Frenar a los 'mentirosetes'

¿Qué extraño fenómeno es ese del sólido liderazgo político que ejercen algunos mentirosos compulsivos que son identificados como tales por una mayoría de la población? ¿Cómo es posible que, aun a la luz de hechos manifiestamente falsos, una buena parte del público “perdone” o ignore la mentira y siga apoyando al mentiroso? ¿Cómo puede explicarse el fuerte apoyo electoral y social que tuvieron en algún momento cínicos integrales como Silvio Berlusconi, Donald Trump o Boris Johnson, por poner algunos ejemplos bien conocidos?

Ha habido un alto interés en esta cuestión en la literatura científica de los últimos años, que engarza plenamente con la profusión del populismo. El reputado sociólogo (y diputado socialista) Pau Marí-Klose se ha referido recientemente a estos mentirosetes, la palabra con la que él traduce desde el inglés más minucioso: bullshiters. En su artículo divulgativo cita otra pieza académica que en buena medida resume el estado de la cuestión y valida una hipótesis fundamental: que en determinadas circunstancias, el público puede primar la autenticidad sobre la honestidad del líder. Marí-Klose describe el asunto muy bien, y se refiere a algunos políticos españoles usuarios de la hipérbole, como Isabel Díaz Ayuso o Pablo Casado.

La verificación de los hechos, por supuesto, es un elemento sustancial para denunciar y ganar a los mentirosos y a los 'mentirosetes'. Pero no es suficiente. Es imprescindible superponerle una narrativa identitaria

El resumen de la hipótesis, validada por los datos en estudios experimentales, es que cuando existe una crisis de legitimidad, una buena parte de la población puede sentirse más atraída por un liderazgo considerado auténtico, aunque quien lo encarne sea un mentiroso (que miente a conciencia por su propio interés) o, mejor, un mentirosete (que utiliza argumentos falaces en pretendida defensa de un interés público mayor). Por supuesto, el asunto viene al caso por la absurda polémica a partir de una entrevista en el diario británico The Guardian en la que el ministro de Consumo distingue la agricultura extensiva de las “macrogranjas” (que exportan carne de baja calidad), en línea con el pensamiento generalizado sobre la cuestión. Si tales declaraciones hubieran sido hechas en España y no en el comienzo de una campaña electoral en Castilla y León, región muy sensible a los asuntos agrarios, quizá el PP no habría tenido interés en elevar la anécdota al grado de categoría.

La polémica ha servido a la derecha para reivindicar un fundamento moral muy relevante para la mayoría de las personas: la identidad. Alberto Garzón habría ofendido así a los españoles hablando mal de su ganadería en el extranjero. Y ofendería en particular a los sufridos trabajadores de la ganadería y a nuestro campo y nuestra tierra. Haciéndolo, ofende al país entero y, cómo no, a los castellanoleoneses que han de votar a sus representantes dentro de un mes. A tenor de la euforia con que la derecha ha mantenido toda la semana la controversia, está satisfecha con el resultado y tratará de mantenerlo en el futuro próximo.

De manera intuitiva (la intuición es uno de los activos políticos más preciados) el PP ha encontrado una “constatación” más para promover su narrativa central: Sánchez (verdadero objeto de sus ataques) y su Gobierno, son antipatriotas. Ignoran la vida diaria del pueblo llano, adoptan una pose de izquierda elitista e hipócrita, abandonando a los agricultores, a los ganaderos, a la buena gente corriente, al dominio de las exquisitas burocracias europeas. Las declaraciones de Garzón son antipatriotas y se ponen al servicio de un establishment adocenado y egoísta.

Cuando, en efecto, hay en el país una crisis de legitimidad (por la crisis económica, por el cansancio pandémico, por el latente conflicto con la Generalitat de Cataluña, por una suerte de anomia universal), una buena parte de la población suspende su juicio crítico sobre la veracidad de las declaraciones de sus líderes y, siguiendo la hipótesis señalada, prima la autenticidad de sus líderes. Trump es un mentiroso, vale, pero es auténtico, valiente y patriota. Hillary Clinton es también una mentirosa, pero no es percibida como auténtica. Berlusconi es un granuja, pero es simpático y paternal. Incluso Johnson, está claro, miente más que habla, pero es atractivo ese desenfado suyo libertario y valiente en el trato del virus. Trasládense los ejemplos a los líderes españoles y tenemos el momento perfecto para que aquellos que son capaces de mostrarse auténticos (aunque no siempre precisos ni veraces en sus juicios), se harán con el favor del público.

Solo puede frenarse un fuerte movimiento identitario –nosotros, el pueblo virtuoso, frente a los traidores a la patria– con otro relato identitario. No se elimina solo con la verdad de los hechos, a menudo, por lo demás, escurridizos e invisibles para el adversario. La verificación de los hechos, por supuesto, es un elemento sustancial para denunciar y ganar a los mentirosos y a los mentirosetes. Pero no es suficiente. Es imprescindible superponerle una narrativa identitaria. Esa sensación de estar todos juntos resistiendo y venciendo a los falsarios es el mejor motor para ganarle al populismo de derechas. Eso es lo que sucedió en 2004, cuando el país reaccionó de manera unitaria contra la Guerra de Irak y sus mentiras. Eso sucedió luego cuando grandes mayorías se movilizaron contra las mentiras del PP a propósito de la corrupción. Si no existe ese resorte patriótico y unitario, es difícil ganarle al populismo nacionalista.

Por eso nos han dolido tanto a muchos las disensiones dentro del Gobierno a propósito de la polémica de la carne. Por eso nos duele que no haya habido una reacción masiva de pequeños ganaderos, de alcaldes, de ecologistas o de científicos para defender al ministro Garzón en clave de defensa del país entero. La ausencia de esa respuesta unitaria y contundente para cerrar rápidamente la falsa polémica constata que, hechos aparte, hay un grupo amplio de gente situada en la derecha que se une en la defensa falaz pero eficaz de la patria, y en el otro lado tan solo hay cientos de grupos diversos obsesionados tan solo con los hechos. En el lado derecho se percibe calor. En el izquierdo, frío.  

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