2022, por un año ‘pértiga’

En estas horas de cierre de ciclo es fácil debatirse entre el balance y los pronósticos. Pocas veces llegamos a las puertas de un nuevo año con tal consenso general: estamos agotados. Pero ¿de qué? De estar en casa, de no tocarnos, de la incertidumbre, del ruido innecesario, de una pandemia que se ha llevado a tantos seres queridos. Hartos de que pasen cosas, de que no pasen, de un año que pensábamos sería de salida y aquí estamos brindando en plena plaga Ómicron. Estar cansados significa también haber hecho un diagnóstico de qué nos agota y qué queremos dejar atrás. Y sinceramente, será por optimismo, pero hay señales luminosas de cara al nuevo año.

Cierto que una vez arranca el curso éste toma vida propia y de poco sirven las predicciones, pero desde aquí, con vistas a 1 de enero, hay tendencias convulsas, por supuesto, y las hay también estimulantes. Aunque el arranque pueda ser correoso, parece que ahora sí, hay consenso en que las vacunas han debilitado las variantes y estamos más cerca que nunca de doblar la curva de la pandemia a la epidemia. Más cerca de que el virus se convierta en gripe. El triunfo de la ciencia se lo debemos a años de estudio de la tecnología ARNm. En la misma línea, los acuerdos de Glasgow han sido un fracaso para el cambio climático, pero el debate va calando y con ello la posibilidad de que avance más rápido la industria solar en detrimento del dióxido de carbono. Al margen de que guste o aburra la recién estrenada Don’t look up al menos coincidimos en que el guion es fetén: la causa de futuras migraciones, incendios, inundaciones, pandemias, o el colapso total, es la crisis climática. 

En EEUU Trump puede volver. El mandato de Joe Biden no ha resuelto las heridas americanas. El 70% de los republicanos no condena el asalto al Capitolio y no está claro quién será el candidato demócrata. Pero por fin es un país donde la clase progresista es consciente de que la desigualdad es el origen de todas sus rupturas, ya saben que no están solos en el mundo y han reconocido las carencias democráticas que arrastran, entre ellas, la dificultad de poder ejercer el voto si eres pobre. Un buen análisis es parte de la solución y más esperanzador que una victoria efímera. 

En Europa los medios anglosajones ven en Francia el país que consolidará su papel como el gobierno más influyente de la UE. Pero obvian que la era post-Merkel ha hecho emerger el eje socialdemócrata entre Alemania y España, unas coaliciones verdes y progresistas que desde la alianza Sánchez-Olaf pueden hacer de contrapeso a las políticas neoliberales, además de compensar la toxicidad que Marie Le Pen y Eric Zemmour arrojarán en la campaña electoral de abril y su onda expansiva por Europa.

En lo que nos toca a nosotros, el gobierno puede hacer un relativo buen balance de resultados. La coalición ha tenido momentos críticos, ese ‘hijo no deseado’, como se escucha definir a veces la coalición desde dentro, les ha hecho sufrir a ellos a cambio de obligar a un mayor diálogo con el resto de fuerzas parlamentarias y agilizar la acción legislativa. La presión entre ambos partidos, la competencia virtuosa de las partes, supone un win-win visto desde fuera que deja una lista de deberes hechos. La apuesta por los indultos y el diálogo con los independentistas consiguió desactivar el procés y la ruptura social entre catalanes y españoles. Recordándonos que la convivencia, eso que unos y otros volaron por los aires, solo se puede reconstruir desde la generosidad y el anti revanchismo. 

Llegamos agotados a las puertas de un nuevo año, pero hay señales luminosas de cara a 2022

Por más que el PP patalee, cerramos el año con una batería de legislación progresista. La ley de eutanasia, la ley trans, la de cambio climático o la ley de vivienda, son normas que mejoran un país en tanto que amplían los derechos. Y los fondos europeos son una oportunidad real. Quizá la última para varias generaciones machacadas por una crisis detrás de otra (boomers, millennials, zetas). La reforma laboral tiene carencias pero se levanta sobre dos hitos clave. Uno, la necesidad de acuerdos, consensos y diálogo entre agentes sociales. Esa pregunta que a Bernie Sanders le gusta lanzar al aire ‘Qué es una gran nación’ y que no es ni más, ni menos, que la construcción de un proyecto colectivo. Dos, revierte un ciclo de diez años que había normalizado la precariedad, la temporalidad y unas tasas de paro estructural inadmisibles en la Unión Europea. 

Si hacemos ‘pause’ y miramos el 2012, fue el año de la reforma laboral del PP y los empresarios, pero también de los grandes recortes, la austeridad, la recesión, los desahucios, la desprotección, el acoso al Estado de Derecho, al sistema público de salud, la educación. El año de las primaveras árabes y la indignación. Lo peor estaba por llegar. Hoy, las políticas expansionistas son el pegamento del espacio común. 2022, con todas las convulsiones propias y ajenas, supone un giro radical a la España y Europa de hace una década. Y arroja esperanza con una Unión que apuesta por no dejar caer a unos a costa de la riqueza de otros.

Y si, aún con el fantasma de la inflación, hemos dejado atrás las peores crisis financieras pero no el malestar. Los enemigos de 2022 son los mismos que aprendimos a identificar tras el Brexit. La pobreza acaba con la vida de la gente y alimenta a los monstruos. Sin vacunas en los países pobres no acabaremos con la pandemia. Sin políticas de igualdad eficaces no enterraremos a la ultraderecha. Cada país tiene su propia marca ultra y conjurarla se traduce en acciones concretas. Bajar al suelo ese balón en el próximo curso pasará por reforzar las políticas contra la violencia de género, proteger a los menores migrantes del odio, al Congreso de sus ataques, denunciar las pulsiones anti políticas y desterrar equidistancias. Denunciar la trampa que encierra comparar los falsos extremos. Aquellos que equiparan por rédito propio la formación de Yolanda Díaz con Santiago Abascal sin despeinarse, alimentando una aberración democrática que obvia los principios de la propia Unión Europea.

Disculpen esta amalgama de optimismos, pero no llegamos tan mal al nuevo año. Hay una frase de la película del momento, en el monólogo final de Leonardo Di Caprio, en el que dice: “No todo tiene que sonar tan malditamente inteligente, encantador o agradable todo el tiempo. A veces solo necesitamos poder decirnos cosas entre nosotros”. Yo apostaría por eso. Si en 2022 conseguimos romper alguna que otra lanza, habremos hecho mucho. Si las usamos de pértiga, llegaremos más lejos todavía. Dicho lo cual, brindemos, que no es poco: Salud y buen arranque.

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