Perder el tren de la época o conducirlo

El paro cae en marzo en casi cincuenta mil personas, situándose la cifra de desempleados en algo más de dos millones ochocientas mil personas, la cifra más baja desde 2008, un año nada casual. Los cotizantes a la seguridad social vuelven a marcar una cifra récord, 20.376.552, con la creación de doscientos mil empleos este último mes: nunca hubo tanta gente trabajando en nuestro país, manteniéndose esta tónica de superar los veinte millones de cotizantes estos últimos doce meses. La temporalidad ha descendido a niveles nunca antes vistos desde la reforma laboral que entró en vigor a principios del pasado año: este era precisamente uno de sus principales objetivos. Es decir, que habiendo elementos que mejorar, la evolución del motor laboral en España es muy positiva, teniendo en cuenta el contexto de gran incertidumbre económica y geopolítica mundial. Esta es la realidad constatable.

El resto, que tertulias, portadas de prensa y líderes políticos de la derecha esgriman la palabra “maquillaje”: pura especulación, que nos adelanta en el plano corto que estamos en periodo electoral. Aquellos logros que se puedan atribuir al Gobierno han de verse siempre ensombrecidos y cuestionados. Que la AIReF, tras su informe sobre la reforma de las pensiones, vuelva de nuevo a sembrar la duda para luego desdecirse, tiene que ver con un peaje que proviene precisamente de las consecuencias de aquel año 2008, el de la Gran Recesión, y que es soportar en nuestra arquitectura institucional organismos cuya labor es tutelar nuestra democracia desde posiciones neoliberales, cuando ni siquiera quien las promovió, la UE, anda ya completamente en esa senda. Los tiempos están cambiando y algunos están quedando en un fuera de juego clamoroso. 

El problema de nuestra derecha, realmente en el del espectro conservador internacional, es que el sistema sobre el que pivotó en estas últimas décadas ha quedado obsoleto, siendo cada vez más cuestionado desde que en el año 2020 una pandemia conmoviera nuestra vida pero, a la vez, situara los conceptos de Estado, comunidad e impulso público en el lugar que corresponde. Como la derecha intentó demoler estos ámbitos con insistencia ahora no sabe muy bien qué hacer. Podría volver a la senda de sus antecesores democristianos y recuperar un cierto tono social y de respeto por lo colectivo. Puede, como de hecho le ha pasado, radicalizarse hacia posiciones populistas, lo que en algunos países les ha llevado a convertirse en uno de los principales factores de amenaza e inestabilidad, por ejemplo como en Estados Unidos, nada más y nada menos. Siempre que hubo que elegir en tiempos de crisis entre justicia redistributiva y reacción radical la derecha optó por lo segundo. 

Alberto Núñez Feijóo, que lleva un año al frente del PP, se halla precisamente en esta tesitura. Patina a menudo, lo que a muchos les hace cuestionar su valía como líder nacional, capaz más allá del cómodo contexto que te creas cuando eres presidente autonómico de una comunidad con gravedad y tiempos propios como Galicia. Pero, más allá de capacidades personales, el problema se encuentra precisamente en este fuera de juego, en este perder el tren de la época. También en que ya en su partido, en sus periódicos, en sus instituciones afines, la reacción radical ha hecho presencia, marcando en corto cada movimiento del presidente popular, que pretende simular un viaje al centro mientras contenta o deja hacer a Isabel Díaz Ayuso, la principal representante de este lastre histórico, de este fuera de juego. Cuando un espacio político siente que ha perdido la primacía que tuvo, a menudo se atrinchera, quedando al mando los instintos más exacerbados.

Mientras que la derecha representa las dudas y la ambivalencia de qué hacer con esta crisis de ciclo largo, Yolanda Díaz, ministra de Trabajo, es el ejemplo de lo contrario: dar una respuesta constructiva a la incertidumbre. Sus movimientos, en íntimo concierto con los sindicatos e incluso en notable colaboración con los empresarios, antes de que las organizaciones patronales decidieran servir al electoralismo del PP antes que a sus representados, demuestran que se puede dar una salida inversa a la que se ha dado a las crisis en esta últimas décadas: recortes, precariedad y empobrecimiento. Utilizar lo público para dar estabilidad vale para que el empleo sea uno de nuestros principales motores económicos, haciendo más soportable la crisis inflacionaria, pero sobre todo proporcionado un sentido a la actividad laboral, que debe servir como base para la construcción de una vida social sólida y no como un elemento más de especulación y extracción de plusvalías mediante la sobreexplotación de los trabajadores. Justo es reconocerle, al menos, que supo entender que el momento había cambiado y que la oportunidad no debía pasar de largo.

Se trata de parar a esa derecha que a falta de imaginación se ha echado en brazos de la rabia, pero se trata sobre todo de no sólo no perder el tren de la época, sino conducirlo

¿La oportunidad de qué? Pues tal y como dijo en la presentación de Sumar, “el neoliberalismo está derrotado ideológicamente, pero es necesario vencerlo políticamente”. Por primera vez, las grietas en el proyecto de la restauración conservadora, aquel que desde finales de los setenta pretendió retrotraer nuestra sociedad al mundo de relaciones capital-trabajo previo a la Segunda Guerra Mundial, son evidentes, por lo que es hora de acabar con él por completo. Que Díaz, las fuerzas políticas con las que ha conjugado complicidades, y el Gobierno del que es vicepresidenta, puedan situarse como pioneros en algo que podríamos denominar un nuevo igualitarismo con base en el reparto justo del trabajo, un laborismo del siglo XXI, es mucho más que una cuestión electoral o de marca política, es que nuestro país pueda estar a la vanguardia en un movimiento que, de salir bien, contar con tiempo, profundizar y, por qué no, poder desarrollarse sin enfrentar un apocalipsis cada mes, puede cambiar las tendencias de las últimas cuatro décadas.

Se trata de parar a esa derecha que a falta de imaginación se ha echado en brazos de la rabia, pero se trata sobre todo de no sólo no perder el tren de la época, sino conducirlo. Al igual que recordamos a la Gran Bretaña de Thatcher como el momento y el lugar en que todo empezó a torcerse, puede que dentro de unas décadas se recuerde la España de Yolanda Díaz y Pedro Sánchez como el momento y el lugar en que todo empezó a enderezarse. Puede sonar grandilocuente, pero es que en este país no estamos demasiado acostumbrados a ser los protagonistas de nada y menos de lo positivo. Unas cuantas cosas pueden salir mal, unas cuantas fuerzas muy poderosas van a poner todo de su parte para descarrilar este proyecto de la política útil. Se llegará más despacio y con más dificultades de las que se piensa. Pero la idea, el momento, el objetivo debería ser este, lo demás es ruido. Conviene hoy, más que nunca, separar lo fundamental de lo accesorio.

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