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¡Qué coño!

Hasta un estudiante de primero de Políticas o de Comunicación sabe que eructando un “coño” bien sonoro en un discurso la probabilidad de que tus palabras lleguen al público se incrementan exponencialmente. El truco, que yo mismo aplico en el título de arriba a efectos ilustrativos, es tan sencillo, tan zafio y tan pueril como el chiste del perro que se llamaba “mistetas”, o como las referencias de los payasos de cumpleaños al caca-culo-pedo-pis. Podemos certificar, pues, que Pablo Casado al menos esa lección la aprendió en esos cursos ejecutivos (no masters) que hizo en prestigiosas universidades estadounidenses en sus franquicias españolas, o en el master (ese sí) de la Universidad Rey Juan Carlos, al que reconoció ir muy poco.

Bien, pues, por Casado en esa parte. Un positivo en la primera evaluación. El “¿qué coño tiene que pasar en este país para que usted …” ha logrado su objetivo de abrirse camino en la tormenta diaria de titulares fáciles.

Con ese lenguaje tabernario, Casado incrementa en proporción el grado de mugre con que algunos tratan de inundar la vida política española. Y lo hace en el templo de la democracia que es el Congreso de los Diputados. Pero lo grave no es eso. Lo que sí es dañino para la paz social es la brutalidad de sus imprecaciones, la simpleza de sus acusaciones, lo falaz de la argumentación. Rajoy y Aznar eran mucho más sutiles que Casado, al menos en el lenguaje que usaban.

Así, en esa misma intervención, aunque destacara ese “coño” nada improvisado, en los dos minutos estrictos que dura la pregunta en la sesión de control, Pablo Casado afirmó literalmente que el presidente del Gobierno “bloquea el Debate del Estado de la Nación”. Un debate que en realidad no se ha celebrado porque ha habido elecciones repetidas, una moción de censura y una pandemia. Casado lo sabe, pero le da igual.

Dice también que el presidente acabará “rindiendo cuentas ante la Justicia”, y que prevarica. Y le amenaza: “Yo que usted me iría protegiendo”, porque “les denunciaremos por desobediencia”. Y que miente casi más que habla: “todo el mundo sabe que ha mentido (con la electricidad), como con la inflación, como con el paro, como con la deuda, como con la recuperación, como con los fondos…”.

Con ese lenguaje tabernario, Casado incrementa en proporción el grado de mugre con que algunos tratan de inundar la vida política española. Y lo hace en el templo de la democracia que es el Congreso de los Diputados

No solo tenemos un presidente delincuente y mentiroso compulsivo, sino también abusador de menores o desalmado padre, porque “deja abandonado a un niño de cinco años mientras sus socios separatistas dicen que hay que apedrearle”. El niño es solo una muestra más de un gobierno que “deja tirados a los más desfavorecidos”, que se niega a investigar un delito de prostitución infantil en Cataluña, afirma Casado, y oculta los abusos sexuales a otros dos niños. Tú pones un “coño” en el discurso, y luego hablas de abusos de menores y ya tienes el potaje organizado. Por si falta sal, puedes concluir diciendo que el presidente, a esos mismos niños y a todos los demás, “les quita la educación y les quita hasta el futuro de las pensiones”.

Podría ocurrir que ante tanto disparate –palabras malsonantes aparte– los diputados del PP se sonrojaran y mostraran de algún modo su disconformidad con el líder. Pero no. Los diputados y las diputadas, al terminar la intervención, se levantan como con un resorte automático, aplauden con fuerza al jefe y le vitorean con pasión. Siempre he huido del “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Pensaba que aún es menos cierta esa afirmación con respecto a la vida parlamentaria. En las Cortes ha habido desde la Transición debates muy ásperos, con acusaciones gruesas y con insultos también. Pero tengo que retractarme: sí, cualquier tiempo pasado de la vida del Congreso –incluso en las turbulentas sesiones de la II República– fue mejor que el espectáculo grotesco que estamos viendo estos días, en el que abundan tanto las barbaridades retóricas y las faltas de respeto. Incluso cuando sonaban los sables del golpe militar y los tambores de guerra, los diputados guardaban un cierto decoro y un mínimo respeto institucional.

Es posible que Pablo Casado y los diputados de su bancada crean que esos peligros, los del enfrentamiento entre compatriotas, no nos acechan a nosotros. Pero se equivocan. Las chispas que introduce Casado en su retórica son incendiarias y no hay que menospreciar la capacidad explosiva de su débil artefacto argumentativo. Quizá esas otras lecciones de la política y la comunicación contemporáneas se las perdió en sus cursos universitarios: hay una responsabilidad inherente al liderazgo político, que consiste en canalizar las pasiones humanas y las efervescencias sociales. Ni más ni menos. Pablo Casado ha optado por exacerbarlas. De uno u otro modo, la historia le pasará factura.

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