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Rezar frente a una clínica abortista no está genial… y es muy poco evangélico

Hipocresía contraria al Evangelio. Eso es lo que está promoviendo la Asociación Católica de Propagandistas con su campaña de acoso a las mujeres que hacen valer su derecho a que nadie las obligue a ser madres. 

Dicen haber colocado 260 marquesinas en 33 ciudades españolas animando a sus seguidores a situarse frente a las clínicas que interrumpen legalmente el embarazo, para “rezar”. Rezar frente a una clínica abortista está genial, dice el lema. Y luego, en forma de esquela de paquete de Marlboro, advierten los propagandistas: “Este mensaje podría ser cancelado por la inminente reforma de la Ley del Aborto”. Demasiado dinero han gastado. Con diez vallas habrían obtenido el mismo resultado, porque la mayoría de nosotros no veremos en la calle o el metro el anuncio, aunque tendremos noticias de él y de su significado a partir de la provocación. Así se ahorró dinero HazteOír con aquel bus naranja que rotulaba Los niños tienen pene. Las niñas tienen vulva. Que no te engañen. Así lo hizo también, desde la otra trinchera, el maestro Richard Dawkins (El gen egoístaEl espejismo de Dios…), que contrató espacio publicitario en buses de Londres y de otras ciudades del mundo con la leyenda “Probablemente Dios no existe. Deja de preocuparte y goza de la vida". 

La provocación en el espacio público para generar bronca entre el público no es nueva, por tanto. De hecho, es tan vieja como las sociedades humanas. Y como las animales. Colonizar el espacio es un instinto inserto en nuestra genética y una tendencia en nuestro funcionamiento social. Amedrentar al ajeno frotándose en el árbol como hace el oso no es muy distinto de lo que hacen esos activistas ultracatólicos hincando la rodillas frente la clínica Dator. Oso o devoto ultracatólico, el mensaje es el mismo: ojito que aquí estoy. 

Pero los humanos no somos osos. Ni lo que animan a hacer los de la Asociación Católica de Propagandistas es sencillamente reflejar una opinión, como lo del pene o lo de la inexistencia de Dios. Los únicos que tienen autoridad para marcar nuestra convivencia en el espacio público son los poderes públicos, que establecen a través de la ley y de las fuerzas de orden lo que se puede hacer o no en la calle. Acosar, hostigar, amenazar a las mujeres que con todo derecho se encuentran en la nada agradable situación de ir al quirófano, es un delito en sí mismo, y uno que será aún más castigado con la reforma legal en camino. La más modesta y menos seductora campaña #abortosinacoso, apoyada por un centenar de organizaciones progresistas, lleva años explicándolo. Sería un delito también acosar a los fieles que entran en misa de 12 quemando cruces frente a ellos o participando de un rito satánico en la puerta de la Iglesia. Y sería inmediatamente castigado sin duda.

Además de un posible delito de acoso, los activistas de la Asociación Católica de Propagandistas deberían vigilar la coherencia de su comportamiento con la palabra de su Dios.

Además de un posible delito de acoso, los activistas de la Asociación Católica de Propagandistas deberían vigilar la coherencia de su comportamiento con la palabra de su Dios. Porque los evangelios, que no hablan ni una palabra de la interrupción voluntaria del embarazo, sí darían a sus fieles alguna pauta muy concreta sobre cómo actuar en circunstancias parecidas. Jesús intercede ante la lapidación de la adúltera para decir que “el que esté libre de pecado que tire la primera piedra”. En otro lugar, “Vosotros juzgáis según la carne; yo no juzgo a nadie”. La Iglesia Católica, por supuesto, ha dejado tradicionalmente esos versículos olvidados y hasta hace bien poco ha apoyado el ajusticiamiento de los pecadores. 

En lo que respecta a la oración, la tradición católica establece claramente las obligaciones del culto colectivo (la misa dominical es el ejemplo destacado), pero también la íntima y directa relación con Dios que se establece a través del rezo. Situarse en las puertas de una clínica cuando pasan por allí las mujeres en el duro trance médico de interrumpir su embarazo no es solo un acto inmisericorde, agresivo y poco evangélico, sino una incomodidad fácilmente soslayable. Si te quedas en tu casa y alzas la voz al cielo pidiendo a tu Dios que salve a esos niños de los asesinos que les arrancan de sus madres, tendrás la misma eficacia que diciéndoselo a Dios en cualquier otro lugar: exactamente ninguna. Mil millones de fieles rezando en sus casas por el nasciturus no tiene el más mínimo impacto en las decisiones legislativas de nuestro parlamento, pero un centenar de individuos “rezando” frente a una clínica molestando a esas mujeres sí lo tiene: no a través de Dios, claro, pero sí a través de los medios de comunicación.

La hipocresía de los promotores de la gamberrada incluye un triple salto mortal: una advertencia contra la “cultura de la cancelación”. Haciendo una defensa teórica de “la libertad” frente a la “dictadura progre”, pretenden convertirse en víctimas de la cancelación (hablan también de los nasciturus como “niños cancelados”). Saben bien lo que hacen: rezar es su falaz y agresiva argumentación, es un acto pacífico e íntimo, un derecho inalienable. Solo un Gobierno liberticida –además de infanticida– puede impedir el ejercicio de ese derecho. 

De modo que por arte de la retórica, esos fanáticos que se aprestan a asustar, mentir y hostigar a las mujeres embarazadas, esos mismos que las obligarían a ser madres incluso aunque las hubieran violado, se convierten en soldados de Dios al servicio de “la vida”, y defensores de la libertad de creencia y del derecho a profesarla. Que recen donde quieran, pero que dejen en paz a las mujeres que cumplen la Ley. También para ellos su Dios encarnado tiene unas palabras en el Evangelio de Mateo: “Sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera parecen bonitos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia”.

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