Lo del Mundial

Los comentaristas no dan crédito: los valores del deporte son una filfa. ¡Se descubre el pastel! Durísimo revés a la moral de Occidente; cuántas vidas absurdamente inmoladas en el plinto, desperdiciadas en el test de Cooper. El espectáculo está siendo precioso: miríadas de tertulianos rajando contra el jeque, pausa para el especial informativo desde Catar, conexión con el estado de ánimo del presidente de la FIFA (hoy se siente cefalópodo) y vuelta a la cantinela sobre los derechos humanos.

El deporte profesional es geopolítica y blanqueo de capitales. Si nos molestase, habríamos enchironado a los prebostes del negocio hace mucho, pero no nos molestan los contratos multimillonarios, las comisiones estratosféricas, ni paniaguar a todos esos locutores mastuerzos de la madrugada. Un tertuliano ha dicho: "Se puede criticar al régimen catarí y disfrutar de los partidos". Chamberlain y el mariscal Pétain aplauden desde el infierno.

Calma. Los valores no se pierden, los abandera la prensa. ¡Primicia! ¡Exclusiva! "Los sátrapas del petróleo no respetan los derechos humanos". Extra, extra. "Los estadios se han construido con mano de obra esclava". No se sabía. "Este es el fin de una tiranía. Los petrocaudillos tiemblan ante el fiero batallón de columnistas", titula a cinco columnas un importante diario nacional. Una pequeña interrupción para el gol de nosequién y streaming del seleccionador nacional, volvemos enseguida con más denuncia, más periodismo; resistimos.

Que los oligarcas laven su dinero y perpetúen su poder mediante el entretenimiento nacional nos parece mal, pero que no nos toquen el partido del domingo

El mundo cabalga contradicciones, que diría el podcaster. Algunos juran que se ponen los partidos para reírse, como quien ve La isla de las tentaciones. El consumo irónico rompe los medidores. "Después de un 7-0, ¿quién se atreve a pedir el boicot?", sentenciaba un conocido locutor. Los responsables de deportes de la cadena que no había conseguido los derechos de emisión se alegraban de su fracaso. "Es el Mundial de la vergüenza". Marchando una de croquetas con los restos del cocido.

Que los oligarcas laven su dinero y perpetúen su poder mediante el entretenimiento nacional nos parece mal, pero que no nos toquen el partido del domingo. Ambas son posturas perfectamente compatibles. Discursito concienciado por la mañana y toda la tarde sintiendo los colores. Pocos rascacielos nos ha construido Florentino.

Siguiendo la tradición familiar, su cristianísima majestad, el rey nuestro señor, ha ido a visitar a los primos del turbante. Iceta, el ministro encargado del asunto balompedístico, dice que se personará en la final para animar a nuestra selección. Durísimos gestitos florecen acá y allá: un brazalete con una consigna, unas botas con colorines. La guerra cultural ha iniciado su ferocísima trifulca.

Amigos muy queridos han intentado, una y otra vez, hacerme un hombre de provecho y explicarme lo que es un fuera de juego. Ni siento ni padezco, mis disculpas. Eso me está evitando muchas cabriolas retóricas estos días, aunque me preocupa haber sentido cosas leyendo la ardorosa columna que ha parido Mariano Rajoy. De ciento treinta y tantas palabras, repite cincuenta (las he contado). Qué dominio de la tautología, esa disciplina de idiotas. Esas oposiciones tan complicadas deben dejarle a uno el cerebro hecho compota, si no, no se explica. Ojalá la Asociación Católica de Propagandísticas le financie un larguísimo tratado en el que demuestre (otra vez) que una cosa es igual a sí misma. Los pitagóricos celebraron el descubrimiento del principio de identidad sacrificando quinientos bueyes. Esta vez, que sea con percebes. 

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