Europa: Ese “O.P.N.I” de ahí afuera

Campaña electoral ya en marcha y todo indica que se darán las tres características tradicionales de las elecciones al Parlamento Europeo: baja participación, incremento del “voto gamberro” para mostrar el malestar y rechazo hacia fuerzas políticas convencionales –lo que suele llevar al castigo de los partidos en el Gobierno–, y una campaña en clave doméstica con total ausencia de cualquier propuesta o planteamiento destinados a contrastar los modelos políticos que compiten en las instituciones de la UE; eso queda reservado a algunos círculos de expertos o estudiantes universitarios. 

Tampoco en esto España es diferente. Si se observa el Eurobarómetro que acaba de ser publicado, se ve con nitidez cómo cada país proyecta su estado de ánimo y su idiosincrasia en su percepción sobre Europa. En nuestro caso es evidente que el marco instalado es calcado al 23J. Con la inestimable ayuda de Milei y Abascal, el terreno de juego se divide entre la ultraderecha y los que le hacen frente, con un Partido Popular que navega en la ambigüedad, lo que le genera una posición incómoda. 

Miremos más allá: según el citado Eurobarómetro, el 74% de los ciudadanos y ciudadanas se sienten europeos. Por debajo de esa media, sin embargo, se encuentran algunos de los países que fueron la cuna de Europa, como Francia o Italia, ambos con un claro incremento de fuerzas de ultraderecha cuyo discurso ya ha hecho mella. Pese a que tanto Le Pen como Meloni han abandonado las posiciones antieuropeístas, lo hacen envueltas en banderas nacionales y excluyentes que proyectan una imagen contraria al europeísmo. 

Todo esto ocurre cuando la Unión sigue siendo percibida como algo externo. Cuando se pregunta a los ciudadanos sobre las preocupaciones que tienen y que afectan a Europa, predominan los temas que tradicionalmente relacionaríamos con asuntos exteriores, con un claro protagonismo de la guerra en Ucrania, seguida de la inmigración. Esta última, curiosamente, baja cuatro puntos en preocupación respecto al año pasado, y en España en concreto está por debajo de la inflación o la situación internacional.

La UE se convertirá nuevamente en un ente abstracto, desconocido, un “O.P.N.I.” indescifrable para muchas personas a las que, simultáneamente, les llegan mensajes destinados a exaltar su identidad nacional o, mejor dicho, nacionalista

La percepción de lejanía, la falta de comprensión de los complejos procedimientos y las competencias que cada institución tiene, o esa manía de los Estados miembro de convertir a la Unión Europea en el chivo expiatorio de todos sus males, dificultan que se entienda hasta qué punto todas las políticas que conforman nuestro día a día, desde los subsidios de desempleo hasta los acuerdos de pesca, pasando por las regulaciones ambientales, el cambio de hora en verano e invierno o la homologación de los cargadores de los móviles, se idean, negocian e impulsan desde esas instituciones que nos parecen tan lejanas y a las que es más fácil echar la culpa de todo cuando las cosas no van bien. 

Como confirma el último Eurobarómetro, la confianza y la valoración de la Unión Europea cayó en picado en la crisis de 2008 y en los años posteriores, cuando el austericidio se convirtió en bandera del club comunitario. El precio que pagamos fue muy caro, con al menos tres facturas: la tardía recuperación económica, la pérdida de confianza o apego al proyecto europeo (apenas el 31% decían confiar en la UE), y el ascenso de fuerzas de ultraderecha. La respuesta que Europa dio a la pandemia, sin embargo, fue la otra cara de la moneda, algo que en esta campaña unos y otros deberían poner en valor para reivindicar la importancia de una Europa fuerte que entiende su papel de impulsor del desarrollo y de la democracia. La confianza en la UE ha ascendido al 49%, casi 20 puntos respecto a los años de la crisis financiera, y la recuperación económica, aun con diferencias según países, ha sido considerablemente más rápida, pese a las dificultades añadidas de la guerra en Ucrania.

En un momento se pensó que las políticas de intercambio o iniciativas como los Erasmus conseguirían desterrar esta imagen negativa de las cabezas de los jóvenes y ayudarían a crear la ciudadanía europea. Mucho se ha avanzado al respecto en las últimas décadas, pero la mejoría se sitúa especialmente en clases medias universitarias, siendo muy difícil aún extenderla más allá. La expresión “Objeto Político No Identificado (opni)”, como calificó Delors a la Unión Europea, sigue siendo una buena manera de definirla y explicar esa lejanía.

En los próximos días leerán ustedes abundantes reflexiones como esta que les hago ahora; pero dichos análisis dejarán de tener protagonismo a partir del 10 de junio y durante los próximos cinco años, hasta que se vuelvan a instalar las urnas en los Estados que en ese momento formen parte de la Unión Europea, quizá hasta 36 con la ampliación al Este. La UE se convertirá nuevamente en un ente abstracto, desconocido, un “O.P.N.I.” indescifrable para muchas personas a las que, simultáneamente, les llegan mensajes destinados a exaltar su identidad nacional o, mejor dicho, nacionalista. Busquemos por ahí, el día después de las elecciones, los motivos del ascenso del descontento y una inquietud que habrán impulsado al alza a partidos de ultraderecha.

Más sobre este tema
stats