La irresistible tendencia a la melancolía de la izquierda

La política es cada vez más una batalla por la percepción, que se libra en el campo de juego de lo que podríamos denominar el estado de ánimo. De ahí que surjan contradicciones entre los hechos y resultados objetivos de un gobierno, por un lado, y cómo se le percibe, por el otro. Que interroguen al respecto a Sánchez y sus ministros, que llevan meses preguntándose cómo tal cosa es posible.

Seguimos anclados en una profunda desafección y desconfianza en la política. El último Eurobarómetro, de hace poco más de un mes, vuelve a decir que apenas el 24% de los españoles confían en el Gobierno, un 19% en el Congreso de los Diputados y un 10% en los partidos políticos. Y si el CIS no hubiera dividido las respuestas sobre la desconfianza y desafección de la política en tres preguntas diferentes, veríamos cómo, mes tras mes, esta cuestión aparece en primer lugar.

Sin embargo, en medio de la apatía, hay quien sí está consiguiendo leer bien el estado de ánimo colectivo y ofrecerle respuestas. Si echamos la vista atrás hasta el 4 de mayo de 2021, constataremos cómo dicho ánimo ha virado enormemente. Sin necesidad de entrar en detalles, la gran mayoría de los estudios de opinión han ido reflejando, poco a poco, una recuperación de los conservadores que hoy ya, según distintas encuestas, podrían ponerse por encima de los socialistas.

Así, paso a paso, en una trayectoria jalonada por los éxitos electorales en Madrid o Castilla y León, el liderazgo de Feijóo y pronto (previsiblemente) los resultados en Andalucía, los conservadores han creado un marco de recuperación de espacio político traducido en eslóganes que muestran a las claras su intención. Hoy ya, viendo muy cerca la meta, lo dicen con una sola palabra: “Preparados”. Es decir, reconocemos que antes no lo estábamos, pero ahora sí. Nos hemos recuperado.

Por supuesto este marco oculta que los triunfos en Madrid y Castilla y León lo fueron en feudos tradicionalmente conservadores; que buena parte del éxito ha consistido en recuperar a la mayoría de los votantes de Ciudadanos; que han conseguido –de momento– que Vox toque techo y no vaya más allá pero no que baje; que la corrupción sigue persiguiéndoles desde el pasado como una sombra y acorrala el presente; que siguen siendo irrelevantes en Cataluña y País Vasco;  y que, pese a la supuesta moderación de Feijóo y Moreno Bonilla, cuando hay que gobernar con la ultraderecha pasan de puntillas por situaciones escabrosas y no comentan las declaraciones de los cargos públicos de Vox, como hizo Feijóo cuando le preguntaron por las del vicepresidente de Castilla y León sobre el aborto y sus insultos a una procuradora socialista.

En este contexto, la izquierda responde dando alas a su irresistible tendencia a la melancolía. Incapaz de identificar y desmontar el marco conservador peleando por instaurar el propio, recurre al consabido mantra de las conspiraciones de los grandes poderes y medios de comunicación, exhibe sus elementos más sectarios, asoma desde las profundidades de su ser la indiscutible superioridad moral que tanto daño le ha hecho y se instala en una cómoda, dulce y plácida nostalgia cuando no reacciona con rabia y soberbia dando la batalla por perdida, que es mucho más fácil que intentar entender qué está pasando y dar respuestas efectivas.

Un ejemplo: Cuando hace unos días Feijóo salió diciendo que las buenas cifras del empleo se debían a que los fijos discontinuos se contabilizaban como empleados, el ministro Escrivá dijo que el líder del PP mentía, pero no explicó con claridad que los fijos discontinuos llevan contabilizando como empleados dese 1985. Renunciaba, así, a librar la pelea en la opinión pública, dando por hecho que con tener la razón es suficiente.

Si los pronósticos se cumplen, la desmovilización progresista en Andalucía explicará buena parte de la victoria conservadora y se agudizará en aquel espacio la sensación de que la derrota es inevitable. Como si la política fuera un fenómeno natural ante el cual poco o nada puede hacerse, la izquierda emite abundantes señales de estar dentro del camino que conduce, paso a paso, a su declive.

Cuando, hace ahora cuatro años, se presentó la moción de censura contra Rajoy, fueron muchos los progresistas que negaron la posibilidad de éxito hasta el último minuto. Cuando tras varias repeticiones electorales se conformó la coalición de gobierno, no fueron pocos los que subrayaron las dificultades en lugar de las oportunidades. Hoy, cuando las encuestas empiezan a plantear que el PP podría superar en escaños al PSOE, nadie cae en la cuenta de que en una democracia parlamentaria no gobierna quien más votos tiene en las urnas, sino quien más apoyos consigue en la Cámara, y no parece que un gobierno PP+Vox pudiera concitar las simpatías de izquierdas varias, nacionalistas catalanes y vascos, o Españas vacías.

La derecha parece que ha encontrado el marco que le permite hacer girar el estado de ánimo. O la izquierda libra esta batalla o estará renunciando a todo antes de empezar

A nadie se le escapa que, desde la inauguración de la legislatura, tras un duro parto —repetición electoral y ascenso meteórico de Vox incluidos—, se han ido sucediendo todo tipo de desastres. El cansancio es humano y perfectamente comprensible. Pero por eso el balón corre siempre más que el más veloz de los jugadores, porque avanza gracias al impulso de once compañeros con un objetivo común.

En este contexto de desafección política prolongada, sucesión de dificultades, y la inflación haciendo ya mella en el imaginario, la derecha parece que ha encontrado el marco que le permite hacer girar el estado de ánimo. O la izquierda libra esta batalla o estará renunciando a todo antes de empezar.

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