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Si quieres una auténtica igualdad de oportunidades, olvídate de la meritocracia

Aunque la idea de que la riqueza de una sociedad debe ser distribuida con relación al mérito de cada uno puede parecer que lleva con nosotros siglos, la noción de “meritocracia” es relativamente reciente. Introducida en una sátira política, Michael Young imaginó en los años cincuenta —a modo de advertencia— una sociedad en la que ganadores disfrutaran de enormes privilegios, mientras los perdedores fueran abandonados a su suerte. Esta distopía es prácticamente una realidad en muchas partes del mundo. Todos sabemos que cuando se critica a los superricos (es decir, a los milmillonarios), inmediatamente salen una miríada de voces defendiendo esa desigualdad abismal a partir de sus logros. Este discurso meritocrático permea todas las áreas de la sociedad: desde los debates sobre reformas fiscales, hasta el diseño de nuestro sistema educativo. Las consecuencias de este discurso se pueden resumir en una: justificar sistemáticamente unas desigualdades económicas y sociales que hace no muchas décadas nos habrían parecido inaceptables. ¿Cómo podemos, por tanto, derribar este dique ideológico?

Esta semana hemos presentado Derribando el dique de la meritocracia, un informe coordinado por Borja Barragué (director adjunto de Future Policy Lab), y en ella hemos participado Javier Carbonell, Javier Soria-Espín, Marina Romaguera, Guillermo Kreiman y quien escribe estas líneas. Este informe representa la investigación más completa llevada a cabo sobre esta cuestión publicada hasta la fecha en nuestro país, que pone de relieve dos realidades: en primer lugar, el hecho de que empíricamente en nuestro país es imposible hablar de meritocracia, puesto que el 65% de la riqueza se explica por herencias; en segundo lugar, que, incluso si empíricamente hubiera mayor movilidad social, normativamente resulta injusto legitimar desigualdades de riqueza con relación al mérito, ya que estas se derivan fundamentalmente de dos loterías: la natural y la social.

¿Cuál es, entonces, la realidad en España? En este estudio, Javier Soria-Espín utilizaba la base de datos de su investigación doctoral, en la que analiza la movilidad intergeneracional de más de tres millones de personas durante treinta años, concluyendo que —con mucha diferencia— el factor determinante a la hora de acceder a la élite económica era la riqueza de los padres:

Esta observación empírica está en línea con los diferentes estudios que la economía y la sociología de la desigualdad vienen llevando a cabo desde la segunda mitad del s. XX. Grosso modo, la manera en la que la economía estudia la reproducción de la desigualdad es comparando el nivel de renta de padres e hijos, mientras que los sociólogos se interesan por cuestiones más ligadas a la categoría socioprofesional y el prestigio de los trabajos. Aquello que debemos retener es el hecho de que ambas disciplinas han observado una fuerte reproducción social, asociada tanto al capital económico heredado por los hijos, como también a su capital cultural (por ejemplo, cómo expresarse al escribir o tener “cultura general”), que influye enormemente en el éxito educativo, o el capital social, es decir, una red de contactos. La investigación que recoge Soria-Espín en nuestro informe, demuestra por primera vez a esta escala esta falta de movilidad social.

¿Pero qué sucede cuando, pese a todas estas barreras, los estudiantes de origen humilde llegan a la universidad y obtienen mejores notas que sus compañeros ricos? Pese a que no tenemos datos de nuestro país, nuestro estudio recoge las recientes observaciones de Friedman y Laurison en Reino Unido, que demostraban la irrealidad de la meritocracia y cómo esos estudiantes brillantes de clase trabajadora acababan en peores empleos que sus compañeros ricos con peores notas:  

Asimismo, este informe recoge también los avances más recientes en otras disciplinas como la genética. Así, una de las secciones del informe explora la “lotería natural” (ciertas capacidades cognitivas pre-sociales), llegando a dos conclusiones: en primer lugar, que las desigualdades que se derivan de esta lotería también tienen que ser corregidas, puesto que disfrutar de una mayor capacidad cognitiva es una cuestión arbitraria que nadie se “merece”. En segundo lugar, que aun siendo importantes, la “lotería social” (la familia en la que naces) sigue siendo más importante. En la siguiente imagen podemos ver cómo aquellos que vienen de un ingreso paterno bajo pero tienen un índice poligénico alto tienen una menor tasa de graduación universitaria que aquellos que tienen un índice poligénico bajo pero vienen de buenas familias:

En resumen, este informe demuestra cómo empírica y normativamente, hemos de terminar con la ideología de la meritocracia. Puesto que como argumentaba Guillem Vidal (revisor del informe), “la crítica a la meritocracia no es una crítica al esfuerzo. Es una crítica a la falsa idea de que el esfuerzo se recompensa igual para todos”.

Entonces, ¿qué alternativas cabe proponer a la narrativa meritocrática? En este momento, resulta inexplicable que no existan políticas como la educación gratuita de cero a tres años, cuando esos años son cruciales para la formación de un niño, algo que se arrastra durante toda la vida. Asimismo, propuestas como las prestaciones por hijo a cargo permitirían no solo un sistema educativo más justo, sino que además serían beneficiosas para otro problema que arrastra nuestro país: su baja tasa de natalidad.

Necesitamos un cambio de paradigma. Puesto que la desigualdad —tanto de oportunidades como de riqueza— está tan estrechamente relacionada en nuestro país con las herencias, necesitamos transformar cómo entendemos estas últimas

No obstante, necesitamos un cambio de paradigma. Puesto que la desigualdad —tanto de oportunidades como de riqueza— está tan estrechamente relacionada en nuestro país con las herencias, necesitamos transformar cómo entendemos estas últimas. Por ello, proponemos introducir en nuestro país una “herencia universal” que reciba cada ciudadano al cumplir la mayoría de edad. Esta herencia, tal como la han propuesto pensadores como Thomas Piketty, sería de unos 120.000 euros en nuestro país (un 60% de la riqueza media), y estaría condicionada a llevar a cabo un proyecto profesional o educativo. Solo así podríamos hablar de una verdadera igualdad de oportunidades.

Sabemos por numerosos estudios que la ultraderecha no solo llega al poder por la cuestión migratoria, sino también por la ansiedad económica que se deriva de la desigualdad y de la falta de expectativas. En un momento en el que la ultraderecha roza el poder en España, Francia, EEUU o Italia, los demócratas necesitamos un discurso que le haga frente proponiendo una alternativa ilusionante. Una “herencia universal” para que todos puedan realizar su proyecto de vida es, sin lugar a dudas, un buen punto de partida.

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