¿Nunca máis?

La imagen se convirtió en un símbolo. Centenares de voluntarios, enfundados en monos blancos, protegidos con guantes y mascarillas que, sin descanso, sacaban barreños de chapapote de la playa. Una ola de solidaridad que suplió la inacción institucional y que derivó en un movimiento, Nunca máis, con el que la sociedad denunció el abandono de la Xunta y del Gobierno central, ambos en manos del PP en aquel 2002. 

Otra imagen icónica. La del Prestige en alta mar, partido en dos, vomitando el petróleo que aún contenía en su interior. El vertido lo contaminó todo: 2000 kilómetros de costa que tiñeron de negro la bandera gallega. Una cadena de decisiones erráticas que convirtió un accidente marítimo en la mayor catástrofe medioambiental que ha sufrido España.  

Entre el hundimiento del Prestige y la caída de un contenedor del buque Toconao frente a la costa de Portugal que ha provocado la llegada de millones de toneladas de pellets a las costas gallegas han pasado 21 años. Y, por suerte, todo parece indicar que hay diferencias en cuanto a su alcance medioambiental. La Fiscalía ya ha advertido de la toxicidad de los sacos de plástico, aunque tendrán que ser los expertos y expertas las que lo determinen. Lo que sí se puede establecer, dos décadas después, son ciertos paralelismos en la gestión política -o falta de ella- de ambos acontecimientos. 

En primer lugar, los tiempos. La actuación de la Xunta, como ya ocurrió con el petrolero hundido, llega tarde. Según la cronología de los hechos, fue el pasado 13 de diciembre cuando el gobierno de Rueda tuvo la primera noticia del vertido tras una llamada al 112 que alertaba de la aparición de los microplásticos en la playa. Desde esa fecha hasta este martes –cuando decidieron activar el nivel 2 que permite la intervención del Gobierno central– han pasado 27 días. Casi un mes de inoperancia en el que los pellets han seguido llenando las playas gallegas. El Principado de Asturias y Cantabria tardaron poco más de 24 horas en solicitar la ayuda estatal tras detectar su presencia en sus litorales. 

Resulta paradójico escuchar al presidente gallego culpar al Gobierno central de usar el vertido como arma electoral -recordemos que las elecciones gallegas se celebrarán el próximo 18 de febrero-. Pero, si como aseguran desde la administración autonómica el problema no es tan grave, ¿por qué se empeñan en culpar al Ejecutivo de Sánchez por no haberles avisado de su gravedad?

En segundo lugar, el negacionismo del impacto. Durante este tiempo, la Xunta ha intentado minimizar lo ocurrido. Si hace dos décadas tuvimos que escuchar al entonces portavoz del Gobierno, Mariano Rajoy, definir el vertido de fuel como “hilitos de plastilina”, hace unos días era la consellera de Medio Ambiente la que restaba importancia a las consecuencias de la llegada de pellets a las costas. “Algunos peces los ingerirán y otros no”, afirmó del vertido que ya inundaba kilómetros de costa gallega y del que se calcula se han vertido al mar hasta 26 toneladas. 

En tercer lugar, los voluntarios que, como hace veinte años, se han organizado en cuadrillas de limpieza. En ocasiones, como ocurrió con el Prestige, ataviados con uniformes precarios o poco adecuados para la tarea. Es reconfortante ver la reacción social ante un acontecimiento así, pero no olvidemos que la solidaridad y la buena voluntad no pueden suplir, en ningún caso, la falta de apoyo institucional.  

Claro que es política, porque detrás de cada decisión hay ideología. ¿Qué ha cambiado en estos 20 años en la actuación de la Xunta? ¿Han informado en esta ocasión con total transparencia? ¿Han cooperado en vez de buscar la confrontación?

Estos días se repite mucho que una cuestión medioambiental de esta envergadura no debería ser una cuestión política. Es la misma idea en la que se insiste cuando se debate sobre otros pilares del Estado del bienestar como la sanidad, la educación o la lucha contra la violencia machista. No puedo estar en mayor desacuerdo. En todo caso, no tendría que ser una cuestión partidista. Pero claro que es política, porque detrás de cada decisión hay ideología. ¿Qué ha cambiado en estos 20 años en la actuación de la Xunta? ¿Han informado en esta ocasión con total transparencia? ¿Han cooperado en vez de buscar la confrontación?

La ciudadanía merece más. Una respuesta que evite una colección de imágenes –como aquellas de los voluntarios recogiendo chapapote o estas en las que recogen pellets– que de trágicas se convierten en simbólicas. Una respuesta que, 20 años después, evite que el mar se convierta otra vez en un vertedero.

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