Adaptarse o morir (literalmente): cuando la crisis climática nos saca las vergüenzas

Cada crisis nos saca las vergüenzas. Actúa como un espejo que amplifica las miserias y nos pone frente al reconocimiento de las tareas pendientes. La crisis climática, la más grave de todas a las que nos enfrentamos, no va a ser menos.

En este verano tórrido donde hemos ido enlazando olas de calor desde mediados de mayo, miremos donde miremos veremos la huella del cambio climático. En la sequía que hace que, por ejemplo, en las cuencas del Guadiana y el Guadalquivir las reservas de agua estén por debajo de la mitad de la media de los últimos diez años, en los incendios que arrasan hectáreas de forma cada vez más virulenta, en los más de doscientos muertos -según las últimas cifras oficiales- achacables a las olas de calor, etc.

No será porque no había evidencia científica o porque no se lleva décadas alertando de esto desde múltiples sectores, pero la inercia cuesta vencerla y el cambio de modelo que lleva aparejada la transición ecológica necesita de más energía transformadora de la que se ha dispuesto hasta el momento.

Las políticas climáticas suelen dividirse en dos grandes grupos: las de mitigación, destinadas a reducir o atajar las causas que provocan el cambio climático; y las de adaptación, que buscan minimizar los efectos y los riesgos asociados a los cambios del clima. Las políticas de mitigación han recibido más atención, y gozan de mayor prestigio por aquello de ir a la raíz del problema. Sin embargo, las de adaptación, tradicionalmente relegadas a segundo plano, son hoy de primera necesidad. Nos adaptamos o morimos. Lo estamos viendo ya. Valgan estos tres ejemplos:

1. El pasado sábado un trabajador del servicio de limpieza del Ayuntamiento de Madrid fallecía en Puente de Vallecas debido a un golpe de calor. Cuando los servicios médicos acudieron a socorrerle, su cuerpo estaba a más de 41 grados. El operario estaba trabajando a las cinco y media de la tarde y con un traje de poliéster.

Resulta incomprensible que, ante todas las alertas rojas, bermellones y casi negras que vemos a diario en los mapas del tiempo, las empresas, especialmente aquellas que desarrollan trabajos al aire libre, no hayan reestructurado horarios de trabajo, indumentaria, medidas de seguridad laboral, etc. Hace unas semanas se hacía público este informe de CCOO donde se analizan los riesgos para la salud de los trabajadores en las olas de calor, en él se recuerda que “en la actualidad, la preparación ante episodios de altas temperaturas —la gestión preventiva de estos eventos— no constituye una obligación específica. Y es un hecho que la exposición a estrés térmico en el trabajo refleja las desigualdades sociales, además de impactar negativamente en la salud, lo que redunda en un ahondamiento de las brechas sociales existentes”.

¿A qué se espera para incorporar esta obligación como tal?

2. Hace unos días saltaba a las redes sociales una recreación infográfica de la futura Plaza del Sol de Madrid una vez se haya culminado su reforma. Ni un árbol, ni una zona de sombra, ni un metro cuadrado de verde. En los mismos días, se sufría la primera ola de calor de este verano en España y saltaban a la prensa noticias de desvanecimientos de niños y niñas en las escuelas con aulas a temperaturas insoportables, el incremento de atenciones en urgencias y hospitalizaciones relacionadas con las olas de calor, etc.

Mientras adquieren fuerza ideas como los “refugios climáticos”, espacios donde encontrar una temperatura confortable para pasar las peores horas del día —en especial quienes no pueden garantizar esto en sus domicilios— , y se impone la reflexión sobre ciudades con más zonas verdes y sombras, la eliminación de asfalto donde sea posible o el cambio radical de la movilidad, resulta que uno de los espacios más emblemáticos de Madrid va a ser reformado con criterios totalmente contrarios a tales objetivos.

¿A qué se espera para incorporar criterios climáticos en el diseño de las ciudades?

3. En Andalucía, el Ejecutivo presidido por Juan Manuel Moreno Bonilla acabó su anterior mandato prometiendo una amnistía a los regadíos ilegales del entorno de Doñana, algo que comenzará a gestionar en su recién estrenado gobierno en solitario.

Mientras esto se tramita, informes de la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir advierten de que el acuífero de Doñana se está deteriorando a toda velocidad. Se trata de una zona en la que hace ya dos años tres de las cinco masas de agua subterránea se declararon “en mal estado” y sobreexplotadas. La sequía, especialmente preocupante en la zona —con las reservas en un 28% frente al 60% de la media de los últimos diez años—, y el uso abusivo de agua están poniendo en jaque al emblemático humedal, hasta el punto de que la Unión Europea vuelve a amenazar con una multa por no proteger Doñana y por no estar cumpliendo una sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea de 2021 que obligaba a tomar medidas para proteger ese espacio.

En su plan, la Junta de Andalucía no sólo no protege el humedal ni vela por la calidad y cantidad de sus recursos hídricos, sino que con la amnistía de los regadíos ilegales profundiza los problemas y acelera el deterioro de toda la zona, empobreciéndola y liquidando buena parte de la economía que genera.

¿A qué esperamos para evitar episodios similares a la tragedia del Mar Menor?

Podemos seguir esperando y lamentándonos, o poner en marcha políticas de adaptación que nos permitan vivir en las nuevas condiciones que hoy ya tiene la biosfera. El cambio ya está aquí. Y su alcance y hondura son transcendentales

Tres ejemplos sólo para constatar cómo la crisis climática nos saca las vergüenzas: deja a las claras la incapacidad para tomar medidas rápidas de protección de los trabajadores, evidencia que el urbanismo de salón permanece ajeno a los retos del cambio y ratifica que la visión cortoplacista de quien no entiende que la economía es una variable de la biosfera amenaza con arruinarnos. En el fondo, nos tira a la cara nuestra incapacidad para adaptarnos a lo que viene. Los incendios, los muertos por olas de calor, la pérdida de cosechas de cereales por temperaturas extremas… pero mientras tanto, la orquesta sigue tocando.

Podemos seguir esperando y lamentándonos, o poner en marcha políticas de adaptación que nos permitan vivir en las nuevas condiciones que hoy ya tiene la biosfera. El cambio ya está aquí. Y su alcance y hondura son transcendentales. Adaptarse o morir. Literalmente.

Más sobre este tema
stats