El Gobierno de Israel con su enloquecido primer ministro está matando a niñas y cooperantes y a miles de otros inocentes en Gaza, ante un mundo que mira paralizado. En América Latina, Perú, Ecuador y El Salvador están en estado de excepción, en Venezuela se remacha la dictadura y en Argentina otro visionario de la ultraderecha pisotea derechos y libertades. Estados Unidos, el imperio en decadencia, podría caer en manos de nuevo de un impresentable presidente golpista, mientras Rusia se apropia de territorio ajeno y China se frota las manos como potencia global de facto.

Y sin embargo aquí en España el apocalipsis se anuncia cada día como en una telenovela mediocre, por los trapicheos fiscales de la pareja de una presidenta regional, por un asesor ministerial presuntamente corrupto, por las supuestas tropelías de un expresidente de la federación de fútbol o por la amnistía de dos centenares de personas que a nadie le importan en realidad. Nuestras pantallas se llenan de pequeñeces: la llegada de uno al aeropuerto, morbosos encuentros en una cafetería o en un restaurante, unas grabaciones de ciertas conversaciones, un listado de insultos, un coche de alta gama, unos cruces de acusaciones y murmuraciones en el Congreso o en el Senado rehabilitado como cámara de bajezas.

Y así pasan nuestras vidas en España. Tenemos una economía en forma, unas instituciones sólidas, unos servicios públicos que son la envidia de todos, unos niveles de seguridad incomparables y una ciudadanía solidaria y amable que recibe cada año a más visitantes que cualquier otro país. Los gobiernos, todos ellos, el del país, los de las regiones, los de las ciudades y los pueblos, se afanan por mantener las calles limpias y los semáforos funcionando. El sol sale cada mañana y se pone por la noche sin mayores sobresaltos, pero aquí estamos nosotros gritando en las tertulias, las de la tele y las de casa, insultándonos y armando la de San Quintín.

La crispación crece en España más cuando el PP está en la oposición. En esos períodos cuestiona la legitimidad del Gobierno socialista y convoca manifestaciones “patrióticas”, que pretenden defender la unidad nacional y de la familia 'como Dios manda'

¿Cuándo entró la política española en esta dinámica de polarización? Hay varias causas y varios momentos.

La crispación crece en España más cuando el PP está en la oposición y gobierna el PSOE. Sucedió entre 1993 y 1996. Volvió entre 2004 y 2008 (hasta que llegó la crisis económica) y renació desde la llegada de Sánchez al Gobierno. En esos períodos el partido de Aznar, de Rajoy, de Casado y de Feijóo cuestiona la legitimidad del Gobierno socialista, convoca manifestaciones “patrióticas” en las calles, que pretenden defender la unidad nacional y de la familia como Dios manda. Es cierto que ha habido momentos de crispación política durante los gobiernos del PP, pero estos han sido al hilo de la Guerra de Irak, una causa internacional que concitó el consenso del 90 por ciento de la población, o durante el desafío promovido por los independentistas catalanes. En ninguno de esos casos se ponía en solfa la legitimidad de los gobernantes del PP. Ni siquiera cuando afloran y los tribunales condenan los casos de corrupción del Gobierno de Aznar y de Rajoy se produjo este nivel de polarización que hoy sufrimos.

El recurso a la unidad nacional o la descomposición general de la sociedad española, y no es una exageración, se ha visto más recientemente acompañado por un sistema de medios peculiar, en el que destaca una miríada de pequeños medios, diarios, pasquines y guerrillas electrónicos que son bien regados por dinero público a través de la publicidad contratada o de los “acuerdos editoriales” firmados por las administraciones conservadoras. Por simplificar, a todo eso, añadiéndole el sinnúmero de foros, consejos de administración y centros de pensamiento con hegemonía de la derecha más reaccionarios, podemos llamarlo la “fachosfera”, siempre dispuesta a irradiar cuando gobierna la izquierda y a callar cuando lo hace la derecha. Sin necesidad de un mando único, pues cada cual ya sabe lo que puede o debe hacer, se genera este aire viciado, esta pesada calima, esta atmósfera contaminada que nos impide apreciar con nitidez los avances y relacionarnos con buena voluntad. Los intentos de respuesta por parte de la izquierda palidecen frente al fulgor de la reacción conservadora. Del lado progresista apenas hay empresas y los medios de comunicación son escuálidos y menesterosos. No hay iglesias ni think tanks ni escuelas de negocios en ese espacio.

No está exenta de culpa la otra trinchera, que responde desabrida al insulto y la provocación, y más de uno de sus soldados ya está pidiendo desescalar el conflicto, pero no sería justo atribuir la misma responsabilidad a quienes desde hace 88 años se creen investidos por el designio divino para guiar a España, que a quienes durante todos esos años han resistido a esas pretensiones.

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