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Qué ven mis ojos

El precio de que la banca siempre gane es que siempre pierdan los mismos

"La prosperidad no es que algunas personas tengan mucho, sino que todas tengan suficiente"

Hay palabras que ya suenan a aquello que describen: tintineo, croar, tos, maullido, cacareo, zas, traspié… En otro orden de cosas, la palabra “banco” suena, por encima de todo, a “usura”, es decir que se parece más que a nada a su sentido más ignominioso, el que la define como un negocio basado en el abuso, cuando no directamente en el fraude o el engaño. Eso es lo que han cometido en España altos cargos de las entidades financieras, con las tarjetas black, las cláusulas suelo, los gastos hipotecarios, las salidas a Bolsa irregulares, los sueldos indigeribles de los consejos de administración, los contratos blindados que les hacían millonarios tanto si seguían en sus puestos como si los despedían –aunque fuera por hundir la empresa– y un etcétera tan largo que para describirlo de forma pormenorizada no habría que escribir un artículo, sino una enciclopedia. Por resumir, digamos que lo que ha quedado claro son dos cosas: que los ladrones de verdad estaban dentro y que no eran iguales ante la ley, sino completamente impunes. Que el resultado de la crisis que ellos mismos organizaron, moneda a moneda, fuese que sus víctimas tenían que financiar su rescate y volverles a llenar las cajas fuertes que habían saqueado lo explica todo.

La gran banca ganó en España 16.676 millones en 2018, un 22,4% más que en el año anterior

La gran banca ganó en España 16.676 millones en 2018, un 22,4% más que en el año anterior

La banca española –siempre repartiéndose el monopolio encubierto del dinero y preparada para que los peces grandes se coman a los pequeños, aunque en las altas esferas a eso lo llamen “concentración”– atrajo a sus clientes en los años de bonanza, ofreciendo revalorizaciones y ganancias sustanciosas, aunque eso sí, a la vez ganaban lo que no está escrito con los créditos que les quitábamos de las manos y que terminaron arruinándonos. Cuando el cántaro que iba a la fuente una y otra vez se rompió y el gigante con pies de plomo se vino abajo, nosotros “sencillos europeos / de las calles torcidas”, como dice Pablo Neruda, tuvimos que usar las tablas de nuestras barcas para reparar los agujeros de sus yates. Entonces pagaron justos por pecadores, como siempre y ahora, como dice el cantante Kiko Veneno, para abrir una cuenta tienes tú que regalarles una cubertería a los de la sucursal. Por no recordar que a quien tiene ahorros o inversiones no sólo no le rentan, sino que pierde dinero. Su dinero, el mismo con el que especula la entidad y al que saca un beneficio. La banca siempre gana. Eso, además de una frase hecha, es el sentido de este juego, y eso explica que pusiéramos 59.000 millones de euros para rescatar entidades y que el Estado haya recuperado sólo 5.911. Ellos vuelven a repartirse dividendos, a nosotros no nos van a devolver lo que nos quitaron. Y si algún juez se atreve a sentenciarlos, ya aparecerán el Banco de España o el Tribunal Supremo para desautorizarlo. En España, a los poderosos siempre les sale cara, la cruz que la carguen los demás, porque aquí el capital es como el círculo euclidiano, ese objeto de un cuento de Borges que sólo tenía un lado material y otro inexistente, que es el que nos toca a la gran mayoría, silenciosa o no, mientras los dueños de la otra mitad nadan en la abundancia.

Ahora, después de arrasar el país con sus excesos, que entre otras cosas han propiciado un rapapolvo de Europa, que no servirá de nada, al margen de su valor simbólico; y tras ser el sector que más denuncias recibe por parte de la desdichada ciudadanía y también el peor valorado; y con el nuevo sambenito que ha supuesto el escándalo de la antigua cúpula del BBVA, con las sospechas de espionaje que recaen sobre su máximo jefe hasta hace un rato; y tras las pérdidas de cincuenta y cuatro mil millones en Bolsa que demuestran su pésimo funcionamiento; tras todo eso y alguna cosa más, la banca se enfrenta a una normativa que la obligará a asumir costas que hasta ahora correspondían al cliente y, además, tendrá limitado el cobro de determinadas comisiones. Pero no pasa nada, porque lo compensarán incrementando el precio de los préstamos hipotecarios y los créditos al consumo. Si alguien pone el grito en el cielo, tampoco hay problema, para eso tienen sus abogados del diablo, que defenderán a capa y espada su derecho a tener sueldos de siete u ocho cifras, en el mismo país y en la misma empresa que desahucia a los pobres, que cada vez son más, cuando no pueden seguir costeando su letra a fin de mes. Un disparate en toda regla.

Cuando empezó a llover, el neoliberalismo nos quitó el paraguas que nos había dado un día de sol. Y entonces, calados hasta los huesos y sin un tejado bajo el cual cobijarnos, es cuando nos dimos cuenta de que el precio de que la banca siempre gane es que siempre pierdan los mismos. Lo llaman el sistema, pero sólo consiste en sistematizar la desigualdad.

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