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Lo inexorable y lo evitable

Raquel Martos nueva.

De vez en cuando la vida destruye nuestros planes sin compasión. Es un volcán, una inundación, es la pérdida de alguien amado o un diagnóstico médico.

Hay golpes que parecen la superproducción de una tragedia, como el que nos ocupa la mitad de la mirada, un ojo en nuestro día a día y otro sin perder de vista La Palma. Y el corazón en la isla, encogido, desolado por la empatía. Asistimos al borrado del presente y el futuro de personas como nosotros, como nuestras madres, como nuestros hermanos, como nuestros hijos, somos espectadores impotentes de un dolor sin tregua y a cámara lenta.

La lava deshaciendo historias, proyectos, cotidianidades, con una facilidad asombrosa, como si fuera sencillo construir las vidas, como si no nos dejáramos tanto de nuestra vida en intentar vivir.

La desgracia de la isla bonita no es la única, ya lo sabemos, todos peleamos cada día con monstruos de una u otra especie, pero lo que allí sucede tiene mucho de simbólico bajo la descarnada realidad, por cómo transcurre y por cómo lo vivimos cada uno de nosotros. Todas las reacciones humanas, como ante cada desgracia retransmitida, van apareciendo sin dar sorpresas. Lo hemos bailado otras veces, como si siguiéramos una coreografía, cada uno en su puesto, siguiendo el habitual elenco de roles: el solidario, el oportunista, el compasivo, el miserable…

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“La lava va avanzando muy lentamente pero sin parar. Es inexorable su avance hacia la costa”. Esta frase que hemos oído en boca de las autoridades en estos días resume la impotencia a la que se enfrenta el ser humano ante no pocas cuestiones. “Inexorable” es el adjetivo perverso que nos sitúa en nuestra realidad, lo poco que somos aunque nos creamos tanto…

Y nuestra lucha existencial pasa quizás por apechugar con lo inexorable y no rendirnos ante lo evitable. Aunque se nos olvide a cada paso; aunque a veces entreguemos más esfuerzo y energía en tratar de que no suceda lo ineludible que en poner una barricada para que no pase lo que no tiene un pase.

Cuando el volcán vuelva a dormir y los focos y las cámaras se apaguen y la última visita institucional cierre la puerta al salir, la nueva normalidad será el empeño de los palmeros afectados por reanudar el camino. Que no lo hagan solos, que no sea más lenta la ayuda que el avance de la lava, que no sea inexorable el camino hacia la ruina, que aumentar el dolor por falta de atención sí es evitable.

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