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En Transición

Qué han de demostrar las izquierdas si quieren co-gobernar

Encarando la recta final de primarias con más o menos entusiasmo, completando listas y empezando a elaborar programas, las diferentes fuerzas políticas inician un año decisivo —sí, también este es decisivo—, en la mutación que está viviendo nuestro sistema de partidos. Aunque es imposible aventurar los resultados de las próximas citas con las urnas, una cosa parece clara: será difícil que nadie pueda gobernar en solitario o sin apoyos, así que toca aprender a "co-gobernar" en sus diferentes versiones, que pueden ir desde pactos para conformar ejecutivos mixtos hasta apoyos previamente acordados en parlamentos autonómicos o ayuntamientos.

En su reciente Izquierdas del mundo, ¡uníos! (Icaria, 2018), el sociólogo Boaventura de Sousa Santos extrae una serie de lecciones de la experiencia de "innovación política" —según él mismo la denomina— que ha supuesto en Portugal el gobierno del Partido Socialista gracias a los apoyos parlamentarios del Bloco de Esquerda y del Partido Comunista. Conviene tenerlas en cuenta por si pueden dar algunas pistas para lo que estamos viviendo en España y para lo que se avecina.

Parte el sociólogo de la necesidad de encontrar puntos de encuentro entre partidos y plataformas progresistas que permitan parar la ofensiva neoliberal y antidemocrática, y afirma que esto será más sencillo en la medida en que se comparta un criterio básico: que es necesaria una estrategia defensiva para hacer frente a un momento en el que incluso "la democracia de baja intensidad corre un serio riesgo de ser duramente secuestrada por fuerzas antidemocráticas y fascistizantes". Es un planteamiento razonable, pero mucho me temo que en estos momentos una estrategia defensiva ya no es suficiente, y las organizaciones que comparten valores democráticos y de izquierdas necesitarán pasar a la ofensiva. La disposición a los acuerdos puede ser el inicio.

Sousa Santos recomienda optar por pactos poselectorales y de incidencia parlamentaria que dejen ver el detalle de los compromisos sin obviar las diferencias entre los distintos socios. Este punto encierra dos ideas claves a mi entender. En primer lugar que "la voluntad de converger nunca puede neutralizar la posibilidad de divergir". Es decir, el acuerdo, en lo concreto y hasta donde sea necesario, no debe impedir la opción ni la visibilización de las diferencias: vamos juntos en lo que acordemos… y continuamos trabajando en los desacuerdos. Esto supone asumir que los puntos de encuentro tienen límites, y respetarlos como tales. No consiste en jurar fidelidad eterna, sino en acotar bien proyectos compartidos. Es más, se podrían incluso acordar objetivos y no tener por qué coincidir en los medios para alcanzarlos.

Por otro lado, según la afirmación de Sousa Santos, los pactos poselectorales, que parece van a ser imprescindibles, deberían ser esbozados ya en la campaña, de manera que cada elector sepa de antemano en qué mesa de negociación deposita su voto. Todo un ejercicio de madurez democrática para el que el conjunto de la sociedad posiblemente necesite prepararse también.

Estos procesos no son fáciles y necesitan de varios aspectos críticos. A esto dedica Sousa Santos varias de sus conclusiones. En primer lugar, que "las soluciones políticas de riesgo presuponen liderazgos con visión política y capacidad para negociar", y por otro lado, que "las soluciones innovadoras y de riesgo no pueden salir sólo de las cabezas de los líderes políticos. Es necesario consultar a las 'bases' del partido y dejarse movilizar por las inquietudes y aspiraciones que manifiestan". Es decir, según analiza Sousa Santos de la experiencia portuguesa, es fundamental que las organizaciones políticas en su conjunto compartan los riesgos para que estos se puedan asumir. Cabría preguntarse, no obstante, si en las condiciones actuales el rechazo de las fuerzas de izquierda a asumir esos riesgos que supone todo acuerdo no es también un riesgo en sí.

En otra de sus conclusiones nos adentra Sousa Santos en un terreno pantanoso, como es el de la definición de qué organizaciones son de izquierda y cuáles no. Así, afirma, "sin una fuerte identidad de izquierda, el partido o fuerza de izquierda en que dicha identidad sea débil siempre será un socio vacilante". Siendo este punto importante, también es verdad que suele conducir a un debate que acaba pronto en un callejón sin salida. Pero esta dificultad puede solventarse con otra de sus afirmaciones: superar la discusión sobre si una fuerza es más o menos de izquierdas con la valoración de si los acuerdos alcanzados pueden considerarse progresistas.

Convertir la ruptura en oportunidad movilizando a la izquierda

De todas la lecciones aprendidas que Sousa Santos señala, una de las más interesantes, a mi juicio, es la última: "En el contexto actual de asfixiante adoctrinamiento neoliberal, la construcción y la implementación de alternativas, por más limitadas que sean, tienen, cuando se realizan con éxito, además del impacto concreto y beneficioso en la vida de los ciudadanos, un efecto simbólico decisivo que consiste en deshacer el mito de que los partidos de izquierda—izquierda solo sirven para protestar y no saben negociar y mucho menos asumir las complejas responsabilidades de gobernar". En este terreno existen ya experiencias de colaboración y acuerdo entre fuerzas de la izquierda, tanto en ayuntamientos como en gobiernos autonómicos o en lo derivado de la propia moción de censura, que sus protagonistas harían bien en poner en valor, compartiendo los éxitos y demostrando que tienen alternativas y son capaces de llevarlas a cabo.

En definitiva, y volviendo la mirada hacia el año recién comenzado, todos los indicios apuntan a resultados electorales que van a necesitar de acuerdos para poder "co-gobernar" ayuntamientos, comunidades autónomas y —sea cuando fuere— el próximo Gobierno de España. Aprendiendo de experiencias de otros países, las izquierdas que quieran dirigir las instituciones tendrán que demostrar que son capaces de encontrarse con otros en lo concreto, que pueden llegar a acuerdos y pactar los desacuerdos, que conjugan liderazgos con voluntad de diálogo junto a procesos de democracia interna, y sobre todo que tienen alternativas que ofrecer. Esto último es imprescindible si las izquierdas quieren recuperar la iniciativa, salir de las posiciones defensivas en las que se sitúan en buen número de ocasiones, y pasar a la ofensiva.

Con este horizonte, y para que los electores puedan valorar bien su voto, no estaría mal empezar por diseñar una campaña centrada en dos elementos: la visibilización por parte de todos los implicados de lo que los acuerdos concretos han supuesto ya para el conjunto de la sociedad, y el establecimiento de "líneas verdes" —que no rojas—, que nos indiquen el perímetro de lo que cada cual está dispuesto a acordar.

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