Plaza pública

‘Cross The Border’

Pablo Iglesias Simón

El pasado 15 de marzo rechazábamos con asco y vergüenza los vídeos que mostraban los deplorables actos de unos hinchas del PSV Eindhoven humillando a un grupo de mendigas en la Plaza Mayor de Madrid. Reducidas a serviles monas imita monos, luchando entre ellas, rodilla en suelo, por la calderilla, por billetes en llamas que se convertían en ceniza en sus manos suplicantes, y, terminada la diversión, expulsadas de un espacio público por una limosna. “Don´t cross the border” coreaban los forofos con una sonrisa etílica. Entonces, en ese teatro de la crueldad improvisado, muchos vimos escenificada la metáfora de la lamentable actitud altiva de la Europa del Norte frente a la desesperación de aquellos que buscan asilo.

Hoy, salvando muchísimo las distancias, pienso en la situación del teatro en nuestro país y de nuevo me vienen a la cabeza esas imágenes en movimiento. Esa actitud solícita y complaciente de parte de la profesión ante quienes nos maltratan. Frente a los que se ríen de nosotros y cuyas gracias reímos. Hacia quienes nos desprecian, nos dividen y ningunean, sorprendentemente sin demasiada oposición. Una escena cautiva. De los que ponen palabras a nuestro silencio. Con quienes nos compran con las migajas del pan nuestro, que deberíamos cocinar y comer entre todo el tejido teatral. Algo huele a podrido en teatrolandia.

El ámbito escénico alcanza unos niveles de precariedad alarmantes que impiden que gran parte de sus trabajadores, e incluso casi profesiones completas, podamos vivir de nuestra actividad. Mantenemos una parte importante del sector gracias al amor al arte. Al voluntarismo de un colectivo fructífero en lo artístico, pero abandonado a su suerte por los poderes públicos y que no ha sabido conectar con la movilización social. Desde la profesión, con honrosas excepciones, no hemos sido capaces de convertir nuestras peticiones, realizadas en muchos casos desde un ensimismamiento disgregante y bunkerizador, en propuestas articuladas y de largo alcance que tengan un efecto multiplicador y de cohesión de todos los estratos implicados. Hemos asistido impasibles a las políticas culturales hechas a golpe de selfie, que buscan únicamente generar titulares que a los pocos días se desvanecen, fuegos de artificio puntuales y cosméticos, y que retrasan indefinidamente las acciones serias, de calado e integrales que requiere desesperadamente el sector.

Siento mucho orgullo de pertenecer a la profesión teatral. De nuestro carácter colectivo. De tener el privilegio de transitar un arte mestizo, que sólo puede hacerse en común, mediante el concurso de las disciplinas artísticas dispares que concurren sobre el escenario. Guiados por ese espíritu de encuentro consustancial a lo teatral, quienes nos dedicamos a este oficio debemos dejar de lado lo que nos separa y potenciar aquello que nos une. Hacer propias las demandas de todos los trabajadores del complejo entramado de las artes escénicas y no sólo las que nos afectan directamente. Ir más allá de lo teatral para escuchar a bailarines, coreógrafos, cantantes, músicos, artistas circenses, titiriteros o ilusionistas y velar por un ecosistema escénico plural. Rechazar y renunciar a los privilegios de unos pocos para sustituirlos por derechos de muchos. Articular demandas que sean comunes y donde se sientan reconocidas tanto las disciplinas de carácter artístico, creativo o interpretativo, como de tipo técnico o de gestión. Y también, quizás de modo más decisivo, abrazar la complejidad del tejido teatral en donde están llamados a convivir y a entenderse profesionales, aficionados, investigadores, docentes, estudiantes y públicos. Refutemos los parches, en favor de soluciones de altas miras que amplien los márgenes de lo possible, y reúnan a los diferentes componentes de la maravillosa familia teatral.

