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Los peligros de tomar café

Pésimas noticias: se dispara el precio del café. El grano de robusta se ha encarecido un ciento cincuenta por ciento en la última década. Tiene guasa, la gente invirtiendo en Bitcoin y es el cafetalero quien se hace de oro. Todo sube, menos los salarios: gran resoplido. Primero vinieron a por el aceite y yo no dije nada, porque no era una aceituna (era algo así, ¿verdad?).

Puede que usted, perspicaz lector, se pregunte por qué su columnista favorito está enterado de la cotización del Catunambú. ¿Seré, como otros tantos comunistas, un rico hacendado? ¿Predico la justicia social mientras esclavizo a mis semejantes en las inmensas planicies de mi finca? ¡Qué más quisiera! La verdad es mucho más inquietante: llevo meses tras la pista de un nuevo enemigo de Occidente, una última amenaza que se yergue contra nuestra gloriosa civilización. ¿El 5G? ¿La escalada bélica en el frente oriental? ¿Los microchips de las vacunas? Buenos candidatos, pero no. Nuestro adversario es más sibilino y taimado, una verdadera carcoma moral parapetada tras molinillos y filtros de papel: las pérfidas cafeterías de especialidad.

El hueco de un Codere ha sido colonizado por un apóstol del tueste natural. Háganme caso: un fulano tatuado hasta la gorra hace más por el capitalismo sacamantecas que mil tragaperras haciendo ruidito. ¡Y con menos pudor!

Fíjense bien: el hueco de un Codere ha sido colonizado por un apóstol del tueste natural. Háganme caso: un fulano tatuado hasta la gorra hace más por el capitalismo sacamantecas que mil tragaperras haciendo ruidito. ¡Y con menos pudor! Las casas de apuesta van de frente: locales con las ventanas cegadas y el suelo pegajoso. Uno entra y siente que le acaban de vetar la entrada en el Casino de Montecarlo. James Bond no se jugará los cuartos contra Le Chiffre en un Sportium de Carabanchel, pero podría empinarse un cold brew de nueve eurazos al que no te dejan ponerle azúcar. Paredes sin repellar, cuatro bombillas colgando del cable, un mostrador con plumcakes, cinnamon rolls y chips cookies por un tercio de tu alquiler. Lástima, no tienen pestiños. "El café se toma mal", repiten, como los estafadores de internet. Shame! El brebaje que te tragas por las mañanas nunca saldrá en El Comidista. Mira y aprende, gañán: sin hervir el agua aparte no se llega a ningún lado. Muele el grano (¡espesor medio!) doce segundos antes de echarlo al filtro, usa agua de manantial y ni se te ocurra bajar la tapaderita antes de que empiece el gorgoteo: si no, se hernia. Ahora sabes hacerte el café del populacho, pero eso no evitará que una miríada de snobs te mire como María Antonieta al servicio. Si quieres civilizarte, pide un préstamo: necesitas tres molinillos a reacción nuclear, un presurizador, media docena de alambiques repujados a mano, una cafetera francesa, otra serbocroata y una jineta que te cague los granos las noches de luna llena.

Una amiga (que completa el sueldo pidiendo limosna en la parroquia de enfrente) se hinca cada día su latte macchiato lactose free de seis euros porque los otros (el del Bar Paco, incluso el de Cafetería Manoli) le sientan mal. Ni los heroinómanos llegan a tanto. Una vez fui con ella. El sitio (indistinguible de todos cuantos he visitado) estaba a medio edificar y tenía por mobiliario lo que en la Cañada Real venderían por chatarra. Pedí un café solo, porque no hablo idiomas. Me sirvieron apenas un dedal de un líquido traslúcido que tardaron unos veinte minutos en preparar. Juraría que oí encantamientos mientras cebaban el coladorcillo. Miré a ambos lados de la barra, buscando algún azucarillo por si sabía a rayos; no quería tener que levantarme después de encasquetarme en el despojo que ellos tomaban por una silla. Nada en el horizonte. "Nuestro café es tan bueno que se toma sin azúcar". "Intento desarrollar diabetes: es un proyecto personal", repliqué. Por suerte, siempre llevo un tarrito de arrope en la gabardina. Mientras me bebía aquello (que no estaba malo, pero tampoco bueno), mi amiga me recitaba las virtudes de aquel elixir oscurísimo. Hay sectas con menos gancho. Y más baratas.

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