LA PORTADA DE MAÑANA
Ver
Por qué una familia rica con tres hijos puede acceder al bono social eléctrico para familias vulnerables

¿Hasta cuándo va a ser España el prostíbulo de Europa?

Fue en 1932 cuando la entonces diputada Clara Campoamor mandó, junto a varias asociaciones de mujeres, una carta a las Cortes para pedir la abolición de la prostitución, definida en la misiva como deprimente y abominable. Ha pasado casi un siglo y, por suerte, las mujeres hemos avanzado en derechos, pero aún no hemos conseguido acabar con la idea de que el cuerpo de las mujeres es un objeto con el que se puede comerciar. 92 años después de esa carta no hemos sido capaces de acabar con uno de los pilares del patriarcado, seguramente el que atenta de manera más brutal contra la igualdad y la dignidad de las mujeres. ¿Por qué?

Cuesta aceptarlo, pero conocemos a más puteros de los que creemos. Lo dicen los últimos datos fiables que se tienen: uno de cada cuatro hombres ha pagado alguna vez por comprar el cuerpo de una mujer. Seguro que lo han escuchado alguna vez: somos el prostíbulo de Europa, el tercer país del mundo en el que más consumo de prostitución hay. A las putas se les llama prostitutas, meretrices, trabajadoras sexuales, rameras, fulanas. A los hombres, por el contrario, se les llama clientes. Un eufemismo para no pronunciar las siete letras que esconden la identidad de los que ejercen la mayor forma de violencia contra las mujeres: los puteros. Sin ellos, no habría prostitución. Tampoco habría explotación sexual sin la industria proxeneta, un negocio criminal que esclaviza a las mujeres y que mueve miles de millones alrededor del mundo.

La abolición o regulación de la prostitución es un debate abierto en el feminismo desde hace muchísimo tiempo. Pero de un tiempo a esta parte a las abolicionistas se nos acusa de ser moralistas, puritanas o incluso de compartir argumentos con los partidos conservadores. Críticas que también vienen de una parte de la izquierda que no admite debate sobre el tema, que asegura que las mujeres deciden libremente lo que hacen —¡qué casualidad que sólo en este caso se pueda separar su voluntad de sus condiciones socioeconómicas!— y que piensa que es posible acabar con todos los privilegios menos con el de la prostitución.

Abolirla es tan sencillo como que los hombres renuncien a pagar por sexo. Es un mantra que repetimos las feministas, pero es esa frase la que recoge la esencia misma del problema. ¿Qué placer puede obtener un varón cuando compra el cuerpo de una mujer sabiendo que no quiere mantener relaciones con él? O cuando le exige prácticas desagradables o violentas o sabe que el consentimiento está viciado por el dinero. Tiene que ver mucho con esa construcción del deseo masculino heterosexual basada en el poder y la dominación. Una socióloga me puso una vez un ejemplo clarificador: es como si, cada vez que un hombre sacara la cartera para comprar el cuerpo de una mujer, se activase un mecanismo que le inhibe de la obligación moral de sentir empatía por la persona que tiene enfrente, como si las mujeres fueran meras mercancías, cosas que consumir. Algo que les pertenece.

Para contextualizar algunos datos de un informe de Naciones Unidas: el 60% de las mujeres que han salido de la prostitución presenta trastornos de salud mental, estrés postraumático, adicciones o insomnio. Hay más: el 43% de las mujeres prostituidas tiene que tomar medicamentos antidepresivos o ansiolíticos. Mujeres traumadas. Cuerpos dopados, dóciles, sin voluntad

Si asumimos que la prostitución es violencia, ¿por qué hay quien se opone a que se castigue penalmente a los que explotan a estas mujeres? ¿Quién puede estar en contra de sancionar a los que se creen con derecho a consumir sus cuerpos como si fueran productos?

Por lo tanto, ¿es o no es violencia la prostitución? Si asumimos que en la mayor parte de los casos esto es así, ¿por qué hay quien se opone a que se castigue penalmente a los que explotan a estas mujeres? ¿Quién puede estar en contra de sancionar a los que se creen con derecho a consumir sus cuerpos como si fueran productos? Es cierto que la proposición de ley que ha presentado el PSOE contra todo tipo de proxenetismo y contra los puteros tiene lagunas. Para abolir la prostitución se necesita una norma que no se olvide de las mujeres en situación irregular, siempre las más vulnerables, que se ocupe de ofrecerles salidas laborales y que dedique recursos habitacionales a las que quieran dejar atrás el sistema prostitucional. Pero, ¿por qué los partidos que se dicen progresistas se niegan a debatirlo en las Cortes? ¿Por qué han votado en contra del trámite parlamentario en el que se pueden introducir cambios que mejoren o amplíen la legislación?

Más allá de cuestionar si hay una minoría de mujeres que la ejercen de forma libre —a las que la ley no pretende perseguir— deberíamos entender que la mera existencia de esta institución patriarcal hará que millones de mujeres acaben en ella como única alternativa vital. La prostitución perpetúa, de forma tremendamente eficaz, relaciones machistas, racistas y clasistas, por eso debería ser una prioridad que las próximas generaciones crezcan sabiendo que es la mayor escuela de la desigualdad. Para eso también están las leyes: para implantar modelos sociales. ¿Hasta cuándo va a ser España el prostíbulo de Europa? Ojalá no tardemos otros cien años en encontrar una respuesta.

Más sobre este tema
stats