Qué ven mis ojos

Devuelve lo robado y pagarás tu libertad

“Una sociedad corrupta es ésa donde lo que no tiene precio le sale barato a quienes se lo llevan”.

“Me dijeron que un día iba a descubrir / que todos los que aman están ciegos. / Cuando tu corazón esté en llamas / notarás cómo entra el humo en tus ojos”, dice una de las canciones más conocidas de la historia, Smoke gets in your eyes, que han interpretado desde Irene Dunne a los Platters, Dinah Whasington, Louis Armstrong, Judy Garland o, en nuestro idioma, Sara Montiel. El dinero se parece al humo, también nubla la vista y siempre va hacia arriba, donde viven los poderosos; también pasa de visible a invisible en cuestión de segundos y por él se sabe dónde está el fuego, porque el resplandor del lujo se divisa en la oscuridad. El dinero es siempre igual, lo que cambian son las preguntas que pueden hacerse sobre él: ¿Es legal, negro o blanqueado? ¿Cómo ha llegado a las manos de quien lo tiene? ¿Lo ganó o se lo dieron? ¿A cambio de qué? ¿Es público o es privado? Dependiendo de la respuesta, las personas que lo tienen en sus cuentas bancarias, pueden acabar en una sala de fiestas o en una cárcel.

Pero hay al menos otro interrogante más, y en el fondo, tal vez es el que debiera preocuparnos por encima de todos y al que más importa poder dar una contestación, por nuestro propio bien, porque en ese caso lo que está en juego no son las finanzas, sino la moral de una sociedad, aquello que hace que se la pueda considerar decente o corrompida: ¿Qué se puede comprar con él y qué cosas no tienen precio, no están en venta? Por ejemplo: ¿lo puede tener la ley? ¿Un condenado por robo, fraude, malversación, estafa a Hacienda o fuga de capitales, puede negociar con el Estado una reducción significativa de sus penas a cambio de devolver lo que se llevó? Parece sensato pensar que sí y que hay dos tipos de delitos: aquellos en que lo hecho no tiene remedio ni vuelta atrás, como un asesinato, y los que sí, entre otros los económicos, y en ese sentido la sentencia popular, que no salgan de prisión hasta que no devuelvan del primero al último céntimo saqueados, no es en absoluto despreciable. Pero, ¿y si lo hacen, con eso ya deben quedar en paz y su culpa se considera saldada?

Francisco Correa, cabecilla de la red Gürtel, ha optado por reintegrar al erario público los veintidós millones de euros que tiene depositados en Suiza, un país que es al siglo XXI lo que era al XVII la Isla de la Tortuga, el antiguo santuario de los piratas del Caribe; y al parecer ha firmado la autorización que necesitan sus encubridoras, las entidades donde escondió el botín, para que la repatriación se lleve a cabo. Naturalmente, recibirá una serie de beneficios penitenciaros a cambio y todo ello hace pensar que, como mínimo, es más inteligente que otros: Luis Roldán estuvo quince años entre rejas, con tal de salvar parte de su fortuna; Mario Conde sólo cumplió una cuarta parte de su condena, pese a no devolver la fortuna que sacó de Banesto, pero ha sufrido numerosos embargos y el año pasado volvió a ser arrestado y recluido por traer a España parte de lo que mantiene oculto en diversos paraísos fiscales. Y dentro de poco, le llegará su turno a Luis Bárcenas, el tesorero del PP al que su partido ahora niega el pan y la sal de cara a la galería, mientras pacta con él bajo cuerda, por mucho que algunos de sus antiguos compañeros renieguen de él rodeados de cámaras y micrófonos: “El amor aquel / fue llama fugaz, / humo nada más”, dice la irreverente versión de El humo ciega tus ojos que le escribió a Sara Montiel el letrista Gustavo Dasca, que en realidad no era nadie, sino un seudónimo que usaba el compositor Augusto Algueró para traducir al castellano grandes éxitos de la música anglosajona.

¿Reembolsar el dinero sustraído y añadirle las cantidades que la ley haya impuesto como multa, es suficiente? Estaría más cerca de serlo si ocurrieran dos cosas: la primera, que algo de lo que se recupere vaya a parar a los damnificados, que naturalmente no son otros que los ciudadanos que, gracias a esta banda de desvalijadores, han sufrido recortes y penalidades de toda clase; la segunda, que sus cómplices en el terreno de la política y los negocios, no queden impunes. Por desgracia, en ambas parece realmente difícil que se puedan producir. Pero lo cierto es que las comisiones las cobraban diferentes cargos públicos y lo hacían a cambio de darle obras públicas a empresas concretas, amañar concursos, saltarse todas las normas y llevarse su parte. Y con el resto, da la impresión de que el Partido Popular se financiaba irregularmente, pervirtiendo la democracia de manera gravísima. ¿Todo eso queda zanjado con la devolución de lo sustraído? A los ladrones les gustaría pensar que sí. A los demás, nos parece que con eso no alcanza: la impunidad siempre se esconde tras un defecto de forma, un subterfugio burocrático, un ejército de abogados… En resumen, tras una cortina de humo parecido al que velaban los ojos de los amantes de la canción. Con una diferencia: aquí de lo que se trata es de que ellos disfruten del fuego y los demás se hagan cargo de las cenizas y del frío. Si los delincuentes quedan libres con entregarle a sus compinches lo que les quitaron a sus víctimas, es que algo no funciona.

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