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Qué ven mis ojos

Quién es el feo, quién es el bueno y quién es el malo

Benjamín Prado

“Hay quien prefiere que todo vaya mal porque es el único modo que tiene de estar a la altura de las circunstancias.

Todos hemos visto demasiadas películas, por eso la realidad se parece cada día más a la ficción, y actualmente, de hecho, a la ciencia-ficción. En un mundo que no es ya que tenga exceso de información, porque eso nunca sobra y porque es mucho peor no enterarse que saber demasiado, sino que no descansa, no deja de sufrir cambios y no nos da tiempo a procesar el caudal de noticias, opiniones y análisis que pasa ante nuestros ojos sin detenerse nunca, el verdadero problema no es estar al corriente de lo que ocurre, sino que esa misma corriente te arrastre. Hay demasiados cínicos como para saber de un simple vistazo cuál es el que dice la verdad, si es que alguno lo hace. Hay demasiadas versiones de cada hecho, como para que la auténtica destaque sobre las otras. Y también hay demasiadas personas dispuestas a justificar los actos de quienes los representan porque comparten su ideología o sus intereses. Nada es indiscutible ni blanco y en botella porque todo depende del color del cristal tras el que esté la leche, y descartamos la transparencia porque ya sabemos que no es una de las virtudes de nuestra clase política.

En la película El bueno, el feo y el malo, que era la última de la Trilogía del dólar, de Sergio Leone, junto a La muerte tenía un precio y Por un puñado de dólares, a los espectadores nos resultaba muy fácil saber quién era quién, cuál de los tres papeles interpretaban los actores Clint Eastwood, Lee Van Cleef y Eli Wallach. Pero aquí y ahora, enciendes el ordenador o miras el teléfono, la actualidad se te echa encima y está tan llena de contradicciones, mentiras y medias verdades que no es tan sencillo hacerse una composición de lugar ni llegar a una conclusión. Cada uno defiende lo suyo, es lógico y también es deseable, pero la cuestión es que muchos no respetan ningún límite, una forma de moverse que, tarde o temprano, les obliga a trazar círculos y a pasar por el mismo punto, aunque suele ser para decir digo donde dijeron Diego. Los prestigios duran poco, las lealtades cambian de bando y el cartel de héroe o heroína se transforma en un abrir y cerrar de ojos en el de villano o el de bruja. Y a su vez, los expulsados del paraíso se transforman en demonios, como el ángel caído Lucifer, y si Roma no paga traidores, a cambio ellos sueñan con regresar a ella para quemarla. Tenemos un ejemplo inmejorable de todo ello en el caso de Cayetana Álvarez de Toledo, despedida por los actuales jefes del Partido Popular por hacer lo que le habían encomendado y sabían que se le daba bien, que era echar leña al fuego, apretarle las tuercas al discurso y que al salir de cada comparecencia pública lo hiciese dejando tras de sí un horizonte de aldeas quemadas. “El bosque está a salvo, hemos sacado de él a la pirómana”, han declarado ahora los mismos que le compraban las cerillas y la gasolina. Hipocresía viene del griego "hypo", que significa “máscara”, y "crytes", que significa “respuesta”, es decir que define a los que hablan tras un disfraz, sin dejarnos ver nunca su auténtico rostro. Ahí lo dejo. Todo está en la etimología.

¿Quiénes son los malos de esta película, esos que, en medio de una pandemia sólo parecen interesados en hacer sonar las alarmas, extender el miedo y derribar al Gobierno? El presidente Sánchez dijo este lunes en su aparición en la Casa de América que no aspira a la unanimidad, sino a la unidad. Es una buena frase y expresa un lema democrático que se adapta bien a estos tiempos inesperados que vivimos. Con las conversaciones que empiezan entre las diferentes fuerzas políticas, el previsible apoyo de Ciudadanos a los Presupuestos, la puesta entre paréntesis de los vetos que hará que algunas de las líneas rojas que se ponían los partidos se transformen para la ocasión en pasos a nivel o puentes levadizos… Todo ello parece que acabará lo mismo que está acabando todo: con el PP solo y además mal acompañado. Tras echar con cajas destempladas a Álvarez de Toledo, los dos nuevos portavoces, José Luis Martínez Almeida y Cuca Gamarra, no parece que lleven el cambio más allá del tono: el primero se queja de que La Moncloa no llame a la calle de Génova mientras afirma que no pactarán nada con el Gobierno de coalición, al que tantas veces se refirió Pedro Sánchez en su conferencia, mientras no se rompa la alianza que lo conforma, porque “la política de Podemos es incompatible con la del PP". La segunda es todavía más extrema: “No tenemos nada que hablar con un Gobierno lleno de socialistas y comunistas.” Nada que añadir.

El caso es que los Presupuestos son necesarios, entre otras cosas, para que lleguen las decisivas ayudas de Europa, así que al bloquear unos, impides las otras y pones a las personas que más lo necesitan al borde del abismo. En el PP hay muchas voces que te dicen en privado que la estrategia variable y contradictoria de Casado, que no tiene las letras del caos en su apellido por casualidad, es un auténtico disparate; pero él no escucha ni a ajenos ni a propios, sobre todo si se trata de quienes representan el ala más centrista de los conservadores, que la hay, que es necesaria y que él ha dispersado a los cuatro vientos en cuanto ha tenido las riendas de la organización en la mano. En realidad, da la impresión de que él sólo escucha a los más radicales y a sus socios de la ultraderecha, que sigue con su espectáculo y a lo suyo, demostrando que aquí hay dos tipos de patriotas: quienes le piden rastreadores al ejército y quienes le piden que dé un golpe de Estado. Por intentar buscarle una explicación a su actitud, que le ha llevado hasta ahora a tener unos resultados electorales calamitosos, debe ser que le aterra perder Madrid y Andalucía, si es que el tripartido de la derecha que manda en esta última no se resquebraja tras el escándalo que señala la gestión de Moreno Bonilla, investigado por el Tribunal de Cuentas por una catarata de irregularidades cometidas entre 2012 a 2018, cuando era Secretario de Estado de Servicios Sociales e Igualdad y tenía a su cargo el Imserso. Los sobrecostes no justificados causaron un agujero de 1,7 millones de euros.

España puede, dice el presidente del Gobierno. Yo añadiría que España, además, se lo merece. Ahora sólo falta que los pequeños pero dañinos grupos de enajenados que se dedican a hacer fiestas, quitarse las mascarillas y propagar el virus, entren en razón. O, como eso será difícil, que entren en casa y no salgan hasta que la vacuna nos devuelva nuestras vidas. Esa gente es, ahora mismo, la gran culpable de lo que está pasando. Son lo peor de un gran país que saldrá de esta como ha salido de todas.

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