Una atalaya precaria y vulnerable Aroa Moreno Durán
El otro día me encontré con uno de mis vecinos, un señor mayor con el que coincido a menudo en el portal, y nos hablamos así:
-Yo: ¡Buenos días, me alegro de verle!
-Él: ¡Que nos sigamos viendo, significa que estamos vivos, que es importante!
Habré oído los dos primeros tramos de ese saludo cordial mil veces y en distintas versiones. Y, seguramente, tú también: “Que nos sigamos viendo, será buena señal” “Que nos sigamos viendo, mala cosa si no…” Pero lo que hizo que me parara a pensar fue el final de la frase: “que es importante”. Porque si te alejas de la obviedad, “estar vivo es importante” –a ver quién discute el axioma–, y le das una vuelta, puede que haya pensamiento filosófico encerrado en esas cuatro palabras. Y si además eso te lo dice alguien que está en el último tramo de la vida, tiene doble o tripe carga de profundidad.
¿Cuántas veces a lo largo de nuestra existencia ponemos el piloto automático? Muchos de nosotros hemos superado etapas en las que tiramos hacia delante de ese modo
La vejez es una etapa muy dura, esto es así. Nos gusta romantizarla para poder convivir con ella y con la de las personas a las que queremos, así que le damos un baño brillante de experiencia, uno luminoso de ternura, un poco de color pastel fragilidad, un barniz vibrante de humor sin filtros. Y sí, todo eso está, pero debajo de las capas sigue ahí la vejez, una realidad que fácil no es…
Oír decir “estar vivo es importante" a quien transita por esa fase de la existencia, tiene su aquel. Sobre todo si somos conscientes de la cantidad de veces que lo olvidamos a lo largo de la vida… Lo de “Me olvidé de vivir” lo cantó Julio Iglesias como si nada y oye, en esa balada pegadiza estaba todo…
Porque…¿Cuántas veces a lo largo de nuestra existencia ponemos el piloto automático? Muchos de nosotros hemos superado etapas en las que tiramos hacia delante de ese modo. A veces acelerando a tope y a veces al ralentí. Y resolvemos sin más, hacemos lo que toca, nos ocupamos e incluso nos preocupamos, pero sensación de vivir, poquita…
Esta mañana he vuelto a ver a mi vecino. Esta vez no ha hablado conmigo sino con mi perra, Betty. Él la llama “la chuchi” –creo que es una fusión que hace él entre chucho y Betty–. Le hace gracia que ella le salude y se vanagloria porque le reconoce. Hoy, al encontrarse con nosotras, le ha dicho: “Chuchi, qué bien acompañada vas, qué suerte tienes” yo sé que en realidad es al revés, que soy yo la afortunada por ir con ella. Pero no pienso llevarle la contraria a mi vecino sabio, el que tiene la certeza de que “estar vivo es importante”.
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