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Dos feminismos en plena campaña electoral

Puede que alguien identifique más, pero al menos hay dos feminismos. El primero es el feminismo clásico, que viene desde hace siglos reclamando para las mujeres los mismos derechos que tienen los hombres. Así, sin matices. Para ello, ambos géneros –hombre, mujer– deben quedar bien definidos. No tiene sentido defender la igualdad de la mujer frente al hombre, si ambos conceptos quedan confundidos o superados.

No le gusta al feminismo clásico llevar a los extremos las demandas del colectivo transexual, por lo que muchas de las feministas de toda la vida han rechazado, o aceptado a regañadientes, algunas de las previsiones de la Ley Trans recientemente aprobada. El feminismo clásico considera que el o la transexual, de algún modo, es un intruso en una batalla que siempre estuvo protagonizada por mujeres luchando frente a hombres (ambos biológicamente definidos). La necesaria cualificación de las mujeres como tales, sin ambigüedades, les parece a las feministas clásicas un requisito indispensable para la desaparición del patriarcado.

El feminismo clásico considera que el o la transexual, de algún modo, es un intruso en una batalla que siempre estuvo protagonizada por mujeres luchando frente a hombres (ambos biológicamente definidos)

Esa causa –la lucha contra el patriarcado, el dominio de los hombres– la comparten también las feministas nuevas. Pero para ellas, más jóvenes, la igualdad consiste en una cierta abolición del género. No hace falta ser él o ella: se puede ser cualquier otra cosa. No es una broma ni una quimera. En las tarjetas de visita en Estados Unidos, un país netamente conservador, cada vez es más frecuente poner junto al nombre y apellidos, el pronombre “he” o “she”, para señalar cómo quiere uno que los demás se dirijan a él o ella o ni lo uno ni la otra. El “niños, niñas, niñes, todas, todos y todes” de Podemos no es una invención española, sino una tendencia internacional, aunque minoritaria.

Estas nuevas feministas repatean a las clásicas. Con razón: un individuo con género fluido como los que vemos frecuentemente en los lugares de moda de las grandes ciudades o en First Dates, rompe con el esquema binario que ha sido la base de la lucha feminista centenaria. El feminismo clásico enerva por su parte a las nuevas jóvenes feministas, que consideran que esa distinción convencional entre lo masculino y lo femenino no tiene sentido hoy en día, y que uno puede ser lo que quiera. El nuevo feminismo lleva la igualdad a su máximo nivel, porque trata de abolir de plano la diferencia. 

Los dos feminismos pueden convivir temporalmente, como se ha demostrado en las numerosas manifestaciones –aunque no en todas– que se han organizado en medio mundo el miércoles pasado. Al final es mucho lo que une y el enemigo es el mismo: el machismo ancestral. Pero necesariamente vivirán una competencia agónica en los años que vienen, en los que, además, tendrán que defenderse de los reaccionarios conservadores.

Está pues esa competición histórica, respetable, socialmente beneficiosa, creativa, entre el feminismo nuevo y el feminismo clásico. Qué desgracia que en el debate se haya cruzado una cuestión puramente técnica, políticamente irrelevante, como es la aplicación de la ley del solo sí es sí. En la ley había una reivindicación feminista defendida por todo el movimiento en su diversidad. Defendida también por la inmensa mayoría de las mujeres y de los hombres: la idea de consentimiento. Una relación sexual debe ser consentida o será una agresión sexual. Desaparece la figura del “abuso sexual”. Se establece que solo existen la agresión sexual y la violación, con sus respectivas penas y sus agravantes (violencia extrema, premeditación, concurrencia de varios agresores… etc.).

Pero en la reforma de la ley, promovida por el PSOE con la resistencia de Podemos, no hay en realidad ninguna base ideológica ni ninguna reivindicación adicional. Se trata simplemente de evitar que los jueces (sobre todo los conservadores, que abundan y pueden sentir la tentación de golpear al Gobierno con sus sentencias) apliquen las nuevas penas en sus límites inferiores. Ya se ha constatado que hay unos cuantos centenares de casos, que han generado un notable escándalo social, porque se ha permitido la excarcelación de algunos violadores. 

Aquí no hay realmente ningún debate feminista, sino el empeño de las ministras de Podemos, Irene Montero e Ione Belarra, por defender sea como sea y a cualquier coste, una ley de la fueron promotoras. Al final, parece que o estás con los colectivos LGTBI y con las feministas jóvenes, y apruebas la ley trans y dices “niñes”, y también apruebas la ley del sí es sí sin modificar, o eres un traidor a la causa feminista y a las mujeres. Es un engaño sin paliativos. La reforma propuesta por el PSOE y aprobada esta semana con el improbable apoyo de las derechas, tan solo reforma varios artículos para distinguir las agresiones y violaciones en las que hay violencia física, de las que no contienen violencia, para terminar con la arbitrariedad de los jueces a la hora de aplicar penas menores y evitar así que salgan a la calle condenados que con la nueva ley podrían hacerlo. Es un asunto puramente técnico.

Lo que subyace a la polémica entre los dos socios de Gobierno, particularmente entre las ministras de Podemos Montero y Belarra y el resto del Gobierno socialista, es un doble deseo de las primeras: como si se tratara de alumnas dolidas por un suspenso que consideran injusto, las ministras de Podemos porfían en la idea de que la ley estaba bien hecha y que no hubo errores. Que el problema son los jueces fachas que aplican la ley con rencor. Es el deseo de hacer valer lo que consideran su ley, una buena ley, que está siendo utilizada por los enemigos de la igualdad: una judicatura conservadora. Y está también el deseo, natural a dos meses de las elecciones locales y autonómicas y ocho de las generales, de marcar distancias con el socio de Gobierno y principal competidor electoral.

Las líderes de Podemos han aprovechado la ocasión con inteligencia, para identificar su ley del sí es sí, sin tocar, con el movimiento neofeminista y con la ley trans. Y al PSOE que ha querido reformar la ley, con la reacción, con el feminismo viejuno, incluso con los conservadores que han votado junto a los socialistas. Pero es una identificación falaz y oportunista. Tras la resistencia a la reforma de Podemos, en realidad lo único que parece haber es una pataleta y una simple estrategia electoral.

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