El astrólogo del rey de Prusia se niega a abandonar su torre. Los sirvientes de palacio andan inquietos: hace días que ni come ni bebe. El arzobispo de Berlín ha enviado a dos prelados venerables, un exorcista y un confesor; se han apostado en la antecámara y ofrecen, con sus oraciones, sostén espiritual en este trance decisivo. Tras la robusta puerta, el sabio escruta, mediante prismas, lentes y esferas, el pasado y el porvenir. Desquiciado, escribe en un papelote cifras y porcentajes. Exhausto, pasa la cuartilla bajo la puerta. El chambelán mayor hace sonar las trompetas: acaba de publicarse la última estimación de voto.

Lo admito: las encuestas preelectorales me excitan las meninges. Yo, fetichista. No entiendo, por supuesto, ni papa de estadística; pero, ¿cómo no dejarme encandilar por los «demóscopos»? ¿Quién puede evitar los cosquilleos más lujuriosos al contemplar los juegos de manos de estos adivinos posmodernos?

El lunes se nos acabó la guasa. La ley electoral (mala, ¡mala!) nos cierra el grifo. Hay encuestitas, pero no nos las enseñan. ¿Qué esperan? ¿Que votemos a ciegas?

Resulta de qué. El lunes se nos acabó la guasa. La ley electoral (mala, ¡mala!) nos cierra el grifo. Hay encuestitas, pero no nos las enseñan. ¿Qué esperan? ¿Que votemos a ciegas? Me siento completamente incapaz de escoger papeleta sin el preciso conocimiento del espíritu de nuestra época. Hecatombe: miríadas de electores vagan como vacas sin cencerro. Por los cafés, tipejos sin escrúpulos trapichean con tendencias sin contrastar; hay varios hospitalizados tras haber consumido estimaciones adulteradas. La otra tarde, volviendo a casa, un propio se abrió la gabardina y me ofreció, por unos pocos euros, el vaticinio poco fiable de la redistribución de electores del agonizante partido centrista.

El panorama es desolador. Doña Consuelo, la vecina del primero, no pudo dormir anoche. «Mi fe en la democracia representativa flaquea, jovencito», decía, aturdida; «esta incertidumbre no es de recibo». Tras consolarla, ofreciéndole una tila en una primorosa tacita de duralex, bajé a comprar unos nísperos (llevo una vida de lujo y excesos). En el runrún del mercado, no se hablaba de otra cosa. El charcutero aseguraba que en tal grupo de Telegram filtraban los sondeos utilizando emoticonos en vez de los logotipos del partido para sortear la prohibición. El quesero gritó que aquello quedaría solucionado con una buena «democracia orgánica» y el gremio de verduleros estaba haciendo su propio Excel con la información que sonsacaba a los clientes.

Ante la inacción del Estado, los curanderos y adivinos campan a sus anchas. Las acciones de los tarotistas cotizan al alza mientras la sociedad, desorientada, colapsa. ¿Quién se apiadará de nosotros?

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