Otra vez, todo igual

Hay un programita en Televisión Española en el que tres cocineros gritan a la gente. "Nos has defraudado", les dicen, "a partir de ahora serás el recluta Copito de Nieve". La Chaqueta Metálica, pero con bechamel. Una ardilla podría cruzar España saltando de artículo en artículo contra ese engendro fascistilla, pero ahí siguen, en la tele pública. Así da gusto pagar la trimestral. Esta semana, Patricia Conde se ha marcado un Bartleby. "Preferiría no hacerlo". Jordi Cruz no se lo podía creer y ha empezado a recitarle el bushido de las cacerolas y los peladores. "No has querido luchar por la chaquetilla", le ha reprochado, malhumorado. Durísimas acusaciones: París bien vale una misa.

Yo entiendo a Jordi. El mozo tenía unos pisos patera súper chics en los que hacinaba a los becarios que curraban gratis en su restaurante de trescientos machacantes el cubierto. Lo del mira, paso le ha pillado de nuevas. Morralla sobre el esfuerzo por aquí, chantajillo emocional por allá. "Otros aspirantes se han quedado por el camino y tú nos fallas", vino a decir. La menestra que emocionó a Spielberg y el pisto que conquistó Iwo Jima, pronto en sus pantallas. A su lado, el comparsa de Cursillos de Cristiandad y la Vallejo Nájera, que tuvo un hijo con Síndrome de Down y le puso Roscón, porque "venía con sorpresa". Menudo despiporre. En fin, nada que no se haya dicho ya: que la tal Samantha no sabe freír un huevo, que don Jordi es un cretino de marca mayor, que ya nadie se acuerda de Verónica Forqué, etcétera, etcétera.

Algún día tengo que recapitular cuántas cosas de la vergüenza ha habido en la última década. Las coletillas son cansadísimas

Paso la página del periódico (bueno, hago así en el iPad) y me encuentro con la última serie definitiva, imperdible, necesaria, revolucionaria, contestataria y chacachá. Me salta el tráiler (la reproducción automática, qué manía tan fea) y un par de chavalas dicen random, hemos tocado fondísimo, comen hamburguesas y prometen dejar las drogas. En Twitter, unos señores provectos de la industria la recomiendan sentenciando que es "puro rock and roll". Finísimo análisis: a ver qué dice Boyero. Anoto el título en mi libretita de cosas pendientes, justo tras la filmografía completa del joven Jonás Trueba, que aún sigue intentando explicarme qué es la vida desde su atalaya burguesa. Todo fresquísimo.

Voy a tomarme otro café. En la radio ya nadie habla del "Mundial de la vergüenza". Chistes de Oliver y Benji que no termino de entender. Slupr (sorbo de café). Apunto en el móvil que algún día tengo que recapitular cuántas cosas de la vergüenza ha habido en la última década. Las coletillas son cansadísimas. Me mandan un tuit: Ignasi Guardans le dice a la ministra de Igualdad que tiene que gritar menos y sonreír más. ¿Quién es ese? Lo busco, esperando que sea uno de esos humoristas metairónicos. En la Wikipedia me sonríe un señor que parece el boceto de Robin Williams. Sigo con la prensa: todavía andan rumiando la renovación del Poder Judicial. ¿Qué día es hoy?

Me empiezo a poner nervioso: tengo que mandar la columna al periódico. En mala hora se me ocurrió escribir de actualidad. ¡Si a mí lo que me gusta es el arte! ¡Allí la mayoría ya están muertos! Me doy brío y decido amortizar las veintisiete suscripciones que pago, aunque no leo: Felipe González cree que su opinión nos importa, un descerebrado ha pagado doscientos mil dólares por las sandalias de Steve Jobs, Ayuso insiste en que en Navidad nacerá Dios (puer natus est nobis, aleluya), Kim Jong-un está lanzando misiles y hace ya tres meses que hay turrón en el supermercado.

Sísifo, compadre, déjame, que te ayudo.

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