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Desde la casa roja

Colombia sí hace memoria

Me cuenta en Bogotá la escritora Nona Fernández que en Chile no se sanciona declararse pinochetista. Con sancionar no quiero decir que sea punible, sino que no causa sonrojo y puede formar parte de según qué conversación sin que nadie se altere. Yo tampoco me altero cuando dice esto. No estaría bien reconocer en el ojo ajeno la paja y estar ciego. Nosotros, que hemos puesto otro nombre a la dictadura, a más de cuatro décadas de gris y tanto gris y lo llamamos franquismo como si aquello hubiera sido únicamente un delirio personal, una excepción, mala suerte. Nosotros, que seguimos viviendo sin saber, como escribe Manuel Rivas en su libro Contra todo esto, el futuro que dejaremos a nuestros antepasados.

Hablábamos de los años recientes y no tan recientes, de la tensión de los poderes y su amenaza antes de entrar en el museo de la Memoria Histórica de Colombia. Qué dificultad, con la herida aún abierta, la de formular aquí un relato: con cerca de ocho millones y medio de víctimas, tras décadas de una violencia que no termina en la que parecía que el propio país iba a devorarse a sí mismo. Y cuando llego, lo primero que me sorprende es que el museo, en realidad, no es un museo. Y que, tal vez, sería buena idea que algunos lo visitaran para tomar apuntes.

Ahora que si alguien dice “Colombia” en seguida viene la réplica del “plata o plomo”, en este lugar se han dejado de lado los hechos mediáticos y conocidos por todos. No hay rastro de Escobar ni del M-19 en la toma del Palacio de Justicia. Se trata, de momento, de un guión que lo gritan el sonido de las voces de las víctimas del conflicto armado, escrito desde adentro hacia afuera, desde el corazón del relato hasta la coraza arquitectónica que llegará en 2020 tras recorrer todo el territorio y que irá sumando testimonios y recogiendo datos. El impacto lo logra porque no es un lugar de memoria, sino de memorias. La voz del historiador no aparece porque el historiador no lo sabe todo. Porque el experto no fue despojado de su tierra, no vivió el éxodo, no es madre del cuerpo hundido en el río, no vivió en la Comuna 13 de Medellín: esta historia la cuentan los colombianos.

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El de Colombia es uno de los relatos más complejos de América Latina. La raíz es profunda y es antigua. Y si la paz camina con paso lento pero camina, el cultivo y tráfico de coca no espera. A un mes de las elecciones, el país está asistiendo a una nueva expansión del viejo enemigo. Y donde estuvo la guerrilla, hoy están los clanes de la droga. Y la desconfianza social hacia los acuerdos. Nada es fácil aquí a la hora de recordar si los crímenes continúan. Por eso, me asombra la voluntad de reparación urgente, el interés en la reflexión sobre el trauma de las diferentes comunidades y minorías y la búsqueda de los distintos sentidos de la memoria según quien los enuncie y desde dónde lo haga. Colombia sí lo tiene complicado. Los daños colaterales de la paz están siendo violentos. Hace unos días nos lo contó el asesinato de tres periodistas ecuatorianos en la frontera a manos de la disidencia de las FARC.

Les invito a imaginar esto: un lugar también en nuestro país donde las historias pequeñas narren una Historia con mayúsculas, más allá de la ilógica política. ¿Podemos parar un segundo e imaginarlo? Un espacio común que reconstruya el tejido social, que sume y sume para dar luz a un relato plural y heterogéneo, donde se renueve la solidaridad y se recupere todo lo que desde aquella guerra permanece fragmentado.

Cada uno dispara desde la trinchera que habita. No es tarea del escritor hacer pedagogía sobre la memoria pero para mí sí lo es tener la rebeldía de separarse de la historia oficial. Y no creo que ni siquiera sea deber de un museo reparar a las víctimas los daños. Pero sí lo puede ser la creación de un espacio donde atravesar, al fin, un duelo escondido y común. La exigencia ya inaplazable de la sanación como país, y lo más importante y que en España ni siquiera tenemos: el reconocimiento público de que pasaron muchas cosas que nunca jamás debieron haber sucedido. Pero nosotros, de momento, solo tenemos la coraza, se llame o no Valle de los Caídos. Nos falta el corazón.

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