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Quién genera la riqueza

Hay un predominio evidente del conservadurismo entre los empresarios españoles. Buena parte de ellos pertenecen a familias que ya hicieron dinero durante el Franquismo y la Transición, o que se beneficiaron de la ola de privatizaciones de los años 90 bajo el Gobierno de Aznar. Las escuelas de negocios y universidades de órdenes y organizaciones católicas como los jesuitas, el Opus Dei, los Legionarios u otros, también dejan su doctrina cada día entre los cachorros emprendedores. En otros países es habitual encontrar empresarios o empresarias progresistas. En España es casi imposible.

Basta ir a cualquier encuentro empresarial para percibir ese sesgo, que se añade a la idiosincrasia universal de las cúpulas económicas, ya de por sí orientadas a la derecha. Los directivos del Ibex, la cúpula de la CEOE, las grandes consultoras y auditoras de negocios, las organizaciones empresariales, los think tanks y los foros sectoriales, el llamado “ecosistema emprendedor”… están repletos todos ellos de esos hombres –y algunas mujeres– vestidos casi de uniforme, cortados por un mismo patrón, nunca mejor dicho, que en el café alternan las conversaciones sobre el último restaurante madrileño con las maledicencias sobre el intervencionismo de la izquierda o la crítica feroz a Sánchez y sus socios comunistas.

No: la riqueza no la crean ni los directivos ni los empresarios. La riqueza, en primer lugar, la genera un sistema social, económico y en primera instancia político, que proporciona libertad, seguridad, estabilidad y competitividad

En el mantra de la derecha económica de nuestro país y de todo el mundo la primera frase es la que recientemente ha pronunciado el prohombre del empresariado español, Juan Roig, presidente de Mercadona: “los empresarios somos junto a los directivos los que generamos riqueza y bienestar”. Obsérvese el artículo “los”. No es que los empresarios también generen riqueza, sino que son ellos LOS que generan riqueza. Quien lo afirma es la cuarta fortuna del país, con un patrimonio que se calcula en 3.400 millones de euros. Quien lo dice es el jefe de los supermercados que más han subido los precios en el último año, según la OCU y según los cientos de clientes que están quejándose cada día de los aumentos en las redes sociales.

No: la riqueza no la crean ni los directivos ni los empresarios. La riqueza, en primer lugar, la genera un sistema social, económico y en primera instancia político, que proporciona libertad, seguridad, estabilidad y competitividad. Un emprendedor no puede montar ni un puesto de castañas si no cuenta con una policía que le proteja de los ladrones, un sistema educativo y sanitario que forme y cuide a sus empleados, unas carreteras y unos trenes que permitan trasladar las mercancías, unos juzgados diriman conflictos… Un Estado, en definitiva, que establezca unas reglas del juego y unas condiciones que faciliten la creación de negocio. Ese Estado que cuida y protege y regula es posible porque hay dinero que procede de los impuestos que pagamos todos.

La riqueza la generan, en segundo lugar, los trabajadores y las trabajadoras dispuestos a aceptar determinadas condiciones, que a su vez están garantizadas por el Estado. Un empresario no es nadie si no cuenta con individuos dispuestos a trabajar. Como una empleada será siempre la parte más débil de la ecuación, se articulan fórmulas para protegerla: la sindicación y los acuerdos colectivos son la vía más notable, de modo que también los sindicatos están en el origen de esa riqueza que el dogma conservador cree que solo los empresarios producen.  

La riqueza la generan, en fin, los clientes que pagan por los productos y servicios y que permiten al empresario quedarse con una plusvalía, con un margen, con un beneficio. La inmensa mayoría de esos clientes son trabajadoras y trabajadores modestos, que compran haciendo un esfuerzo y que trabajan seguramente más horas al día que el potentado jefe de Mercadona, quien, por cierto, heredó su empresa, como muchos de sus bien alimentados y lustrosos colegas, de su padre y de su madre.

Esa misma miríada de instituciones dominantes en el establishment empresarial difunden también en el mantra económico conservador, la idea de que los impuestos son malos, que su aumento desinhibe la actividad económica y ahuyenta la inversión. En primer lugar, es falso: los países con un mayor equilibrio y desarrollo económico y social tienen presiones fiscales altas, a la altura de los servicios que proporcionan a la ciudadanía: también a sus empresarios y emprendedores. Y en segundo lugar, es antipatriota: si hay una empresa que decide no invertir en España y prefiere hacerlo en Panamá, o si operando en nuestro país decide poner su domicilio fiscal en Dublín, lo que hace es un malsano ejercicio de codicia que nada tiene que ver con el interés del país.

Hay un problema que intuyo que en España sufrimos más que en las más largas democracias europeas: no hay instituciones, escuelas de negocios, cátedras o círculos empresariales, que difundan una visión progresista de la empresa. Aquella según la cual debemos respetar un acuerdo social básico: está bien que te hagas rico, pero tu riqueza es posible gracias a muchos otros, por lo que una buena parte de tu pastel debe quedar a disposición de las generaciones que vienen detrás. No somos nosotros quienes tenemos que darte las gracias. Eres tú quien debería estar agradecido.

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