Del Protocolo de la Vergüenza a la dana: la gestión que acorrala al PP Marta Jaenes

De entre los varios millones de especies animales que habitan la Tierra, solo una se ha definido a sí misma. Y lo ha hecho con el rimbombante título de homo sapiens: somos los más listos, dueños y señores del Universo. Con independencia de que la ciencia ya ha aclarado que hay “racionalidad” incluso entre las plantas trepadoras que ascienden para encontrar la luz y en las hormigas que organizan su vida con disciplina y mueren por la comunidad, resulta cada día más evidente que la única especie que está trabajando por su extinción de manera consciente es la nuestra. Hay resistencia entre los geólogos a llamarla Antropoceno, porque en sus términos resulta demasiado breve, pero es posible que nuestra era sea la última de ese primate tan arrogante que se cree el único inteligente. Moriremos nosotros y sobrevivirán las cucarachas y las ratas, tan estúpidas ellas y tan listos nosotros.
Viene esto a cuento de la incredulidad con que estamos siendo testigos del ascenso de una pandilla de mafiosos al control del mundo. Auténticos cretinos que, sin embargo, conocen la debilidad del alma humana, su profunda idiotez, nuestra tendencia a creernos cuentecitos patrióticos: hacer grande a tu país de nuevo como propone el estúpido número uno, invadir el terreno del vecino por considerarlo tuyo, como el cretino ruso, masacrar a millones por mor de un mito religioso como el asesino sionista.
Recordemos que hace justo un siglo millones murieron por los caprichos de unos cuantos lunáticos, y que nosotros hoy mismo seguimos humillando a las minorías, tolerando las desigualdades... Y que esos jefazos se reparten el mundo mientras nosotros vemos ‘La Isla de las Tentaciones’
Ellos sí que saben, y hasta que les llegue el final, quizá como en el Palermo de antaño de un balazo en la frente o una bomba en la limusina, conocen nuestras debilidades: que nos guiamos por pulsiones, instintos e intuiciones. Que nos reconforta creernos mejores que los demás. Que ante la incertidumbre preferimos la autoridad. Que, como vasallos que asumimos ser, necesitamos su protección. Que la historia política del mundo recentísima (unos 3.000 años, que no son nada…) se ha gestado a partir de humillaciones, venganzas y ajustes de cuentas. Que la Ilustración (más reciente aún, apenas dos siglos), imaginó en efecto una especie racional, capaz de dirimir pacíficamente sus diferencias, de cooperar, de abolir los dogmas y los mitos, de respetar a las minorías, de fomentar la igualdad para facilitarla y conquistar la fraternidad.
Los capos consideran que eso son mamandurrias de la élite universitaria que ellos desprecian. Y van ganando. Queremos pensar que esto que nos pasa es coyuntural, cíclico, que la resultante de la historia, con sus picos y valles, nos depara un futuro menos violento y mejor. Ojalá sea cierto. Pero recordemos que hace justo un siglo millones murieron por los caprichos de unos cuantos lunáticos, y que nosotros hoy mismo seguimos humillando a las minorías, tolerando las desigualdades, rogando a dioses inexistentes, buscando respuestas en los posos del café y enfrentándonos por minucias. Y que esos jefazos se reparten el mundo mientras nosotros vemos La Isla de las Tentaciones.
¿Quién dijo sapiens?
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