Qué ven mis ojos

Este Gobierno se parece a otros y esta oposición, a ninguna

Benjamín Prado

“La crispación agrieta la democracia y es por esa fisura por donde entra el veneno”.

Cuanto mayor es un problema, más pequeños parecen quienes no dan la talla a la hora de enfrentarse a él. Y lo cierto es que en mitad de esta pandemia terrorífica que asola el planeta de norte a sur y de este a oeste, hay líderes que se han quedado en nada, se han deshecho igual que las esculturas de arena de las playas al subir la marea. Y se les nota más porque en las tragedias no hay lugar para la retórica, son momentos que necesitan medidas a un tiempo audaces y eficaces, no maniobras de distracción. Los discursos importan menos que los hechos y se necesitan ideas, colaboración de todos, aportaciones que sirvan para enfrentarse al virus. Ya no basta con limitarse a derribar lo que el adversario ponga en pie, hay que echar una mano.

Sin embargo, en España la estrategia del actual jefe del Partido Popular y de sus aliados más bien hace pensar que si la actuación de nuestro Gobierno se parece bastante, con sus particularidades y sus matices, sus errores y sus aciertos, a la de los demás ejecutivos de Europa, la de esta oposición es completamente distinta de la que hemos visto en el resto de los países, donde ha habido críticas pero también un apoyo suficiente a las medidas que se han ido tomando, eso vale para Gran Bretaña, Francia, más o menos para Italia y no digamos ya para Alemania. Hay dos opciones para explicar las diferencias: que aquí sean peores o que no den para más, algo que empieza a imponerse como explicación más verosímil, en vista de lo que hacen y dicen unos y otros.

Un día, Pablo Casado insiste en que La Moncloa es la única responsable de la gestión de la enfermedad que ya se ha cobrado decenas de miles de víctimas y la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, lo secunda; y al siguiente aparece su propio consejero de Justicia y reconoce por escrito que “las competencias [sanitarias] son de la Comunidad”, una confesión que, sin duda, abre la puerta a que se les pueda pedir responsabilidades, por ejemplo, por lo que hicieron en las residencias.

Otra mañana, en el Congreso de los Diputados, la nueva portavoz de la formación conservadora, Cuca Gamarra, ironiza, con mucho aparato dialéctico y algunos aplausos de fondo, sobre el hecho de que “el presidente del Gobierno hoy no esté aquí”, cuando resulta que Pedro Sánchez estaba “en Bruselas defendiendo los intereses de nuestro país”, tal y como le recordó la vicepresidenta Calvo. ¿Tampoco sabían eso en su partido?

Poco después, Pablo Casado va a La Gomera a ofrecer bajar el IVA en Canarias, donde no se paga ese impuesto sino otro especial y del siete por ciento. Como en la península es, por lo general, del veintiuno, ¿se lo pensaba dejar en el diecinueve, el quince, el once…? Un poco más y les ofrece retrasar allí una hora o hacerle una estatua en Fuerteventura a Miguel de Unamuno, que igual tampoco le han contado que son cosas que ya existen. Y cuando el disparate ya parecía insuperable, aparece veinticuatro horas después en una radio a decir que “a Felipe VI lo votamos los españoles, a Garzón y a Iglesias no, ya que Sánchez prometió en campaña que no pactaría con ellos”. No es cómico porque es dramático, pero sólo por eso. Seguro que sus asesores aún son los mismos que hace poco le permitieron comparecer ante la prensa en una playa, bronceado y con el mar y unas palmeras al fondo, para denunciar que Sánchez se hubiera ido una semana de vacaciones. Como si el PP que él dirige no estuviera en el poder en Madrid o Andalucía y, por lo tanto, él no tuviera ninguna obligación que cumplir.

Una tarde, Díaz Ayuso pide que se hagan pruebas PCR a quienes aterricen en Barajas y a los viajeros que lleguen en tren a Madrid, pero de forma simultánea ella y su consejero de Transportes continúan asegurando que en el Metro no hay el más mínimo riesgo, a pesar de las aglomeraciones que se producen en las estaciones y en los vagones cada jornada, y que tanto ahí como en los autobuses de la EMT no hay constancia de que se haya producido ningún contagio. ¿Cómo lo saben? ¿Cómo saben que no es ahí dónde han sido infectadas y han enfermado las personas que sufren ese hacinamiento, aunque después los síntomas aparezcan en sus domicilios o en cualquier otro lugar?

El resultado, ya lo sabemos: Madrid es de nuevo el epicentro de la catástrofe y eso tiene que ver con la gestión de quien manda aquí desde hace veinticinco años, es una consecuencia de sus privatizaciones, su destrucción infatigable de lo público y su falta de inversión: según los datos oficiales del Ministerio de Sanidad, la tasa de profesionales médicos por cada mil habitantes en Madrid, cuya densidad de población mencionan ellos mismos a menudo para usarla como disculpa del número de afectados, es menor que las de Aragón, Asturias, Castilla y León, Navarra y País Vasco. Las quejas incesantes de los profesionales, obligados a atender a una cantidad inabarcable de pacientes en sus consultas, dejan claro que falta personal y que parte de los mil quinientos millones de los fondos comunitarios que ya se le han entregado debería haberlos usado para eso, no para construir un hospital de pandemias seguramente privado. Su última ocurrencia ha sido tratar de censurar a los médicos o enfermeros, mediante otra de sus ya tristemente célebres notas internas: “El profesional nunca actuará por su cuenta ante un medio de comunicación, siempre debe contar con la autorización del centro” y del departamento de Comunicación de la Comunidad de Madrid.

El PP actual no tiene recursos, sólo discurso, habla mucho pero no aporta nada, y ante la falta de iniciativa se refugia en temas absolutamente menores como la ausencia del rey en la entrega de despachos del Poder Judicial, eso sí, al mismo tiempo que tiene bloqueada su renovación, saltándose de ese modo, una vez más y a cara descubierta la Constitución, de la que arranca las páginas que no le interesan en cada momento, mientras reparte a los demás certificados de constitucionalista.

Hace falta otra derecha, y en el propio Partido Popular hay opciones mucho mejores que, antes que nada, deberían alejarse de sus actuales socios, porque para lo único que sirve la ultraderecha es para sembrar la discordia, multiplicar el odio, propagar el miedo y avergonzar a cualquier ser decente, sea cual sea su ideología, que ve cómo un grupo de alborotadores puede estar meses acosando al vicepresidente Iglesias, la ministra Montero y sus hijos, y cuando los niños son ingresados en un hospital, esas mismas personas, u otras del mismo círculo, inundan las redes con mensajes en los que les desean lo peor. Es una vileza que los define y tal vez un delito que debería investigar la fiscalía que para otras cosas es tan minuciosa. España no merece tener a gente así, ni que Casado y los suyos los sienten a su mesa. La crispación agrieta la democracia y es por esa fisura por donde entra el veneno.

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