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Bocachanclas

A punto de acabarse la legislatura y la mitad del Gobierno sigue sin enterarse del color de su escaño. No descartemos el daltonismo. En la semana del ocho eme, el grupo mayoritario de la bancada azul ha llevado a las Cortes enmiendas a su propia (y aprobada) ley. La del sí es sí –las tautologías las carga el diablo–. Se discute cómo se prueba la violencia y la intimidación y se lamenta (muchísimo) la reducción de penas. Jamás pasaría y si pasa, es lo del antipunitivismo, niño.

Lo de «que se pudran en la cárcel» está muy bien para el tercer gintonic de la cena de nochebuena, pero ya. Una de dos: o la idea original era rebajar penas y has engañado al personal o no lo era y eres una incompetente. En fin, que la otra tarde los unos tildaron a sus queridísimos socios de machistas retrógrados y camisas pardas. Grandes aspavientos y rasgamientos de vestiduras, pero, ¡calma!, el gobierno de coalición goza de una salud excelente. Incluso, requetebién. La hipotética candidata del futurible Sumar ha dicho algo sobre «los cuidados». Ya estaría.

Para terminar de encrespar el rizo, la secretaria de Estado de Igualdad se grabó sonriente con unas jóvenes que coreaban algo sobre abortar a Abascal. «Los miembros de Vox no han estado nunca en una manifestación feminista y desconocen que hay cánticos», se ha excusado. «Así que yo los he subido a mi cuenta de altísimo cargo del Estado para darle munición al enemigo», le faltó añadir. Ay. A veces quisiera ponerme un elegantísimo gorrito de papel albal y comenzar a teorizar sobre el quintacolumnismo. Sus señorías de Schrödinger son agotadoras. Miren, podrían tomar nota de la malvada Carmen Calvo, cuya coherencia es admirable. Ha aprovechado la fecha para lamentarse de que el feminismo tenga que cargar con lo queer y lo trans. «La interseccionalidad es machista», se la ha oído rumiar entre dientes. Las lesbianas han quedado muy desconcertadas.

Los hablantes son idiotas y necesitan un sistema de corroboraciones digno de protocolo nuclear. «¡Muera el contexto, viva la diéresis!», gritan desde la docta casa

Pero en España no solo preocupa esa minucia de la fractura del feminismo. En su casona tras el Museo del Prado, los viriles académicos de la lengua se han jugado el tipo a cuenta de una tilde. Pérez Reverte calentaba a la afición: por fin se trataba un asunto del que podía opinar. El «solo» por poco rompe la patria. «El pleno será tormentoso», tuiteó el malandrín. Diacrítico estáis, amigo Sancho. Si la idea es rescatar quincalla ortográfica para poder llamar al personal gañán y cateto, propongo tildar cualquier palabra que amenace polisemia e implementar, por lo menos, un par de declinaciones. A los franceses les va muy bien: tienen un idioma tan embarrado que nadie termina nunca de aprenderlo. Qué feliz ocurrencia, ¡seamos como los gabachos! Tendríamos que montar una comisión que nos diga si gato (el animal) debe tildarse para diferenciarlo del gato (la herramienta). O si el seguro (del coche) tiene que llevar algún rayajo para distinguirlo del adverbio (seguramente) o del adjetivo (que no entraña riesgos). Por supuesto, habría que inventar algún gesto corporal con el que apoyar al lenguaje oral, no sea que nuestro interlocutor crea que le estamos hablando de un cercado (valla) cuando le estamos mencionando una grosella (baya).

Hay tantísimo por hacer que van a tener que encargar el sillón del punto, la coma y el paréntesis. Si me apuran, hasta el del corchete. Los hablantes son idiotas y necesitan un sistema de corroboraciones digno de protocolo nuclear. «¡Muera el contexto, viva la diéresis!», gritan desde la docta casa. Reverte ha dicho que menos mal que la RAE tiene escritores, que los lexicógrafos y gramáticos no entienden de qué va la vaina. «Escritores», dice. Es como si el diccionario Oxford fichase a Dan Brown.

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