A los políticos debemos exigirles que se tomen de una vez la cultura en serio. A escala estatal es imprescindible la disminución del IVA de los productos y servicios culturales a un tipo reducido, con el horizonte de equipararlo al del resto de países de nuestro entorno. Y hacerlo no únicamente para incrementar el margen de beneficios de los empresarios teatrales, sino para que se traduzca también en unas mayores facilidades de acceso, con la reducción del precio de las entradas, y con una remuneración y cobertura adecuada para el conjunto de los trabajadores. El IVA cultural reducido por sí mismo no terminará con la precarización del sector. Para lograrlo, entre otras actuaciones, es imprescindible una legislación laboral específica, un Estatuto del Artista y del Profesional de la Cultura, adaptado a las particularidades del trabajo intermitente del conjunto de trabajadores del sector, tanto por cuenta propia como ajena, tanto de carácter creativo como de gestión o técnico. Que sirva para aquellos que persiguen el legítimo lucro y también para quienes realizan su actividad guiados únicamente por fines artísticos y que demandan un modelo de cooperativas culturales en el marco de la economía colaborativa, social y solidaria.

A la vez, hace falta dignificar la profesión y promover su desarrollo. Es fundamental visibilizar la creación dramática y escénica en los medios de comunicación públicos, potenciar materias vinculadas a lo performativo en la enseñanza obligatoria, aumentar la presencia del teatro en las lecturas de las clases de literatura, recuperar el Bachillerato Artístico de carácter escénico, y la promulgación de una Ley de Enseñanzas Artísticas Superiores, que les otorgue la consideración, independencia y rango apropiados y las coloque, sin excepciones ni equivalencias que miran por encima del hombro, en igualdad plena de condiciones con los estudios universitarios. Son ineludibles estas y otras muchas acciones coordinadas para conseguir, en definitiva, que el teatro sea, no el coto privado de unas élites y sus discursos, sino un territorio creativo fértil, sostenible, apreciado y donde se pueda acceder con igualdad de oportunidades.

Al tiempo, y en todos los niveles de la Administración, no podemos permitir por más tiempo que los políticos nos sigan canturreando ese “Don’t cross the border”. Las instituciones teatrales y las instancias que marcan los destinos del sector deben vaciarse de políticos patricios a quienes no pueden doler heridas que no sufren. Debemos pugnar por desbordarlas desde un colectivo teatral, plural y plebeyo, que conoce de primera mano las luces y las sombras, las risas y los llantos, de nuestra profesión. Abrir las instituciones y no hacerlo a medias. De nada vale que entremos unos pocos para a continuación cerrar la puerta a quienes vienen detrás. Necesitamos unas instituciones teatrales donde la circulación sea constante. Por las que corra el aire. Que estén siempre abiertas y cuyas paredes sean de cristal. Que funcionen y se articulen de abajo a arriba y de fuera a dentro.

Día Internacional del Jazz: ¿algo que celebrar?

Instituciones que sean públicas en el amplio sentido de la palabra. Públicas para que nadie se quede sin su entrada por no poder pagarla. Públicas para que sus responsables sean elegidos en procesos transparentes, abiertos, democráticos, justos, de acuerdo a un proyecto pormenorizado y por un tiempo limitado. Públicas para excluir los personalismos y pensar su gestión en, por y para el común. Públicas para establecer mecanismos amplios y claros para garantizar la participación de profesionales y compañías diversas. Públicas para que sus actuaciones puedan ser conocidas, evaluadas y corregidas. Públicas para conjugarse en femenino y garantizar la igualdad sobre las tablas. Públicas para que en ellas resuenen la variedad de voces de la dramaturgia contemporánea de nuestro país. Públicas para ser espacios de colaboración en lugar de competencia.

Los poderosos quieren un teatro desalmado y desarmado. Un teatro de lo universal que perpetúe enfoques unitarios, edulcorados, simplistas y trasnochados, que excluyan de las tablas la riqueza de nuestra sociedad contemporánea. Que hegemonice una visión de túnel ajena a los conflictos del momento que nos ha tocado vivir. Frente a ellos, nosotros, las gentes del teatro, podemos rebelarnos con un teatro de lo concreto, un teatro del común, cómplice del presente y protagonista del futuro. De lo cotidiano que se desenmascara como arbitrario. Y de lo ajeno que se defiende como propio. Que nos habla de tú a tú. Preguntando lo incómodo. Hallando respuestas donde no las hay. Poniéndonos en el lugar del otro. Y buscando en los demás para encontrarnos con un nosotros mejor. ______________Pablo Iglesias Simón es director de escena, dramaturgo, docente e investigador teatral y miembro del Área de Cultura y Comunicación de Podemos 

Pablo Iglesias Simón

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