Desde la tramoya

La moción que no prosperará

Ni Pablo Iglesias ni Albert Rivera van a permitir que Pedro Sánchez sea presidente del Gobierno. No lo van a permitir porque ambos creen estar igual de legitimados o más que él para serlo. Y no van a darle la ocasión de disfrutar del excelente escenario que es la Presidencia del Gobierno. Los dos, en menor medida el morado que el naranja, están al alza en los sondeos, aunque sea probable que el “proyecto familiar en el campo”, es decir, el casoplón, y el infantil fervor nacionalista del fin de semana, hayan alterado las tendencias respectivas.

De manera que si en su reunión de hoy la Ejecutiva del PSOE decide presentar una moción de censura, es muy probable que Podemos y Ciudadanos pongan todo tipo de excusas para impedir la investidura de Sánchez. Rivera dirá que no apoyaría a un candidato sustentado por el voto independentista. Iglesias dirá que no votaría por Sánchez si es con el apoyo de un partido conservador como Ciudadanos. Y el propio Pedro Sánchez se encontrará con la oposición de sus líderes territoriales más críticos, ante la posibilidad de formar un Gobierno con el apoyo único de Podemos y los nacionalistas.

Pedro Sánchez tiene en estas horas una muy difícil salida. Porque no registrar la moción le colgaría el sambenito de colaboracionista y cómplice del PP. Iglesias, que ya le ha desafiado a que lo haga, le perseguiría día y noche acusándole, con la hipocresía descarada que le caracteriza, de permitir que un partido podrido y condenado por corrupción gobierne en España. Él, que no dio su voto para impedirlo cuando podría haberlo hecho. Y presentarla, por otro lado, le acarrearía, además de la resistencia natural de sus competidores, dudas y fisuras internas. Son muy pocos los que le ven como un presidente deseable para el país en este momento. Me encantaría que no fuera así, por el bien de los millones que quisiéramos un Gobierno progresista para España, pero hace tiempo que el PSOE está en una fase de depresión de la que no logra recuperarse.

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Es posible que la Ejecutiva socialista decida presentar la moción aun asumiendo que podría no ganarla, como hizo en su día Pablo Iglesias. No es mala opción si de lo que se trata es de visualizar la alternativa y devolver a Sánchez la oportunidad de enfrentarse cara a cara con Rajoy en el parlamento del que no forma parte. Sería una buena ocasión para constatar que, efectivamente, él sigue siendo el líder de la oposición y el sucesor en potencia de Rajoy. Pero tiene enfrente tres enemigos muy hostiles. Rajoy no le perdonaría la afrenta, que presentaría como una deslealtad imperdonable en el momento en que el principal problema de España está en Barcelona. Y Rivera e Iglesias marcarán su propio proyecto desvinculándose del socialista, y posiblemente despreciándole.

Muy bien tendría que hacerlo Pedro Sánchez para seducir a los españoles en medio de un ambiente tan hostil, con adversarios políticos hambrientos de sus votos, cuestionamiento interno, dudas entre sus propios cuadros, y medios muy desconfiados de su capacidad. Sánchez es peleón y se crece en la dificultad, que es un mérito muy respetable, pero tiene delante una ola muy difícil de surfear.

Más probable que una moción de censura que ponga el Gobierno en manos del PSOE es que la situación se haga tan insostenible para el PP que el presidente anuncie que no se presentará a unas próximas elecciones, o que las adelante para desbloquear la situación política. Y más probable aún que, tal como hicieron los portavoces del PP al poco tiempo de conocer la sentencia de la Gürtel, con esa disciplina suya tan prusiana, el partido vuelva a cerrar filas en torno a su presidente y a tratar de flotar en las aguas turbulentas de la política española. Un arte ese, el de la supervivencia, que el PP sabe aplicar muy bien.

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