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La política y el ‘cortoplacismo’

Marc Pallarès

Hace años un exministro socialista explicó, en petit comité, una anécdota que es un ejemplo de cómo han entendido la política algunas de sus figuras más representativas. Según confesó, cuando en el Consejo de Ministros de finales de los 80 se hablaba de la reforma educativa que se comenzaba a gestar (la LOGSE, que finalmente se aprobará en 1990), Felipe González mostraba hacia ella una indiferencia casi insultante.

Este escaso interés del presidente no varió durante el tiempo en que la reforma se fue horneando. Unos meses antes de tener que llevarla al Congreso, parece que una ministra preguntó al presidente González por qué no había intervenido en los debates que habían mantenido sobre esta reforma. La respuesta de Felipe González fue breve y lacerante: “No dedicaré ni un minuto a una ley que puede traer sus frutos dentro de diez años, en política solo nos interesa aquello que tiene efecto en unas semanas”.

Con la sonrisa de quien sabe la batalla ganada, el incuestionable Felipe González cerró para siempre el debate. Así, reservó la cuestión para el Ministerio de Educación.

Según parece, en los Consejos de Ministros sus sentencias dialécticas eran prácticamente inapelables, convertidas en discursos de hielo en los que estalactitas y estalagmitas se derretían delante de un mensaje tan claro como aquel: referido a la educación en el supuesto caso que la nueva ley fuera un éxito, éste empezaría a salir a la luz al cabo de unos años, y, por lo tanto, no sería su gobierno quien pudiese rentabilizar aquel éxito, por eso no le interesaba dedicar ni un minuto a un asunto sobre el que no podría ponerse una medalla. Así lo demuestra el caso de Finlandia, pues sus resultados óptimos en las pruebas PISA de los 2000 no han sido flor de un día sino consecuencia del desarrollo “paciente” de una ley aprobada muchos años atrás, una ley consensuada por todos los agentes sociales, incluidos los partidos políticos de todo el arco parlamentario finlandés.

Como en casi todos los aspectos de la vida, en política suele haber dos caminos: hacer que las decisiones que se toman se amolden a los perfiles perfectamente dibujados de la realidad (y de la ciudadanía que la habita) o partir de los intereses personales (o los del partido al que se pertenece) para buscar, a posteriori, los caminos posibles.

El reconocimiento y la relación del político de turno con la “inmediatez” se suele oponer a la funcionalización del pensamiento por y en la realidad establecida, por eso tradicionalmente la manera de ejecutar lo que entendemos como política ha ido apartando de sus camino todo aquello que inmediatamente, “el día de mañana”, no fuera capaz de otorgarle algún beneficio (es el famoso “ahora no toca” que Pujol siempre tenía en boca). El ministro Gallardón lo está viviendo en sus propias carnes estos días. Se le encargó que preparara la ley del aborto (la que, por cierto, iba a ser una de las poquísimas promesas electorales que el PP parecía que iba a cumplir), pero ahora se le ha hecho saber que debe guardarla en un cajón porque Pedro Arriola y sus encuestas han descubierto que el cortoplacismo (los próximos comicios electorales) les exige arrinconar esta polémica ley.

La estrategia política y sus consecuencias (en forma de decisiones, decretos o leyes) para la mayoría de los políticos con responsabilidades de gobierno no siempre son, desgraciadamente, un mecanismo para cambiar la vida de la ciudadanía, más bien se convierten en la forma pura de una práctica social muy concreta: que las decisiones políticas reviertan lo antes posible positiva y rápidamente sobre sus figuras políticas y, en consecuencia, sobre sus partidos. Da igual si para ello es necesario que un líder político tenga que llamar por teléfono a Sálvame o que otra tenga que dar una rueda de prensa bochornosa hablando de finiquitos diferidos.

Al fin y al cabo, este cortoplacismo al que tan a menudo se subordina la política trata por todos los medios de perpetuar que la sociedad mantenga su inquietante centro empírico en el sistema de la partitocracia actual. De ahí que Podemos esté suponiendo algo así como una amenaza para la política tradicional.

Quizá todo nos iría mejor si los y las dirigentes políticos quisieran aceptar este proverbio griego: “El mundo crecerá como toca cuando la gente grande plante árboles sabiendo que nunca disfrutarán de su sombra”. --------------------------------------------------------------------------------------------

Marc Pallarès es profesor de Teoría e Historia de la Educación en la Universitat Jaume I de Castelló y escritor

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