Comprar bebés, explotar mujeres: derechos y principios

¿Qué se puede comprar en una sociedad liberal? ¿Cuánto cuestan los servicios de otro ser humano? ¿A qué llamamos servicio? ¿Cuál es el límite? ¿Podemos comprarlo todo del otro? Con la liberalización de la prostitución y los vientres de alquiler se pone en el mercado el cuerpo de la mujer. Una vez se concibe el encargo del sexo o de hacer niños, se pide regularlos. Este es el debate, qué reglas se ponen para disponer de otro cuerpo. En ambos casos, se está dando la vuelta a la declaración universal de derechos humanos. Pervirtiendo el núcleo de un acuerdo fundamental. La protección de la libertad y dignidad del otro (recogida en el preámbulo) se entiende ahora como un valor de mercado en el que somos libres de comprarlo todo, o casi todo. La carta de Naciones Unidas se firmó para luchar contra la explotación y la desigualdad, los dos pilares sobre los que se levanta la prostitucion y la mal llamada gestación subrogada. Porque no hay mujeres ricas acostándose con hombres que no eligen igual que no las hay pariendo hijos de otras

En el debate de los vientres de alquiler se ha escuchado que los derechos evolucionan a lo largo del tiempo. Tener sexo y tener hijos no lo son. Y no hay un solo derecho que pueda levantarse sobre los de otro. Menos del más débil. Este es un debate sobre quién puede pagar y quién necesita recursos. De hombres en pareja que pagan dinerales para que otra mujer geste a sus hijos. De matrimonios con recursos pagando por tener un niño. En Ucrania no son las mujeres ricas quienes dan a luz a cientos de bebés para otros extranjeros. Son mujeres vulnerables, víctimas de un mercado que otros pueden permitirse. 

No hay un lobby de mujeres que reclame ser madre por vientre de alquiler. La presión viene del otro lado, de quienes pueden pagar para tener bebés. En este asunto, siempre hablan quienes justifican un derecho inexistente e ilegal en España. Nunca las madres atrapadas en la guerra de Ucrania o las mujeres gestantes de los suburbios en Estados Unidos. ¿O queremos hacer un mapa por barrios? Ganaríamos la apuesta en Madrid si se pudiera y en el Miami de hoy. Las mujeres gestantes no están en la isla privada de Fisher Island ni en el barrio de Salamanca o en La Moraleja. Por eso es un negocio. Hablamos de quienes pueden pagarlo y quienes no. Y sobre todo, de la imposibilidad de proteger a las mujeres vulnerables de verse obligadas a vender su cuerpo por dinero. Permitirlo es abrir una puerta a la explotación. 

Las mujeres gestantes no están en la isla privada de Fisher Island ni en el barrio de Salamanca o en La Moraleja. Por eso es un negocio. Hablamos de quienes pueden pagarlo y quienes no

No existe el derecho a ser madre o padre. Quienes defienden los vientres de alquiler suelen señalar al caso excepcional de una mujer que, voluntariamente, ayuda a una pareja a tener hijos. O esa familiar que ayuda a otra, como si fueran muchas las mujeres teniendo hijos del marido de su hermana. Ninguna ley existe para regular la excepción sino para dotar de protección a las mayorías. En los grupos que defienden la subrogada, no hay un análisis serio sobre cómo proteger a las mujeres que aceptan pasar por un embarazo para otros en situación de pobreza y vulnerabilidad. No lo hay porque no importa.

En la izquierda el debate gira sobre la desigualdad. En la derecha es sobre todo religioso. También contradictorio y con matices. De ahí que la izquierda haya reaccionado al caso de Ana Obregón con rapidez y unanimidad. El PP, sin embargo, titubea. Han buscado la fórmula de eliminar la contraprestación económica. Como si ese escenario no fuera un campo abierto a los abusos, pagos encubiertos y el mercado negro. 

Por concluir. Hay una agenda, la del cuerpo de la mujer, en los vientres de alquiler y en la prostitución, donde no están hablando las víctimas. Una agenda sobre el uso y la comercialización de las más débiles para disfrute de quienes pueden pagarlo. 

El caso de Ana Obregón nos ha abierto de golpe las vistas al paisaje. La ley en España nos la saltamos en otros países. De vuelta, se favorece a las familias desde la falta de definición y la incertidumbre de qué hacer con los menores. El titular de esta columna tiene una carga editorial intencionada. “Comprar bebés, explotar mujeres”. Cuando hablamos de familias y menores, la empatía y la sensibilidad deben estar en el centro de la conversación. Pero admitamos objetivamente los términos: ¿Se explota o no a mujeres? ¿Priorizamos la transacción o el cuerpo de la mujer? No se puede edulcorar el debate. El interlocutor válido no es aquel que ha pagado con el menor en brazos, es la mujer que lo ha tenido y bajo qué condiciones. 

Empezamos a estar convencidos de la necesidad de frenar la inteligencia artificial por motivos deontológicos y naturalizamos los mercados de niños gracias a los avances de la ciencia. Hay una frase de Julia Otero que contiene toda la ética que debería regir la responsabilidad social: decidir en contra de nuestros intereses pero a favor de nuestros principios. En este asunto más todavía. 

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