Plaza Pública

Guerra en la Iglesia al final del franquismo

Eladi Mainar

Como todos los años, los españoles, ante la declaración de la renta, nos encontramos ante la tesitura de marcar la equis en la casilla para fines sociales o para la Iglesia. Desde hace décadas y con los primeros Gobiernos del PSOE, en los que se prometió una lenta separación de la Iglesia del Estado, promesa continuamente incumplida y que surge otra vez en estas vísperas electorales, la financiación de la Iglesia española vuelve como el Guadiana a planear sobre nuestra actualidad más inmediata.

El Estado entregó a la Iglesia en 2013 más de 247 millones de euros, aunque diversas fuentes cifran el montante en más de 11.000 millones incluyendo exenciones fiscales o conciertos educativos. Aunque buena parte de la sociedad ve con ánimo favorable esa separación de ambos poderes, la jerarquía lucha con uñas y dientes para que el maná del Estado continúe fluyendo.

Esa separación que tanto se anhela desde los sectores más progresistas de la sociedad se inició en España con el inicio del Concilio Vaticano II. Hasta ese momento la Iglesia católica ayudó al mantenimiento del régimen franquista, constituyéndose como uno de los pilares fundamentales de la Dictadura desde el inicio de la Guerra Civil. Fue un apoyo total, que comenzó a desvanecerse en este conclave, aunque el régimen, ya en sus postrimerías, no iba a permitir que la Iglesia española encabezada por el cardenal Tarancón volase alegremente.

Dentro de la misma Iglesia habían surgido movimientos y asociaciones de signo ultraconservador, potenciados por el mismo régimen, con la finalidad de mantenerla fielmente unida a la Dictadura. Para ello, contaron con la inestimable ayuda del franciscano padre Oltra.

Ya en el mes de septiembre de 1972, la asociación de clérigos ultraconservadora Hermandad Sacerdotal Española, dirigida por Oltra, se enfrentó abiertamente con la jerarquía católica española, encabezada por el también valenciano cardenal Tarancón, en un claro intento de frenar la Transición y modernización de la Iglesia española que se había iniciado unos años antes con el Concilio Vaticano II. Fue una guerra total entre dos bandos irreconciliables que tenían una visión tanto de la Iglesia como del mundo completamente antagónicas.

Oltra y los suyos, con el apoyo explícito del régimen franquista, criticaron y se opusieron duramente a la Conferencia Episcopal española, y al mismo Vaticano, con el nuncio Luigi Dadaglio al frente, con el fin de poner todos los impedimentos posibles a la lenta separación de la Iglesia del régimen franquista. La Hermandad Sacerdotal, fundada en 1969, unía a la defensa de la religión, desde un punto de vista cuasi tridentino, una simbiosis total con el franquismo, al que declaraba salvador de la Iglesia en España y a Franco como el gran defensor de la cristiandad.

La guerra soterrada entre estas dos visiones de la Iglesia y la sociedad se venía desarrollando desde las misma inauguración de Concilio Vaticano II, con la celebración de la Asamblea Conjunta de Obispos y Sacerdotes, celebrada en un seminario de Madrid en septiembre de 1971. Esta asamblea supuso un miniconcilio en la Iglesia española, y sus conclusiones una bomba de relojería para el clero más conservador español. En una de ellas, que no se llegó a aprobar porque necesitaba de una mayoría cualificada de dos tercios, se decía: “Reconocemos humildemente y pedimos perdón porque no siempre supimos ser ministros de reconciliación en el pueblo dividido por una guerra entre hermanos”. Para el franquismo era totalmente inaceptable, y mostraba claramente ese distanciamiento entre la Iglesia española y el régimen.

La Hermandad Sacerdotal Española hizo todo lo posible para que no se celebrase esta asamblea y después, una vez finalizada, batalló, mediante la organización de las Jornadas Internacionales de Zaragoza en septiembre de 1972, para que sus conclusiones no tuvieran el efecto que pretendían sus organizadores.

