Moción de censura, un balance que es un aviso

Hace cuatro años la política española cambió de manera definitiva. El bolso en el escaño, la imagen de Rajoy saliendo perjudicado de un restaurante al filo de la medianoche, la sorpresa nacional por un escenario que no se repetía desde 1977 son ahora la anécdota. Lo relevante fue la cristalización de un post—15M, el "sí se puede" premonitorio a la coalición de gobierno. Alfredo Pérez Rubalcaba bautizó el bloque como Frankenstein y la derecha hizo suya la expresión hasta hoy. Pero el bloque de la moción, que sería el de investidura, era el más acertado para aliviar las rupturas sociales, políticas y democráticas de la última década. El independentismo catalán había despertado a una derecha ultranacionalista. Aun con esas, la coalición de fuerzas de izquierdas y nacionalistas era lo más eficaz para aliviar la crisis catalana y volver a las medidas progresistas que fulminaran los años inhumanos de austeridad. Paro, desahucios, contratos basura. España se había instalado en las reglas del rescate ultraliberal y después se fracturó con el 1—O. Restablecer ambas crisis era cuestión de supervivencia. 

El aniversario de la moción de censura hace cuatro años deja varias lecciones. Con el viento a favor del ciclo de gobierno, Pedro Sánchez tuvo que articular una mayoría muy compleja para ser presidente. Ciudadanos hizo bandera de la lucha anticorrupción y, llegado el momento decisivo, se posicionó como partido de derechas y no del cambio. Fue Pablo Iglesias quien dio forma al bloque. Supo anticipar las jugadas políticas —quien da primero, da dos veces—, autoerigirse como actor muñidor clave de la moción —por tanto, del bloque— y no se movió de la hoja de ruta a pesar de las presiones y los desprecios. Podemos no tenía el triunfo garantizado. El Gobierno de coalición progresista no estaba en el roadmap de Sánchez. Numerosos dirigentes socialistas expresaron su deseo de alejarse de Podemos y las grandes empresas tenían todas las resistencias con el ala izquierda del PSOE y tercera fuerza del Congreso. El propio Sánchez venía de una consulta a la militancia en 2016 para avalar la alianza con Ciudadanos. Salió sí, como en todas las consultas de los secretarios generales. Pero la suma no daba, Podemos votó en contra y llegó el sábado de los cristales rotos donde fue cesado por el "no es no". Antes de irse dejó una frase: “El PSOE ha puesto en marcha el reloj de la democracia”. 

Aun con el tempo político a favor, articular una mayoría requería estrategias políticas más allá de programas electorales. Iglesias fue clave para armar la moción, se retiró al escaño y esperó a la siguiente partida. Generales, abril de 2019. Noviembre de 2019, bingo. Se había conseguido repetir el "Sí, se puede" que corearon en el Congreso aquel 1 de junio de 2018, tras las horas surrealistas en las que en España gobernó un bolso, Rajoy pasó la jornada de vinos e Iglesias y Sánchez arrancaron la ronda de llamadas diurnas y nocturnas. 

La moción de censura avanzó un patrón que permanece. Los resultados electorales son las cartas que cada partido recoge tras las elecciones, no el resultado definitivo de la jugada. Y otro patrón más, quien pelea únicamente por la hegemonía de su marca, sale mal parado. El PSOE post—moción repitió las elecciones para evitar la coalición, perdió un escaño y está por ver en las próximas generales si esos meses no trituraron una legislatura. 

El hijo no deseado de Pedro Sánchez, en palabras de Yolanda Díaz, echó a andar con tanta ilusión como dificultades. A Sánchez le había costado varias vidas llegar hasta ahí, otras tantas a Iglesias. Cinco años a cada uno, de 2014 a 2019. Mirando con los ojos de ayer el ciclo venidero, es fácil pensar que la repetición de los factores para repetir un gobierno progresista ni está hecha, ni está garantizada.

Nadie está llamado a ser el siguiente líder. Lo normal es partirse la cara en varios sitios, varias veces. Y esto, aun siendo una expresión masculina a desterrar, lo vimos en las elecciones municipales de Madrid con Manuela Carmena: el triunfo de las magdalenas no llegó, la campaña fue impecable en lo formal, insuficiente en el resultado. Supuso el hundimiento de Podemos en Madrid, pero también el adiós a la alcaldía. Porque como bien sabe la izquierda, cualquier guerra de guerrillas, al margen del culpable, es mortal. 

Hoy, cuatro años más tarde de la moción, pasada una pandemia, miles de vidas mediante, un volcán y una guerra en Ucrania que altera el orden geopolítico desde la Segunda Guerra Mundial, el Gobierno hace balance y le salen los números. Hay menos paro que con Rajoy, lo dejó en 18,4 millones de empleos, el trabajo precario está sancionado, la ley de Libertad Sexual es un avance para las mujeres, los escudos sociales son una realidad... Para Sánchez, tres cifras resumen la gestión: 20 millones de empleados, 50% de contratos indefinidos y 1.000 euros de salario mínimo. Tres techos de cristal menos en la protección de las clases medias. Cuatro años después, Cataluña está mejor que antes. La imagen internacional de España, también.

Con la moción de censura la política española mutó de manera irreversible. Culminó el post—15M. Nadie gobernará sin el apoyo de otros. La pregunta ahora es "cuatro años después ¿Hay posibilidades de volver a la casilla de salida?". De aquel ciclo, Sánchez es el único superviviente político. El relevo, si no se tuerce nada en el PP, será otro líder gallego que no habla inglés. Y si gobernara la derecha, de la nueva ola de partidos de izquierdas es probable que el único en pie sea Izquierda Unida. De la trituradora generacional, ni hablamos. 

Con la moción de censura la política española mutó de manera irreversible. Culminó el post—15M. Nadie gobernará sin el apoyo de otros

La legislatura de Rajoy fueron años oscuros por muchas razones. Se desprotegió como nunca a las economías familiares y se persiguieron libertades fundamentales. Los hijos de la Transición, los nacidos en democracia, no conocieron años más oscuros. Ahora, cuatro años después, la guerra cultural, xenófoba y sin complejos de la ultraderecha, incluyendo el gobierno de Ayuso, es más brutal que entonces. Con una parte de la derecha que disfruta con la calle incendiada de chalecos amarillos y un hundimiento económico que agilice su llegada. Cuanto peor, mejor. Esta no será la crisis de 2008, pero la amenaza de Vox lleva a un reloaded de todas las españas en blanco y negro que dejamos atrás. La posibilidad de volver a la España pre—moción de censura está ahí. Distintas formas, mismo o peor fondo. Igual en este aniversario los partidos de izquierdas recuerdan cuánto les costó llegar y se toman en serio evitar las batallas estériles. 

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