Tiempo de fiesta y sangría

Qué disparatado es el contraste entre la situación real de España y el apocalipsis que nos anuncian el Partido Popular y buena parte de los medios cada día. Se diría que España está a punto de romperse por la impunidad con que actúan los independentistas catalanes y vascos, que tienen bajo secuestro al Gobierno central. Sánchez parece un presidente asediado por los casos de corrupción “de su partido, de su gobierno y de su entorno familiar”, como reza el argumentario del PP. Hordas de inmigrantes acosan a las pobres españolas, víctimas de robos y violaciones; las viviendas de la buena gente son sistemáticamente okupadas, para suculento beneficio de empresas de alarmas y de seguros. España, según la esperpéntica narración de la derecha nacional, es un país roto, en manos de un Gobierno corrupto y un presidente ilegítimo con dejes de dictador.

The Economist, el prestigioso semanario británico, en una revisión de 37 países, incluidos los más ricos, sitúa a la economía española como la mejor del mundo. A pesar de las elevadas tasas de interés y las guerras de Ucrania y Gaza, la economía internacional volvió a crecer en 2024, en un 3,2 por ciento según el Fondo Monetario Internacional, las bolsas en un 20 por ciento por segundo año consecutivo, y la inflación se estabiliza y el empleo aumenta, constata la revista.

Tenemos dificultades evidentes, de entre las cuales la vivienda es la más acuciante, pero nuestro país está en un buen momento a los ojos de un marciano que pasara un par de días por aquí

En ese contexto, España destaca por encima de las demás en la combinación agregada de esos mismos cinco indicadores: PIB, bolsa, empleo, inflación y déficit. Lo interesante es que esa buena posición de nuestro país se ha logrado con una subida de casi el 50% del salario mínimo y un aumento sostenido de las pensiones, a pesar de los augurios pesimistas de la patronal y la derecha. Nuestra economía, además, anclada tradicionalmente en los servicios, ahora crece también gracias a la apuesta por las energías renovables y a una buena absorción de una inmigración que da mucho más al país de lo que le quita. No se sostiene el manido argumento según el cual una cosa es la macro y otra la microeconomía. Van bien las estadísticas y van bien también la nómina y la bolsa de la compra. Tenemos dificultades evidentes, de entre las cuales la vivienda es la más acuciante, pero nuestro país está en un buen momento a los ojos de un marciano que pasara un par de días por aquí.

The Economist, que ha sido antes crítico con el Gobierno con respecto a la calidad de nuestra división de poderes, todo sea dicho, no se refiere a otros aspectos de nuestra convivencia: independentismo herido, paz social y una posición internacional influyente y moderada. Que todo ello haya sido posible con una mayoría parlamentaria frágil es un mérito adicional de Pedro Sánchez y de su Gobierno. Y también de un PP incapaz de conseguir la complicidad de ningún partido político que no sea Vox, que a su vez le muerde la pantorrilla. Basta hablar con media decena de representantes de las derechas para adivinar que Feijóo no está cumpliendo con sus expectativas. Como dijo un conocido periodista, el presidente del PP “es como el ribeiro: viaja mal fuera de Galicia”. La encuestas de esta semana han indicado que el PP no levanta vuelo a pesar del clima gris que trata de imponer, mientras el PSOE aguanta los duros ataques con entereza. La beneficiaria, como sucede en todo el mundo cuando la antipolítica se extiende y se judicializa la vida pública, es la ultraderecha.

Tirando de arquetipos, dice el semanario en su artículo que es “tiempo de sangría” y que España “merece una fiesta”. Quizá no sea para tanto, pero desde luego no vivimos en el país feo y torturado que describe Feijóo. Ya cayó Pablo Casado por no afinar en su diagnóstico del país. Yo me cuidaría de cometer el mismo error.  

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