Las Jornadas de Zaragoza, organizadas por la Hermandad Sacerdotal, no contaron con el beneplácito de la Conferencia Episcopal, ni con la bendición papal. La Conferencia Episcopal, en una reunión celebrada entre los días 12 y 14 de septiembre, solo unos días antes del inicio de estas jornadas, emitió un comunicado desautorizando las mismas. Para Tarancón, “no podía tolerarse un intento de separar a los sacerdotes de la jerarquía”. Oltra contraatacaba argumentando que era inconcebible que las jornadas no fueran autorizadas por la Conferencia Episcopal, mientras que hacía pocos meses se había reunido en el Escorial, “la plana mayor de la subversión cristiano-marxista en Hispanoamerica”. Para Oltra, los males de la Iglesia no venían de esta reunión de la Hermandad, el problema eran los seminarios vacíos, la anarquía litúrgica, la concienciación marxistizante de parte del clero y el desgobierno de las diócesis. Era toda una andanada a la jerarquía española. Aunque para el régimen, los organizadores de estas jornadas, el padre Oltra y sus seguidores de la Hermandad Sacerdotal Española “eran sacerdotes que honraron con figurar como capellanes castrenses durante la guerra”.

A las jornadas en Zaragoza, acudieron, según la prensa, más de 2.000 sacerdotes en su mayoría de España, pero también de Francia, Alemania y de algunos países sudamericanos. La postura beligerante del Vaticano y de la Conferencia Episcopal española hacia la Hermandad Sacerdotal y las Jornadas de Zaragoza causó un verdadero estupor en el Gobierno del general Franco. Algunos de sus miembros eran fervientes católicos, como el ministro de Justícia Antonio María de Oriol y Urquijo, que no ocultó su enojo y contrariedad ante la postura de la jerarquía católica española y vaticana, recordando que al Estado español se le “ignora y se trata de manera desconsiderada”. Oltra llegó a decir que era totalmente reprobable la actitud de la Secretaría de Estado vaticana, que “conculca no ya la caridad que a todos nos debe unir, sino a la ética más elemental”. Como vemos, una crítica descarnada hacia el mismo Vaticano. La Hermandad Sacerdotal había invitado a numerosos clérigos y obispos de todo el mundo. Finalmente, aunque no hay constancia de presiones al respecto, fueron bien pocos los dirigentes eclesiales que acudieron a estas jornadas. Se rumoreó y se acusó a la curia vaticana de presionar a estos jerarcas para que no asistieran a la reunión de Zaragoza. El mismo Tarancón en su autobiografía llega a afirmar que “como presidente de la Conferencia Episcopal no existió esta prohibición” de viajar a Zaragoza, aunque por ejemplo la revista Iglesia-Mundo, cercana a los postulados más ultramontanos del clero español, llegó a titular que la reunión de Zaragoza había sido dificultada a última hora “con procedimientos turbios y subterráneos al margen del Derecho”. Posiblemente se refería a las declaraciones del director de la Oficina de Prensa del Vaticano, profesor Alesandrini, que llegó a afirmar que el papa no enviaría a la reunión zaragozana ninguna bendición especial.

Las jornadas terminaron con un discurso del presidente de la Hermandad, el franciscano Oltra, en el que dejaba meridianamente clara su postura, y su oposición, y casi negación de la autoridad de la jerarquía religiosa española, encarnada por el propio Tarancón: “Hay que saber cuándo y a quién se obedece, porque por desgracia existe una paradoja entre lo mandado y la voluntad de Cristo, que no siempre coincide”.

El Vaticano y el propio papa Pablo VI veían con profunda preocupación este pequeño cisma en la Iglesia española. Problemas de signo integrista que también se estaban produciendo en otros países, como Francia, pero que en España, nación católica por antonomasia, podían magnificarse.

Estas jornadas fueron uno de los últimos intentos del régimen franquista para mantener a la Iglesia española como uno de los firmes aliados del régimen, ya que al calor del concilio Vaticano y con el cardenal Tarancón fijando el rumbo, el divorcio entre el franquismo y la Iglesia era más que evidente.

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Aunque con la llegada al solio pontificio del papa polaco Karol Woytila esa Iglesia española que buscaba nuevos aires de libertad volvería a los rediles conservadores que marcaron el papado de Juan Pablo II.

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Eladi Mainar es doctor en Historia por la Universidad de Valencia y autor del libro 'El último cruzado español: el Padre Oltra y el franquismo'.

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