su influencia. El gigante dormido y durante mucho tiempo dirigido por los americanos está afirmándose y llevando sus propias riendas. Aunque sea violento. En el plano interior y en el internacional. Como en Juego de Tronos… _______________

Cinco buques de guerra para recibir con honores al príncipe heredero saudí

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Traducción: Mariola Moreno

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