Como Aznar en el 93

Tras el festivo y relajado puente prenavideño vuelve la actividad política con especial tensión. Así lo quiere la derecha. Las repugnantes declaraciones de Abascal en Argentina son una muestra de la indignidad que quiere introducir la ultraderecha en el debate actual. El PP se mueve con dificultad en esta tesitura. No quiere llegar a semejantes desvaríos, pero tampoco está dispuesto a dejar espacio libre a Vox. Feijóo ha decidido plantear una legislatura a cara de perro, acuciado por la presión que tiene desde la ultraderecha y convencido de que es la mejor forma de acabar con el Gobierno de Sánchez lo antes posible. 

Este fin de semana, lo sentenciaba en sus primeras páginas la prensa conservadora: Feijóo monta una oposición sin concesiones, como Aznar en el 93. El objetivo se explicaba con nitidez: “No vamos a pasar ni media”, es la consigna en Génova con el fin de “hacer irrespirable” la legislatura de Sánchez, siguiendo la estrategia que tumbó a González. Esta era la información que deja poco espacio para la especulación. Entre 1993 y 2023 es cierto que pueden encontrarse algunas similitudes, pero también diferencias sustanciales. Por ello, la estrategia del PP puede ser la misma, pero eso no quiere decir que el resultado final vuelva a repetirse. 

La dura asimilación de la derrota

En 1993, el PSOE, con Felipe González al frente, consiguió revalidar una mayoría suficiente para gobernar, dejando a Aznar a las puertas de obtener una victoria que muchos daban por segura al inicio de la campaña electoral. Tres años después, en 1996, el PP sí que conseguiría llegar al poder, después de una negociación con Jordi Pujol de la que muchos se han acordado estas últimas semanas. Los populares tuvieron que ceder todo lo que el nacionalismo catalán de la época les exigió para apoyar su investidura.

La principal coincidencia entre 1993 y 2023 quizá haya sido que el PP contaba con la seguridad total de ganar las elecciones y gobernar. En ambas ocasiones, la razón de fondo que hizo levantar el voto de la izquierda fue el despertar de un renacido orgullo progresista frente a la amenaza de la llegada de un gobierno de marcado carácter conservador. En 1993, la preocupación implicaba acabar con un largo período de once años de gobierno socialista que había cambiado por completo la estructura política, económica y social en España. En 2023, la movilización se ha apoyado en el temor a la llegada de la ultraderecha al poder, como continuación de lo que había ocurrido unas semanas atrás, después de las elecciones autonómicas y municipales de mayo.

El uso de la comunicación

En ambas campañas, el esfuerzo de la izquierda tuvo como instrumento fundamental el acceso a los ciudadanos a través de los medios de comunicación. En 1993, los primeros debates televisados de la democracia permitieron visualizar lo que significaban González y Aznar. En 2023, Sánchez desplegó una intensa presencia audiovisual para poder llegar a toda la ciudadanía y contrarrestar el deterioro causado por la generalizada causa contra el Sanchismo, implementada de forma coordinada por la derecha política, económica y mediática durante los últimos años.

Tras la derrota electoral de 1993, el periodista Enric Juliana recordaba recientemente aquel momento en el que toda la derecha se conjuró para acabar de una vez por todas con el Felipismo y su rama mediática puso en marcha ese piquete conocido con el nombre de Sindicato del Crimen, expresión acuñada por Juan Luis Cebrián, exdirector de El País, que podríamos considerar exagerada y fruto del despecho, si el periodista Luis María Anson no hubiese declarado lo siguiente en 1998: ‘Había que terminar con Felipe González, esa era la cuestión. Al subir el listón de la crítica se llegó a tal extremo que en muchos momentos se rozó la estabilidad del propio Estado. Eso es verdad. Era la única forma de sacarlo de ahí’.

Un panorama bien distinto

Sin embargo, las diferencias entre aquella época y esta son más que notables. No es fácil que se consiga repetir con éxito la operación, aunque es evidente que se va a intentar. La situación del gobierno socialista entre 1993 y 1996 era de un absoluto desgaste. La coyuntura económica de los últimos años se había cebado especialmente con el empleo. Además, la sucesión de casos de corrupción y hasta de terrorismo de Estado habían socavado la credibilidad de un proyecto político que a duras penas era capaz de sostenerse. Felipe González, el indiscutible líder que había conseguido encabezar el PSOE durante más de 20 años, era el primero en dar muestras de agotamiento. Durante la campaña de 1996, el todavía presidente del Gobierno, preguntado sobre si realmente tenía deseos de ganar de nuevo las elecciones dijo a sus allegados: “Lo que quiero es que no gane Aznar”. Hasta ahí llegaba en ese momento su débil ambición.

En la actual etapa, con el PSOE en el Gobierno desde hace cinco años, el panorama no tiene nada que ver. El proyecto apenas tiene muestras de desgaste y se ha convertido en referente internacional de resistencia de la izquierda frente al avance de la ultraderecha, aliada con la derecha tradicional en muchos países. Pedro Sánchez no sólo no muestra cansancio, sino que, por el contrario, parece firmemente decidido a plantar batalla y a alargar esta histórica etapa. La gestión económica parece sólida, pese a las dificultades a las que ha debido enfrentarse. En estos cinco años de Gobierno, la corrupción estructural sólo ha formado parte de la actuación de la derecha, con multitud de procesos aún abiertos. 

Parece evidente que vivimos una tercera ola del intento de la derecha española de acabar con un Gobierno de izquierdas incluso “rozando la estabilidad del Estado”, recuperando las palabras de Anson en los noventa

La tercera ola de destrucción

Entre 2004 y 2011, la acción del Sindicato del Crimen contra el Felipismo fue sustituida por la crispación para intentar acabar con el Zapaterismo. Sólo sirvió para enturbiar la convivencia y acentuar un enfrentamiento político que buscaba el cambio en el poder que las urnas no concedían a una derecha que no terminaba de aceptarlo. El colapso de la burbuja financiera en Estados Unidos en 2006 desencadenó una crisis económica que iba a cambiar el mundo. España se vio seriamente afectada y el terremoto propició el cambio de Gobierno que devolvió el poder a manos de la derecha.

Parece evidente que vivimos una tercera ola del intento de la derecha española de acabar con un Gobierno de izquierdas incluso “rozando la estabilidad del Estado”, recuperando las palabras de Anson en los noventa. Ahora toca intentar acabar con el Sanchismo, como sea. El resultado electoral del 23J fue descorazonador para los sectores más conservadores del país que, de nuevo, creen que las urnas no deben ser un impedimento para conseguir alcanzar el poder que creen que les corresponde.

En conclusión 

La creación de un supuesto panorama general de tensión insoportable es la primera fase de la estrategia de la derecha. El problema es que ese fin del mundo que describen cada día los portavoces de la derecha política y mediática no termina de asemejarse a la realidad de un país próspero, pese al agitado período de inestabilidad mundial que nos rodea. Estos días de puente prenavideño han mostrado una ciudadanía echada a las calles de toda España, pero no a secundar a los agoreros de la hecatombe sino a disfrutar de la vida y a alejarse de los malos rollos y de los fabricantes de cataclismos que no acaban por llegar. Mientras, Abascal puede seguir retozando en la ciénaga. No es algo excepcional. Es su hábitat natural.   

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